Las nubes rizadas de la noche estrellada de Van Gohg; la brisa que mueve el vestido de las mujeres de Sorolla; esa luz naranja en el surrealismo de Dalí y la formanción de La Gran ola de Kanagawa… Una meteoróloga describe el clima en cuatro de las obras de arte más importantes del mundo.

Mar Gómez es responsable del área de meteorología de @eltiempoes, y acaba de publicar un libro que reúne curiosidades y explicaciones científicas a fenómenos meteorológicos. El libro se titula En qué se parecen las gotas de lluvia al pan de hamburgues.

Colaboradora habitual en QUO.es, le hemos pedido que nos cuente cómo era el clima en la Noche estrellada, que viento mecía a las mujeres que pintó Sorolla… Con sus explicaciones de los fenómenos meteorológicos, los cuadros cobran realidad.

La brisa de Paseo a orillas del mar, obra de Sorolla, 1909

En  “Paseo a orillas del mar” dos mujeres pasean por una playa del Mediterráneo: en concreto en la ciudad de Valencia. La brisa mueve sus vestidos y sombreros, posiblemente un viento de Levante que sopla habitualmente en la región, aportando humedad, moviendo el atuendo de ambas mujeres.

Los vientos en España suelen recibir diferentes nombres según su procedencia y uno de ellos es el viento de Levante. Este es un viento que procede del este y con el que se suele nombrar al que sopla en la costa mediterránea española con esta procedencia.

Los vientos de Levante aportan humedad a la región, marcada por un característico clima Mediterráneo. En algunas ocasiones soplan con más intensidad y en otras, como una suave brisa. Y es que la brisa costera, de la que parecen disfrutar ambas mujeres en el cuadro, se produce por una diferencia de calentamiento entre el agua del mar y la tierra de la costa.

Durante el día, la superficie terrestre se calienta más y el aire que hay junto a ella se eleva, siendo reemplazado por aire mas frío procedente del mar y creando esta circulación de aire que genera la brisa.

La luz naranja en La persistencia de la memoria. 1931, obra de Dalí

En este cuadro, desde el punto de vista meteorológico, podemos pensar que el tiempo meteorológico y el tiempo como unidad se fusionan de una manera armoniosa.

Los relojes se encuentran sobre una playa en la que parece estar atardeciendo o amaneciendo dada la tonalidad anaranjada y amarilla del cielo. Pero ¿por qué adquiere este color el cielo en esas horas del día?

Los atardeceres o amaneceres suelen adquirir estos colores debido a la dispersión de la luz. La luz del Sol es blanca o lo que es lo mismo es la suma de los colores que componen el espectro visible. Cuando la luz solar viaja por el espacio y llega hasta nuestra atmósfera se producen ciertos cambios en ella.

Cuando el Sol se oculta en el ocaso, los rayos de luz solar ya no inciden perpendicularmente como cuando vemos el cielo azul durante el resto del día, sino que tienen que recorrer mucha más distancia en la atmósfera que cuando el Sol está en el cenit.

Como resultado, los colores con longitudes de onda menor —azules y violetas— se dispersan mucho antes, lo cual hace que ya no lleguen hasta nosotros. En este caso, las longitudes de onda más largas, es decir, los colores rojizos, naranjas y amarillos, sufren menor dispersión, llegando hasta nosotros y dando esa tonalidad rojiza tan característica de los amaneceres y los atardeceres de la Tierra.

Y es precisamente este simple paisaje marino, típico del Cadaqués daliniano, con el atardecer (o amanecer) de fondo, el cabo de Creus y la costa escarpada el que pone el contexto de una de las inspiraciones de este cuadro: la teoría de la relatividad de Einstein que se plasma a través de los relojes derritiéndose como un símbolo inconsciente de la relatividad del espacio y del tiempo.

Las nubes en forma de ola en la Noche estrellada de Van  Gogh. Junio de 1889

Se cree que Van Gogh pudo inspirarse en un tipo de nube muy curiosa para pintar la noche estrellada.

Las nubes fluctus o inestabilidad de Kelvin Helmholtz, son nubes con forma de rizo generadas por la diferencia entre dos masas de aire con características diferentes y que aparecen cuando tenemos una importante inversión térmica en la atmósfera.

Si esto ocurre, tendremos dos masas de aire: una más fría y más densa, más cerca del suelo, y otra más cálida y menos densa por encima.

Con estas variaciones térmicas y la acción del viento se consigue esa diferencia de velocidades entre ambas capas de aire. Ya solo se necesita que el viento sople con cierta intensidad y reparta su flujo en direcciones diferentes, moldeando con su velocidad la forma de las ondas.

La ola más famosa del mundo, de Katsushika Hokusai (1760–1849) 

Nuestros mares y océanos están llenos de olas, como la que pinta Katsushika Hokusai, fruto fundamentalmente de la acción del viento.

El viento crea un rozamiento sobre la superficie del mar como si de un peine se tratara. Cuando sopla, se empiezan a crear pequeñas ondas, conocidas como ondas capilares, de tan solo unos milímetros de longitud. Cuando el viento continúa ejerciendo su acción varios kilómetros, empieza a generar olas de mayor tamaño.

En general, cuanto más viento tengamos, más estable sea y más tiempo sople en una misma dirección, de mayor tamaño puede ser la ola. Por supuesto, otros factores como el fondo marino (bancos de arena, arrecifes o rocas) entran en juego para mantener o desarrollar el oleaje. Por eso, a medida que las olas se aproximan a la orilla, van perdiendo velocidad —ya que la profundidad del fondo es menor—, hasta que acaban rompiendo.