Los hombres de ciencia, en su incesante búsqueda de respuestas que expliquen los fenómenos naturales que observan, estudian de forma pormenorizada los pequeños o grandes misterios con los que se van topando, formulando hipótesis que den sentido a lo que a simple vista parecen hechos inconcebible.

Recientemente, las mentes inquisitivas de nuestros expertos han logrado explicar el extraño comportamiento de unas hormigas zombies, o al inesperado nacimiento de tiburones por parte de hembras vírgenes. La historia también ofrece buenos pasatiempos lógicos a los estudiosos. ¿De dónde salieron las rocas con las que los antiguos moradores de Gran Bretaña erigieron Stonhenge? ¿Cuál era la función del mecanismo de Antikitera? ¿Quién realizó los dibujos del desierto del Gobi? Todos estos interrogantes han encontrado respuesta recientemente.

Sin embargo, a menudo resolver un misterio largamente esquivo puede provocar la aparición de nuevas preguntas. Y así el ciclo vuelve a comenzar. Y que no falten los misterios, el mundo sería tremendamente aburrido si ya tuviéramos explicación para todo.

El origen de las piedras de Stonehenge

Las enormes rocas con las que los habitantes de la isla de Gran Bretaña conformaron el círculo de Stonehenge hace 5.000 años no eran originarias de la zona. ¿De dónde, entonces? Una investigación reciente realizada por el Museo Nacional de Gales y la Universidad Leicester se propuso averiguarlo. Tras siglos de discusiones, el lugar exacto del que se extrajeron las rocas ha quedado delimitado. Se trata de las colinas de Preselim, en la comarca de Pembrokeshire (suroeste de Gales), ni más ni menos que a 250 kilómetros de Stonehenge. Analizando su contenido mineral y las texturas de las rocas, comprobaron que la tasa de coincidencia era del 99%. Se trata de riolitas, rocas volcánicas muy diferentes de las que se encuentran en otras zonas del sur de Gales y que se hallan exclusivamente en unos pocos centenares de metros. Pero como buen misterio, quedan zonas oscuras: su resolución ha provocado nuevos interrogantes. ¿Cómo llegaron las rocas hasta Stonehenge? Hay que decir que las más pesadas superan las 50 toneladas.
¿Las movieron los glaciares, como sostienen los geólogos? ¿Emplearon los hombres neolíticos los ríos como vías de transporte, tal y como defienden los arqueólogos? La investigación sigue adelante y seguiremos informando.

Los círculos en el desierto que detectó Google Earth

Unas extrañas siluetas descubiertas en el desierto de Gobi, en China, por medio de Google Earth desataron la imaginación de los internautas, deseos de avistar alguna señal alienígena. Científicos del Centro de Vuelo Espacial de Marte, de la Universidad de Arizona, confirman que se trata de instalaciones creadas por el Gobierno chino para calibrar los radares de sus satélites espías. Las líneas en zigzag vistas en las imágenes son rejillas de calibración telemétrica, es decir, marcas que actúan como referencia de los aparatos y les ayudan a situarse en referencia a la Tierra. Lo que se ve en el centro de la extraña marca circular son tres aviones. Seguramente experimentan formas de alterar las señales de radar para hacerlos indetectables. 

La rueda dentada de Antikitera

Hace casi 100 años, unos buzos encontraron frente a la isla griega de Antikitera los restos de una antigua caja rota de madera y bronce que albergaba más de 30 engranajes en su interior. Dataciones posteriores mostraron que este complejo objeto tecnológico, similar a un reloj, databa del siglo I a. C. Desde entonces, los científicos se han visto fascinados por este oopart (artefacto fuera de lugar), tratando de imaginar cuál podría ser su función. Solo recientemente, un equipo dirigido por Mike Edmunds y Toni Freeth, de la Universidad de Cardiff, pudo resolver el misterio. El mecanismo de Antikitera era una calculadora astronómica. Si están en lo cierto, el artilugio podía reproducir los movimientos de la Luna y el Sol a lo largo del Zodíaco con notable precisión. Su mecánica es algo que todos creían impensable hace dos milenios, y mucho más compleja de lo esperado. Ninguna otra civilización creó algo tan sofisticado durante los siguientes mil años. Pero el misterio no ha concluido del todo; falta que los científicos logren crear una réplica viable. Están en ello.

Anomalías de las Pioneer

Cuando las sondas Pioneer fueron lanzadas en la década de 1970, equipadas con generadores nucleares de plutonio 238, los científicos de la NASA no intuían el misterio que se les venía encima. A medida que estas dos naves, los artilugios humanos que más lejos han llegado jamás, se alejaban de los centros de control terrestre, algo parecía no cuadrar. Los datos que llegaban indicando sus posiciones comenzaron a mostrar una leve desviación con respecto a lo previsto, como si una fuerza extraña las empujara del camino que los físicos estimaban. El problema de la llamada “anomalía de las sondas Pioneer” desconcertó tanto a los científicos que encabezaba muy a menudo las selecciones de “cosas que no encajan según las teorías científicas” en las revistas de divulgación. Finalmente, el año pasado, científicos portugueses dieron con la que parece la solución definitiva: el culpable de su desviación no es una nueva fuerza física desconocida, sino un efecto secundario provocado por la disipación térmica de los generadores nucleares. Dieron con ello ampliando el rango de datos estudiados, de la Pioneer 10 pasaron a estudiarse 23 años en lugar de los 11 iniciales. De la Pioneer 11 pasaron a estudiarse 11 años en lugar de los 3 iniciales. Así encajaron las cifras irregulares de desviación con la también irregular disipación térmica. Además, las desviaciones en las Pioneer disminuyen, lo cual encaja también con el esperado descenso en las emisiones calóricas de los núcleos radioactivos de plutonio 238. 

El parto de un tiburón virgen

En 2001, en el Zoo Henry Doorly de Omaha, Nebraska, una hembra de pez martillo dio a luz a un pequeño tiburón. No vivió mucho, porque una pastinaca que nadaba en su mismo tanque acabó con ella en horas. Pero su efímera presencia dejó atónitos a los expertos, pues no había machos en el tanque. ¿Cómo era posible? El posterior análisis de ADN del cadáver de la cría mostró la identidad de su madre. Además, no aparecía material genético del padre. La única respuesta posible la daba la partenogénesis, que es la habilidad que tienen las hembras de algunas especies para hacer que un óvulo comience a desarrollarse hasta formar un ser vivo sin la presencia de esperma. Se conocían múltiples casos en varias especies de insectos, y también en algunos vertebrados, como aves, serpientes y otros reptiles, como el dragón de Komodo, e incluso algunos peces óseos; pero nunca se había visto en tiburones. De nuevo, el hecho deja en el aire otros interrogantes. ¿Sucederá esto también en la naturaleza?

Las montañas ocultas de la Antártida

En 1958, científicos soviéticos descubrieron una larga cordillera de 1.200 kilómetros de longitud, con picos de hasta 3.400 metros de altura, enterrada bajo la placa de hielo de la Antártida, de tres kilómetros de espesor. Lo que les desconcertó es que la ubicación de estos “Alpes Antárticos” no coincidía con el límite de ninguna placa tectónica, y además se descartó su origen volcánico. ¿Cómo se formaron, entonces, las montañas Gamburtsev? Recientemente, con la ayuda de radares aéreos, un equipo multinacional de científicos publicó en Nature la respuesta a tan complejo rompecabezas. El proceso geológico que las formó comenzó hace muchísimo tiempo, 1.000 millones de años. Por aquel tiempo, varios microcontinentes colisionaron entre sí, aplastaron las rocas más viejas de la cordillera y formaron una gruesa corteza que se extiende muy por debajo de esta. Además, se formó la fisura de la Antártida Oriental, un rift de 3.000 kilómetros de largo que se extiende a través del océano en dirección a la India. Hace entre 250 y 100 millones de años, esa fractura allanó el camino para que el supercontinente Gondwana se rompiera, lo cual calentó la raíz de corteza terrestre bajo las montañas Gamburtsev y provocó su alzamiento. La placa de hielo antártica oriental, formada hace 34 millones de años, la protege contra la erosión.

La lluvia de hormigas zombis

En la copas de los árboles de Tailandia existe una especie de hormiga carpintera tropical (Camponotus leonardi) que lleva millones de años sometida a la inaudita crueldad de un hongo (Ophiocordyceps unilateralisse). El hongo provoca a las hormigas convulsiones que las hacen caminar erráticas hasta que se precipitan al suelo desde las copas de los árboles. Así llegan al sotobosque, donde las condiciones más frescas lo favorecen. El invasor utiliza el cuerpo de las hormigas para alimentarse y como “maceta”. De ellas brota un tallo a partir del cual disparan más esporas a las hormigas vecinas. Finalmente, la hormiga “zombi” muerde la vena principal del envés de una hoja venenosa y muere aferrada a ella. Pocos días después, de la cabeza del cadáver del insecto brota el hongo, que crece durante unas tres semanas hasta que está a punto para liberar las esporas de la nueva generación de esclavizadores de hormigas.

Materia explosiva en granjas de cerdos

Desde 2009, las granjas porcinas de una pequeña área del sur de Minnesota y del norte de Iowa cuentan con un misterioso enemigo de naturaleza “explosiva”. En septiembre de 2011, una pequeña chispa provocó una explosión que mató a 1.500 cerdos e hirió a un trabajador de la granja. La culpable es una especie de espuma generada por las bacterias que habitan en el interior de los pozos negros a los que van a parar los residuos fecales de los animales. En condiciones normales, el metano que se produce por los procesos de descomposición de las heces es liberado al aire por medio de ventiladores, lo que impide que alcance proporciones peligrosas. Sin embargo, este extraño gel alberga burbujas de metano con concentraciones de hasta el 60 o 70%, niveles que están cuatro veces por encima de lo considerado seguro. ¿Por qué se forma esta espuma en algunos pozos y no en otros? ¿Se debe a cambios en la alimentación de los cerdos? ¿Al jabón con el que se limpian los pozos cada año, cuando se vacían? ¿Ha mutado alguna bacteria? La ciencia se ha puesto manos a la obra, en busca
de respuestas.