Paradójicamente, este pacífico gigantón, el tiburón ballena, se alimenta de los organismos más minúsculos del mar: montones de plancton, diminutos huevos flotantes y pececillos que se cruzan en su camino mientras succiona el agua marina entre sus 3.000 aburridos dientes. Los tiburones ballena nadan lentamente, sin miedo a acercarse a la superficie, y suelen detenerse alrededor de los pesqueros cuando han llenado sus redes; supuestamente, porque encuentran grandes concentraciones de alimento. Incluso se ha visto cómo algunos ejemplares chupan las propias artes.
El animal de la fotografía se asoma al exterior, curioso, como para ver qué sucede. No se sabe si para agradecer el maná recibido o, quizá, para reprender a los pescadores: las manchas grandes de la red inmensa recuerdan las formas de animales grandes; la silueta alargada del extremo izquierdo bien podría ser uno de sus congéneres.
La pesca de esta especie, consciente o accidental, legal o furtiva, ha ayudado a que se catalogue como amenazada. También ha ayudado que las hembras no alcancen la madurez sexual hasta los 20 o 25 años, y que no se reproduzcan con profusión.
Redacción QUO