Solo tres países han hecho realidad hasta la fecha el sueño espacial: Rusia, Estados Unidos y China. Todos ellos han invertido decenas de miles de dólares en investigación y desarrollo para poner su primer pie fuera de la Tierra. Lo mismo que sucede con compañías como SpaceX, Virgin Galactic o Bigelow, que han destinado grandes partidas a la exploración del universo con la vista puesta en un futuro de viajes comerciales y turismo extraplanetario. 

Pero un cuarto país está a punto de sumarse a la lista sin intervención del Gobierno ni de una empresa privada. En Dinamarca, dos emprendedores que no parecen de este mundo han puesto en marcha Copenhagen Suborbitals, un proyecto ‘open source’, sin ánimo de lucro y con unas miras muy altas: demostrar al mundo que es posible salir al espacio sin un presupuesto desorbitado, con una nave espacial casera fabricada con herramientas de ferretería. 

Lo suyo es tirar de talento y apañarse con cualquier cosa, aunque cuentan con alguna experiencia previa y con el apoyo completamente desinteresado de un puñado de patrocinadores y especialistas apasionados con su idea. Kristian von Bengston ha colaborado con la NASA en el desarrollo de vehículos lunares y en la elaboración de un manual de diseño. Peter Madsen, su socio, ha participado en la construcción de tres submarinos.  

En aquellas ocasiones contaban con otro tipo de recursos. Ahora calculan que el presupuesto necesario para un lanzamiento exitoso es de unos 50.000 euros, que tratan de conseguir mediante una campaña de ‘crowfunding’ (financiación colectiva) a través de la web IndieGogo

¿Y cómo lo hacen para ajustarse tanto el cinturón?

Al estilo de Kristian Pielhoff en Bricomanía, cualquier cosa vale con un poquito de creatividad y los conocimientos adecuados. El fregadero de la cocina sirve de válvula y un secador impide que se congele. Casi todo lo demás se puede comprar en la ferretería del barrio. En lugar de encargar un carísimo centrifugador a la NASA, fueron al parque de atracciones local, los míticos Tivoli Gardens, y pusieron una montaña rusa a máxima potencia para probar sus sistemas de cara a un futuro lanzamiento.

Ya han hecho un par de ensayos con su nave espacial Tycho Brahe, bautizada así en honor a un astrónomo danés del s. XVI conocido por sus precisas observaciones astronómicas sin la ayuda de un telescopio. En 2010, se quedaron sin energía y la válvula se congeló antes del despegue. En 2011, consiguieron lanzar el cohete hasta una altura de 2,8 km. Después el motor se apagó por razones desconocidas. No les importa, porque su filosofía es que de los fallos también se aprende.

«Lucho constantemente por mantener una calidad baja» afirma Peter. «Si el trabajo es demasiado bueno se tarda demasiado y cuesta demasiado«. No tienen prisa ni obligaciones contractuales, pero son conscientes de que si complican cada vez más su invento no serán capaces de acabarlo nunca. Aunque tal vez a Kristian no le importe pues confiesa que lo que más le asusta es el día después de hacer historia. «No sabría a qué dedicarme después si conseguimos que funcione».

 

Bautizando la cápsula ‘Beautiful Betty’

Prueba de inmersión de la cápsula

El motor en funcionamiento

Revisando el cohete

Lanzamiento de prueba del cohete

Poniendo a prueba el paracaídas

El asiento de la cápsula espacial

Transportando la cápsula

En el interior de la cápsula

Lanzamiento de prueba de la cápsula