Los investigadores ‘diseccionan’ el cerebro en desarrollo con equipos que analizan el movimiento de los ojos y electroencefalogramas que miden la actividad eléctrica del órgano. Pero los escáneres de resonancia magnética, que señalan qué región cerebral se activa cuando se lleva a cabo una tarea concreta, solo pueden emplearse en los bebés que duermen. Y no siempre son eficaces, pues deben estar muy quietos para obtener una buena imagen (y esto no es fácil cuando hablamos de bebés).

Por eso, para estudiar el cerebro de los bebés, los investigadores utilizan los equipos de espectroscopia funcional cercana al infrarrojo (fNIRS, por sus siglas en inglés). La luz infrarroja atraviesa el cráneo y muestra el flujo de la sangre. La idea de fondo es la misma que la de las resonancias: como la sangre contiene azúcar y el azúcar es el alimento del cerebro, el área donde se concentra el líquido es la que se activa cuando los niños ven una cara, un objeto o están ante cierta situación.

La imagen muestra el casco que ilumina el cerebro del bebé con luz infrarroja. Parece muy aparatoso, pero es la tecnología que mejor toleran los lactantes.

Redacción QUO