Los eventos inesperados, los accidentes, a veces permiten a los científicos avanzar en conocimientos que jamás se podrían realizar en un laboratorio por razones éticas. Un ejemplo de ello es Phineas Gauge. Este trabajador ferroviario sufrió un terrible accidente a los 25 años cuando una barra de hierro de más de un metro le atravesó desde la mandíbula, hasta la parte superior del cráneo, produciendo severos daños en el cerebro. El accidente, ocurrido en 1848, cambió por completo la personalidad de Gauge que se volvió violento, irresponsable e impaciente y se convirtió en una de las primeras pruebas científicas que sugerían que una lesión del lóbulo frontal podía alterar aspectos de la personalidad, la emoción y la interacción social ya que hasta entonces se consideraba que esta región no cumplía una función importante.

Hasta que esto ocurrió muchos expertos sin duda se preguntaron qué ocurriría si el lóbulo frontal resultaba dañado, pero no había forma de comprobarlo. Las preguntas que comienzan por ¿qué pasaría si…? son una de los grandes impulsoras del avance científico. Y sin duda una parte fundamental de nuestra curiosidad. Por eso, cuando al experto en física Michael Merrifield, le preguntaron en una entrevista qué ocurriría si metiera la mano en un acelerador de partículas como el LHC, surespuesta fue clara: ”Es una buena pregunta. No sé la respuesta. Probablemente sea muy malo para ti. En las escalas de energía que se manejan, no sería tan notable. Pero, ¿lo haría? Creo que no”.

La realidad es que, debido también a un accidente, sí sabemos qué pasaría. De hecho a alguien le ha ocurrido. El 13 de julio de 1978, un científico soviético llamado Anatoli Bugorski estaba revisando el equipo que funcionaba mal en el sincrotrón U-70, el acelerador de partículas más grande de la Unión Soviética en aquellos tiempos. Entonces el mecanismo de seguridad falló y un haz de protones que viajaba casi a la velocidad de la luz, le atravesó la cabeza. Si bien es cierto que los haces de protones se utilizan en terapia oncológica para destruir tumores, su energía no supera los 250 millones de electronvoltio (eV). El “impacto” que experimentó Bugorski pudo haber llegado a ser 300 veces mayor. En una entrevista concedida a la revista Wired, Bugorski asegura que vio un intenso destello de luz pero no sintió dolor. Inmediatamente fue llevado a un hospital, con la cara completamente hinchada y un pronóstico nada favorable. Pero sobrevivió. La razón de este prodigio probablemente se deba a que, en el caso de Bugorski, la radiación se concentró en una región muy pequeña de su cuerpo y no afectó a tejidos particularmente vulnerables, como la médula ósea o el aparato digestivo. Pese a ello, la enorme cantidad de energía, cientos de veces mayor que una dosis letal, sí provocó consecuencias.
La mitad del rostro de Bugorski está paralizado, tiene dificultades para oír y le han diagnosticado epilepsia, probablemente el resultado de la cicatrización del tejido cerebral dejada por el haz de protones. Por ahora no se le ha detectado ningún tipo de tumor. La buena noticia es que sus facultades intelectuales no se vieron afectadas. Bugorski terminó su doctorado y llegó a ocupar el puesto de coordinador de experimentos de Física en el sincrotron U-70.

Juan Scaliter