En lo que a conservación se refiere, los expertos en el tema parecen no predicar con el ejemplo. Al menos no los que ha analizado un reciente estudio publicado en Science Direct. Llevado a cabo por científicos de la Universidad de Cambridge, el objetivo era averiguar si estar plenamente informado sobre el calentamiento global, el plástico en los océanos o el impacto ambiental de comer carne, produce un comportamiento más ético.
Para ello realizaron el primer estudio que comparó la huella ambiental de 300 científicos expertos en conservación con las rutinas de 207 economistas y 227 médicos, todos de las universidades de Cambridge y de Vermont, en los EE.UU.

Los resultados mostraron que el estilo de vida de la mayoría de los científicos especializados en medio ambiente, volaba con frecuencia (en promedio unas nueve veces al año), comían carne o pescado aproximadamente cinco veces por semana y rara ves compensaban por sus emisiones de carbono. También descubrieron que eran menos “verdes” al viajar al trabajo que los médicos y tenían más perros y/o gatos. En este sentido, hay que tener en cuenta que cada vez son más quienes señalan la pesada carga ecológica de las mascotas. Un libro escrito por Robert y Branda Vale (Es hora de comerse a tu perro) señala que se necesitan más de dos hectáreas de hierba para mantener a un perro de tamaño mediano, alimentado con carne, mientras que la eco-huella de un gato es similar a un Volkswagen Golf. Entre las conclusiones también se afirma que si bien los científicos vinculados a la conservación reciclaban más y comían menos carne que economistas o médicos, su huella de carbono combinada era sólo un 16% menor que la de los economistas y estaba un 7% por debajo que la de los médicos.

“Como conservacionistas – explica Andrew Balmford, uno de los autores principales, en un comunicado – debemos hacer mucho más para liderar con el ejemplo. Los puntos de partida obvios incluyen el cambio de las formas en las que interactuamos, por ejemplo, la asistencia a reuniones internacionales frecuentes ya no se considera esencial para el progreso científico. Para muchos de nosotros volar es probablemente el mayor contribuyente a nuestras emisiones personales. Aunque puede ser difícil de aceptar, tenemos que empezar a reconocer que la educación por sí sola no es quizás la panacea que esperamos».

Los investigadores concluyeron que había poca correlación entre la extensión del conocimiento ambiental y el comportamiento respetuoso con el medio ambiente. Sugieren que las medidas deben centrarse en facilitar las elecciones ecológicas, por ejemplo, haciendo más accesible el transporte público en lugar de simplemente educar a la gente sobre el impacto del carbono o del plástico.
«No creo que los conservacionistas seamos hipócritas – concluye Brendan Fisher, coautor del estudio –, creo que somos humanos, lo que significa que algunas decisiones son racionales, y otros, las racionalizamos”.

Juan Scaliter