Sin perder la sonrisa, y con un gesto de amabilidad propio de las personas humanamente excelentes, el investigador Francis Mojica relata cómo fue el día que descubrió CRISPR, el hallazgo científico del siglo, que mereció un premio Nobel para el que la Real Academia Sueca no le tuvo en cuenta 

Fotografía: María Cortes

“Cariño, he descubierto algo asombroso que algún día aparecerá en los libros de texto de biología”.

Así, con la sencillez de una frase de cariño a su esposa, el investigador español Francis Mojica iniciaba el relato ante los asistentes de la gala de la Selección Mediterránea de la Ciencia, en Casa Mediterráneo (Alicante), sobre cómo fue el momento en que descubrió una “intrigante secuencia de ADN” que le cautivó por completo. El desarrollo a partir de su descubrimiento mereció un premio Nobel, en el que la Real Academia Sueca no incluyó a Mojica.

Francis Mojica bautizó con el acrónimo CRISPR, de Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats, un hallazgo que hoy se considera internacionalmente la mayor revolución biotecnológica del siglo. Las tijeras moleculares ya están activas, cortando y pegando genes, en miles de laboratorios de todo el mundo, confeccionando los patrones de un futuro distinto que Francis Mojica pudo vislumbrar.

El investigador de la Universidad de Alicante explicó así cómo vivió el momento en que se encontró con CRISPR:

“Voy a contaros una pequeña historia. Hace 30 años, paseaba por las salinas de Santa Pola, a 30 kilómetros de Alicante. Las salinas son un ecosistema extremo y singular y en ellas encontré un microorganismo extraordinariamente raro. Se llama Haloferax mediterranei, de una sola célula.

Estas piscinas hipersaladas se calientan muy deprisa gracias al buen clima que disfrutamos en Alicante. Con el calor, el agua del mar se evapora para dejar altísimas concentraciones de sal en el suelo, generando un ecosistema tan salino que es casi incompatible con cualquier forma de vida.

Los microorganismos que encontré, Haloferax mediterranei, están adaptados a estas condiciones extremas. Estos organismos pertenecen a un grupo particular de bacterias, las Arqueas. Posiblemente hayan oído hablar de bacterias, pero no de estas tan extrañas. Su rareza hizo que durante muchos años no hiciéramos grandes avances en la investigación sobre estos organismos.

Pero en ellos yo había visto una secuencia de ADN intrigante que me cautivó totalmente, y me entregué por completo a investigar estos Haloferax mediterranei para tratar de encontrar una explicación a esa secuencia tan rara presente en estos organismos extrañísimos.

Diez años más tarde, durante las vacaciones de verano del año 2003, fui consciente de que esa secuencia de ADN era parte del sistema inmune de la Arquea, un sistema inmune extraordinariamente adaptado, que les protege de infecciones de virus, por ejemplo. Fue una revelación tan asombrosa que salí corriendo del laboratorio de la Universidad de Alicante y corrí al apartamento de mis suegros, donde estaba mi mujer, y le dije “Cariño (bueno, posiblemente no dije “cariño”), he encontrado algo realmente asombroso, que tarde o temprano va a formar parte de los libros de biología”. Y así ha sido.

La aplicación que ha derivado de este descubrimiento ha revolucionado la ciencia de un modo global, la microbiología, la agricultura, la biotecnología y particularmente la medicina.

La historia de las civilizaciones mediterráneas muestra que, como la Haloferax mediterranei, los mediterráneos somos capaces de adaptarnos a vivir en circunstancias realmente complicadas. Trabajando duro, pero también, y al mismo tiempo, disfrutando la vida. Mis colegas, científicas y científicos, ejemplifican lo que digo. Gracias a nuestro particular «sistema inmune», adaptado a fuerza de situaciones adversas, resistente a todo, gracias a nuestra perseverancia, podemos hacer que ocurran grandes cosas”.

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