Viajemos al pasado. Concretamente, unos 15.000 años atrás. Y adentrémonos una noche cualquiera en el interior de una cueva situada en algún lugar entre Francia y España. Allí, un clan de cromañones se dispone a presenciar un espectáculo muy especial. El chamán del grupo, provisto de una antorcha, acerca la luz a la pared de la caverna, adornada con pinturas rupestres que ilustran imágenes de animales y estampas de caza. Y al ir moviendo la antorcha, los animales allí pintados parecen cobrar vida. Los leones corren tras sus presas, los bisontes y los caballos tratan de escapar a galope tendido… ¿Se puede decir que estamos asistiendo a la primera proyección cinematográfica de la historia de la humanidad?
La afirmación es, quizá, demasiado categórica, pero lo que sugieren las últimas investigaciones es que los artistas prehistóricos ya utilizaban en sus pinturas técnicas que recuerdan a las de la animación actual. En definitiva, que eran capaces de crear dibujos animados. Mudos, por supuesto, pero en 3D (gracias al volumen de las paredes sobre las que se pintaron). Hasta en eso fueron pioneros.
Más patas de las normales
El padre de esta hipótesis es el francés Marc Azéma, cineasta y doctor en Prehistoria de la Universidad de Toulouse. Su mente se iluminó al estudiar un friso en que aparecían las figuras de tres leones, en la gruta de la Vache, en la localidad gala de Ariège. Mientras la mayoría de sus colegas opinaba que la imagen (véase el recuadro de la última página) representaba a tres animales diferentes y que la escasa definición de sus formas indicaba que se trataba de una obra inacabada, Azéma comenzó a pensar que en realidad el león de la Vache era un solo animal, pero representado en tres posiciones distintas para crear una sensación de movimiento.
Incialmente, su hipótesis no fue tenida en cuenta, y el propio Azéma tampoco estaba convencido de que su deducción fuera correcta. Pero poco a poco fue acumulando más pruebas en las cuevas de Lascaux (también en Francia), donde el investigador se encontró con al menos una decena de figuras de animales, principalmente equinos y bisontes, dibujados de una forma que podríamos denominar deconstruida. Es decir, los caballos en cuestión estaban pintados en dos imágenes superpuestas; una primera más tosca, con unos contornos poco definidos, y otra más acabada, yuxtapuesta sobre la primera y con unos contornos más definidos pero diferentes de los anteriores. Esto provocaba la sensación de que el animal en cuestión tenía dos cabezas y ocho patas. ¿Un disparate artístico? ¿Una correción bastante tosca y hecha sobre la marcha por el artista prehistórico?
Pues parece ser que ni lo uno, ni lo otro. Azéma ha demostrado que, según se mueve la luz de una antorcha delante de dichas pinturas, se crea la sensación de que están moviéndose, de que los animales están galopando. El estudio de más pinturas en cuevas como la de Trois Frères en Francia y la de Altamira en España le permitió descubrir hasta un centenar de figuras que se ajustaban a su hipótesis de que los hombres prehistóricos ya eran capaces de crear sensación de movimiento en sus pinturas mediante la yuxtaposición de imágenes.
Un invento adelantado a su época
Pero la prueba más importante la encontró en 2008, gracias a Florent Rivère, un artista e ilustrador especializado en la Prehistoria, quien le llamó la atención sobre la existencia de un extraño objeto conservado en el museo del yacimiento arqueológico de Laugerie-Basse. Se trataba de dos placas de hueso de forma circular que representaban, cada una, la figura de un herbívoro en dos posturas diferentes. Los especialistas no estaba seguros de cuál era su finalidad, pero la tesis comúnmente aceptada se inclinaba hacia la tesis de que era algún tipo de adorno, tal vez pendientes o botones para engalanar las pieles de los cazadores.
Rivère tenía una teoría muy diferente que, cuando se la contó a Marc Azéma, despertó el entusiasmo de este. Dada la imposibilidad de experimentar con las piezas originales, los dos investigadores construyeron una réplica exacta en hueso, tallaron en cada lado el herbívoro en diferentes posturas, como si se tratara de las dos caras de una moneda, metieron un hilo por el centro y, al hacer girar el disco, comprobaron que se creaba la sensación de que el herbívoro galopaba. Para Marc Azéma estaba claro: aquello era un modelo prehistórico de taumatropo, un instrumento óptico que oficialmente no se inventó hasta 1825 y que está considerado uno de los antecedentes del cinematógrafo.
¿El primer cómic de la historia?
Hay que señalar que, lejos de cesar, los descubrimientos sorprendentes siguieron produciéndose en cadena. El más importante de todos, según las hipótesis de Azéma, es el de un panel en la gruta de Trois-Frères conocido como El pequeño arquero. En él se ve una figura humana, una especie de brujo armado con lo que podría ser un arco (o, según otras hipótesis, algún tipo de instrumento musical), rodeado de casi dos docenas de animales, entre herbívoros, bisontes y felinos.
Lo que en un principio podría parecer una amalgama caótica de figuras sin orden ni concierto es, según la hipótesis del investigador, una especie de cómic prehistórico; o si se prefiere, de story-board, por seguir con la terminología cinematográfica. Una secuencia perfectamente planificada en la que se ve en doce pasos cómo los depredadores acosan y cazan a sus presas.
Marc Azéma expuso todas sus teorías en un congreso de arte prehistórico que se celebró en Foix (Francia) en 2010, y sus tesis fueron muy bien acogidas por la comunidad científica. Sedujeron especialmente al arqueólogo Jean Clottes, uno de los especialistas en pinturas rupestres más prestigiosos.
Azéma procedió además a reproducir las figuras estudiadas y a filmarlas superpuestas unas sobre otras. El resultado fue que se obtenía la sensación de dos movimientos en un intervalo de cuatro segundos. Este ha sido un descubrimiento grandioso porque demuestra que los primeros artistas de la humanidad ya eran conscientes de que transmitir la sensación de movimiento era esencial para recrear la realidad, y que, además, sabían cómo hacerlo.
El hallazgo es doblemente sorprendente, ya que en siglos posteriores los artistas egipcios, griegos y romanos optaron por el estatismo y por las figuras bidimensionales. Eso, para algunos expertos, aumenta el mérito de los pintores de las cavernas. Sin ellos saberlo, tal vez, fueron los primeros vanguardistas.
Pero hasta ahora, nadie les había reconocido su audacia y su gran inventiva.