La región tembló, violentos terremotos sacudieron la tierra, los volcanes escupieron su lava y profundas grietas se abrieron en el suelo. El 26 de septiembre de 2005, el geólogo Dereje Ayalew y su equipo de la Universidad de Adís Abeba asistieron a un fenómeno que cambiará la fisionomía del planeta: la aparición de un nuevo océano y un “continente” más sobre la Tierra. Constataban así, Ayalew y sus investigadores, un suceso que habían registrado los satélites. Una franja de 60 kilómetros de longitud se abría en el triángulo de Afar, entre Etiopía, Eritrea y Yibuti, en lo que terminará siendo, dentro de un millón de años la separación del cuerno de África del resto del continente y el avance del mar Rojo sobre esta área.
Los datos de geólogos y geofísicos dicen que se produce con una rapidez inusitada, sobre todo a raíz de los movimientos sísmicos en la zona que Tim Wright, de la Universidad de Oxford, medidos con precisión gracias al satélite Envisat de la Agencia Espacial Europea. Así ha sido posible conocer cómo se inició esta increíble transformación geológica.
Deprisa, deprisa
Hace 30 millones de años, en la región se desencadenó una intensa actividad volcánica y tectónica. África y Arabia, todavía unidas, comenzaron a separarse y aún hoy siguen haciéndolo a razón de 1-2 cm/año. Consecuencia de eso fue la creación de dos fallas que más tarde dieron lugar al mar Rojo y al golfo de Adén. Ahora, en la zona debilitada que se abre en medio de la placa tectónica, el magma emerge y, además de formar el suelo basáltico del futuro océano, origina explosiones volcánicas, erupciones y ríos de lava en las zonas de ruptura de la superficie. Son esas fisuras que Dereje Ayalew observó, las que engulleron a decenas de animales que tardaron demasiado en huir.
No hay dos sin tres
Cerca del lago Victoria, en el sur, se abre una tercera falla que completa el triángulo afectado por esta transformación geológica. Algunas de las zonas de fractura tienen hasta 100 metros de profundidad. En total, son casi 300 kilómetros de anchura del triángulo de Afar los que se están hundiendo a un ritmo de 16 mm/año. El desierto de Danakil, que alcanza los 60ºC, es el más afectado por el proceso. Ya está a 160 metros por debajo del nivel del mar, y será el futuro océano cuando las aguas del mar Rojo logren invadir la zona.
De momento, el paisaje de la región está virando a una estética surrealista. El agua de las lluvias de las zonas etíopes se filtra a través de numerosas fisuras y, al entrar en contacto con el subsuelo magmático, hierve y vuelve al exterior convertida en fumarolas de ácidos colores.
¿Un cuadro de desolación? Sí, pero no la suficiente como para que la tribu que da nombre a la zona, los afar, contemplen a diario cómo las divinidades hacen diabluras en su tierra.

Redacción QUO