Un viaje en tren originó algo tan insólito como que un coche de Ford, el Mustang, decidiera apostar por la imagen de un pony en lugar el óvalo azul característico de la marca
Los mustang son caballos salvajes que viajaron desde la marisma andaluza a Norteamérica de la mano e Colón. Corren por las grandes llanuras estadounidenses, libres, sin ataduras ni bridas que los retengan. Hace tiempo que se convirtieron en un icono… como el pony que domina la parrilla del eléctrico Mustang Mach-e y de todos los Ford Mustang de la historia. Ahora, en su versión eléctrica, estos ponys, hacen el camino inverso desde la planta que Ford tiene en Cuautitlan, México hasta Europa para tratar de conquistar un terreno que tienen pendiente de dominar.
La historia del pony, la de este pony de Ford, es una historia de rebeldía, como la de los caballos en los que se inspira. Pertenece a Ford pero va por libre, siempre en la parrilla mirando hacia el oeste, sin renegar de la marca que lo creó, pero sin exhibir a quién pertenece. Se asoció en los años sesenta al fabricante norteamericano porque en esos momentos Ford se planteó crear un automóvil que diera respuesta a los gustos de los consumidores más jóvenes. Cierto que hasta ese momento la marca se había jactado de crear vehículos que satisficieran las necesidades de la mayoría de los consumidores, pero los muchachos que habían nacido durante la Segunda Guerra Mundial y que en los sesenta alcanzaban la veintena, querían algo más, algo diferente que encajara con su inconformismo. Y surgieron los pony cars, una división de los muscle cars. Eran coches que se caracterizaba por capós muy alargados para poder alojar motores de V8 y zagas muy breves. El Mustang de Ford fue el primer coche de estas características que salió al mercado. Se lanzó en 1964 y su éxito fue saber dar respuesta a ese inconformismo juvenil a un precio de 2.368 dólares, una cantidad abordable por muchos de ellos.
Pero, ¿por qué Ford lanzó un coche sin su logo? La culpa o el acierto de ello se debe a Philip Clark, diseñador de la marca en los sesenta. Tras un viaje a su Nashville, Tennessee, Clark se dirigía a California cuando, a la altura de Nevada, una manada de caballos mustangs llamó su atención por la belleza de la imagen. Clark, que ya andaba trabajando en un concepto de deportivo con motor central, asoció su proyecto con aquella estampa y propuso a Lee Iacocca, director general de Ford, el nombre de Mustang y el pony en la parrilla para diferenciarse de los Ford de los compradores más veteranos. La idea fue aceptada y nació el mito que hoy se perpetúa en el Mustang Mach-e.
Se trata este de un eléctrico que conserva la filosofía que siempre ha caracterizado a Ford, la de ofrecer coches que se ajusten a las tendencias del mercado en cada momento y de hacerlo, además, buscando una adecuada relación calidad precio y, cómo no, un punto de sorpresa. Y eso en el Mach-e (maki, dicen en Ford) se traduce en una pantalla gigante en el salpicadero, en que aprende de tu forma de conducir para darte la autonomía real en cada momento, en que detecta por sí mismo posibles fallos y en estar preparado para la conducción semiautonónoma nivel 2, lo que quiere decir que traza curvas por sí mismo además de otros efectos especiales de alto impacto. Por todo esto acaba de ganar el premio a la Mejor Berlina del Mundo 2022 que concede el Women’s World Car of the Year.
¿Es un traidor o no?
Pero, ¿y sus orígenes? ¿está traicionando el concepto que creó Phil Clark? No, el Match sigue fiel a su línea cupé, solo que adaptada a los SUV que tanto se llevan ahora. Y, como era de esperar, lo hace manteniendo el capó prolongado, solo que en este caso no es para albergar un gastón motor de ocho cilindros, sino para dotar al coche de un segundo maletero que, además, es drenable como en el Ford Puma. Pero, entonces, ¿dónde va el motor? Depende. En las versiones de tracción trasera, en el eje trasero. En las 4×4 (All Wheel Drive) en los dos ejes, uno delante y otro atrás y, entre ambos, una fina capa de baterías que pueden ofrecer una autonomía de hasta 600 km para que cabalgar contra el viento a la velocidad del rayo siga siendo posible aún en tiempos de dolor medioambiental.