Unos 80 millones de años atrás, cinco especies de bacterias “infectaron” al último antepasado común de las abejas sociales modernas. Esas bacterias sobrevivieron y evolucionaron dentro de la flora intestinal de las abejas durante millones de años, diversificándose en cepas específicas para cada nueva especie de abeja que evolucionó más tarde. Todo esto ocurrió en el momento en el que los mencionados insectos comenzaban a exhibir conductas sociales, como encargarse de las crías juntos, compartir los recursos y defender a la colonia.
El hallazgo, realizado por expertos de la Universidad de Texas, liderados por Nancy Moran, es otra prueba más de las criaturas sociales, como las abejas y los seres humanos, no sólo se transmiten bacterias, sino que a lo largo del tiempo establecen diferentes relaciones con ellas.
«El hecho de que estas bacterias hayan estado con las abejas durante tanto tiempo – señala Moran en un comunicado – demuestra que son una parte clave de la biología de las abejas sociales. Y al mismo tiempo sugiere que interrumpir el microbioma, a través de antibióticos u otro tipo de estrés, podría causar problemas de salud”.
Para llegar a estas conclusiones, el equipo de Moran aisló las bacterias intestinales de 27 especies de abejas (25 sociales) y secuenció el ADN completo de los microbios. Para cada especie importante de bacterias, el equipo construyó una filogenia, o árbol genealógico evolutivo, que mostró cómo la especie se ramificó en distintas cepas a lo largo de 80 millones de años. En este sentido se trata del estudio que más ha retrocedido en el tiempo para analizar la microbiota intestinal. Los resultados, publicados en Science Advances, mostraron varios hechos inesperados.
El primero de ellos surgió al comparar la microbiota de las abejas sociales con aquellas que no forman grupos. La mayoría de los insectos, no tienen microbios intestinales especializados: debido a que tienen un contacto limitado con individuos de su propia especie, tienden a obtener sus microbios del entorno. Las abejas sociales, por otro lado, pasan mucho tiempo en estrecho contacto entre sí en la colmena, facilitando la transferencia de microbios intestinales de un individuo a otro. “Tener un estilo de vida social– confirma Moran – le permitió a las bacterias diversificarse al mismo tiempo que lohacían las abejas”. Y este fue el segundo hallazgo: la simbiosis se convirtió en un vinculo casi de vida o muerte: al adaptarse a la vida dentro de las abejas, las bacterias han perdido su capacidad de vivir en el mundo exterior. Por ejemplo, el intestino de abeja tiene niveles de oxígeno más bajos que la atmósfera.
Finalmente, el último hallazgo puede ser el más impactante. Tras la construcción del árbol evolutivo de las bacterias, los expertos descubrieron que la evolución de las abejas y la de las bacterias eran muy similares. Cuando una nueva especie de abeja se separaba de sus “primos”, una nueva cepa de la especie bacteriana se ramificaba también. El resultado final de esta co-especiación es que para los cientos de especies de abejas sociales actuales, cada una tiene sus propias cepas únicas de especies compartidas de bacterias.
Juan Scaliter