Alejandro Marín Menéndez es bioquímico e investigador especializado en malaria. Además es ciclista y, lo más importante: es un soñador. Un día soñó Scicling: un proyecto para llevar lo más hermoso de la ciencia a chicas y chicos de institutos del mundo, y hacerlo sobre una bicicleta. 

Alejandro Marín es un científico de primer nivel. Veterinario, tiene un máster en Bioquímica, otro en Educación y un doctorado en Microbiología.

Trabajó en el área de neurociencia, nanopartículas y células madres tumorales, y dedicó gran parte de su carrera a buscar formas de combatir la malaria. Trabajó en el Instituto Wellcome Sanger, de la Universidad de Cambridge, y participó en un estudio que publicó Nature: descubrieron una variante genética de la sangre que protege contra la malaria. (Aún mueren 600.000 personas al año en el mundo por malaria).

Pero, además de trabajar como científico, Alejandro es de los que están convencidos de que hacer ciencia y pensar ciencia te hace feliz. Sí, feliz. Así que buscó la manera de contarlo a estudiantes en edad de elegir carrera que apenas tienen contacto con científicos, y pensó en llegar a ellos en bicicleta.

Scicling en marcha

Con su proyecto, Sicling, Alejandro ha recorrido en bicicleta pueblos de las Islas Canarias, después, Uruguay, y está haciendo las maletas para viajar a África.

Su objetivo es divulgar ciencia a chicas y chicos de institutos. Les habla de la ciencia desde sus ojos ilusionados, les enseña a extraer ADN de una fresa, la importancia de sus investigaciones en malaria, y les muestra que ser científico es vivir de un modo singular.

«Desde los 17 años sabía que quería ser investigador. Quería ver qué era un átomo de carbono, entender las fórmulas, adentrarme en el mundo de la ciencia”, y así arrancó la carrera de bioquímico de Alejandro Marín. Después llegó la segunda pasión del binomio Scicling: “A los 32 años, después de haber hecho mucho deporte, me compré una bici de carretera para empezar a hacer triatlones. Un tiempo viví en El Hierro y propuse repartir libros por la isla en mi bicicleta. Aquél fue mi primer proyecto”.

Y ese runrún se acabó convirtiendo en un sueño mientras trabajaba en el centro de investigación Wellcome Sanger Institute de Cambridge.

El departamento de Divulgación Científica del centro lanzó un concurso con premios de hasta 1.500 libras (unos 1.800 euros) para incentivar a los investigadores a presentar sus propios proyectos. «Pensé que podría utilizar la bicicleta como medio de divulgación para chavales a la edad en la que yo decidí ser científico, entre los 15 y los 18 años, que es cuando empiezas a decidir cuál será tu siguiente paso». Alejandro consiguió uno de los cuatro premios. Ahora ya sólo faltaba hacerlo real. Y lo aterrizó, por primera vez, en Canarias.

Primer destino: Canarias

“Me pusieron en contacto con José Manuel, encargado del área STEAM de Canarias, que hizo mi propuesta oficial y se encargó de contactar con todos los institutos. Él me organizó un itinerario y decidió las islas a las que iba a ir, que finalmente fueron Lanzarote y Fuerteventura…», y así empezó a pedalear Scicling.

«En un instituto estuve con 120 alumnos, casi todos sus padres trabajaban en el turismo, ver un científico era muy raro para ellos»

Se colocó su casco, su bata, llenó sus alforjas y empezó a pedalear hacia su primer instituto en Canarias. «En un instituto estuve con 120 alumnos, casi todos sus padres trabajaban en el turismo, por lo que el hecho de que fuera a verlos un científico y que les hablara de investigación fue para ellos algo muy novedoso», explica Alejandro

Segundo destino: Uruguay

«Presenté el proyecto en otro concurso, esta vez de una asociación de mentores de la que formo parte, la IMFAHE (International Mentoring Foundation for the Advancement of Higher Education).

Scicling consiguió el premio al Mejor Proyecto Social y decidio invertir el dinero en el viaje a Uruguay. «Convencí a mi jefe de Cambridge para que me dejara tres semanas libres y con el dinero que saqué de este premio pude pagarme alojamiento y comida», explica el investigador.

En Uruguay recorrió 22 Liceos en 3 semanas (un total de 800 km), su aventura tuvo una gran repercusión mediática: apareció en periódicos, webs e incluso le entrevistaron en televisión el día después de las elecciones nacionales. «En la carretera un coche me hizo parar y me reconoció: “Eres el científico de la tele, ¿vienes a mi pueblo?”, me dijo.

Como extraer ADN de las fresas

En sus charlas, para romper el hielo, les pregunta cómo se imaginan ellos a un científico: «Me suelen responder que con bata blanca, gafas, el pelo alborotado… Y yo les digo: vaya, entonces yo no puedo serlo porque no tengo pelo, no llevo gafas y no voy con bata. Realmente les cuesta asociar mi imagen a la de un investigador «, explica Álex.

“Cuando pregunto si alguien quiere ser científico, casi todos dicen que no porque es muy difícil…Y yo les hago ver que también son complicadas las profesiones que ellos prefieren: medicina, informática, arquitectura. A un chico que dijo que sólo le interesaba el tenis y el deporte en general le pregunté si creía que las pelotas de tenis eran iguales ahora que hace 20 años”, explica Alejandro. “¿Y qué crees que las ha hecho mejores?, le dije. La investigación”.

Después de este primer acercamiento, el bioquímico les habla de su centro de investigación y de los que allí trabajan: personas de más de 25 nacionalidades, de todas las edades y géneros, rompiendo aún más la imagen predefinida que podrían tener los chicos sobre los investigadores.

Después de esto, Alejandro entra en materia hablándoles del ADN y las enfermedades o variantes genéticas, un campo que domina a la perfección. Y les propone un experimento para extraer ADN de fresas. Muchos de ellos, a pesar de tener laboratorios en sus institutos, jamás han hecho un experimento así.

«Les explico para qué utilizo yo el ADN para estudiar la malaria»

«El experimento que les propongo se hace con detergente, agua, sal y vodka frío. Lo puedes hacer tú en casa y es muy visual porque la fruta tiene mucho ADN y, al hacerlo, se forma una especie de nube blanca que puedes “pescar” con un palillo. Ellos lo ven y luego les explico para qué utilizo yo el ADN: para estudiar la malaria«.

Alejandro recuerda entre risas alguna confusión: “En Uruguay la directora de un instituto me dijo que cuando les dijeron que venía un chico en bicicleta y que había pedido vodka frío, no lo tenían nada claro. No me encajaban muy bien. Se pensaban que me iba a echar ahí unas copas”.

El difícil trabajo de buscar financiación

«En esa segunda parte, hacemos grupos de 4 o 5 personas y les doy 10 propuestas de proyectos reales relacionados con la malaria: proyectos como desarrollar una vacuna, distribuir mosquiteras… todos ellos de diferentes países y con diferentes presupuestos. Ellos, como equipo, se convierten en una agencia de financiación y viven en su piel las gestiones que tenemos que hacer nosotros cuando mandamos un proyecto a la Unión Europea para intentar conseguir presupuesto».

La fórmula (C+H)xA

«Siempre termino con una fórmula: (C+H)xA. La C son los conocimientos, la H son las habilidades y la A la actitud. Si tú tienes conocimientos de 10 y habilidad de 10, sumas un 20. Pero si tu actitud es un 0, tienes muchos conocimientos y muchas habilidades, sí, pero al final valen 0. Siempre acabo la sesión con esta fórmula para que entiendan que más allá de los conocimientos y las habilidades, es la actitud lo que a mí me lleva a hacer lo que estoy haciendo y lo que les puede llevar a ellos también a hacer lo que quieran hacer».

Al margen de su trabajo científico, Alejandro ha publicado dos libros de poesía, ha hecho un Ironman de Triatlón, ha dado clases de inglés a una asociación de niños con cáncer, y un sinfín de cosas que nada tienen que ver con la ciencia, que también son pasiones para él y que también explica a los chavales para que vean que su vida puede ser tan grande y rica como ellos deseen que sea.

Próximo destino: África

«Ahora me gustaría llevarlo a un país africano, porque tenemos proyectos de colaboración allí, en Camerún, Mali, Benín… y me gustaría hablar allí sobre la malaria, ya que les afecta directamente. El desafío en este caso es el desarrollo logístico: tengo que encontrar a alguien que contacte con los institutos para generar un itinerario, como hice en las dos anteriores etapas. Yo les digo lo que puedo pedalear (unos 40-50 km al día), los días de los que dispongo, y ellos trazan un itinerario en base a eso.”   

Alejandro ha sido galardonado con la prestigiosa beca Marie Curie gracias a un proyecto científico centrado en la investigación del desarrollo de las formas sexuales del parásito de la malaria, que son transmitidas del humano al mosquito. Ese dinero, lo va a emplear en el viaje a África.

“Si interrumpes esa fase, puedes interrumpir la transmisión, ya que solo hay unas formas determinadas del parásito que son capaces de reproducirse dentro del mosquito, no todos pueden continuar su ciclo”, explica Alejandro.

La investigación de la malaria es uno de los pilares del trabajo de Alejandro. “Encontramos una variante genética humana que ofrece una protección muy alta contra infecciones de malaria. Ese estudio lo estamos trasladando al proyecto que llevamos en Mali. También vamos a intentar investigar ese fenómeno en otro tipo de parásitos, otra especie de Plasmodium que también producen la malaria”, explica.

«El trabajo de investigador me ha ayudado mucho a crecer como persona y creo que sí, que la vida es, sin duda, una ciencia»

Antes de despedirnos, le pregunto si cree que la vida es, al fin y al cabo, una ciencia. “Los valores que en general son positivos para la ciencia son positivos también para la vida, como por ejemplo trabajar la paciencia, ser riguroso, honesto, tener pasión por lo que haces y estar motivado para ello, probar cosas que no funcionan y saber manejar la frustración y la aceptación cuando no llegues a entender el por qué no funcionan… El trabajo de investigador me ha ayudado mucho a crecer como persona y creo que sí, que la vida es, sin duda, una ciencia”.