El smog, esa mezcla de niebla, humo y ruidos, se ha convertido en la seña de identidad más tóxica de los océanos y en una seria amenaza para sus habitantes. Muchas especies vagan perdidas sin apenas poder echar mano de sus habilidades para comunicarse, navegar y sobrevivir. Ante el rugido de barcos y los olores que estos expelen, a veces ya ni oyen ni huelen lo que realmente les interesa para orientarse y captar la proximidad de un depredador.
Es un peligro, sin embargo, que durante décadas ha pasado desapercibido porque solía ponerse el foco en la pesca incontrolada o la desaparición de los arrecifes. Es ahora cuando los científicos empiezan a detectar que los peces están perdiendo esos sentidos que les ayudan a comunicarse, navegar y sobrevivir.
El biólogo Kieran Cox, de la Universidad de Victoria, en Canadá, ha dirigido un metanálisis a partir de 42 estudios que muestran cómo el ambiente acuático está cada vez más bombardeado por una variedad de contaminantes acústicos cuyo alcance e intensidad no han dejado de aumentar en la última década afectando negativamente al comportamiento y la fisiología de los peces. El mayor peligro se advierte en su capacidad de alimentación, el riesgo de depredación y el éxito reproductivo. Además, se demostró que el ruido antropogénico aumenta los umbrales de audición y los niveles de cortisol de numerosas especies.
Para Jennifer Kelley, bióloga de la Universidad de Australia Occidental en Perth, las repercusiones son graves: “Cuando estas especies se asienten en hogares equivocados o no reconozcan a los depredadores, se alterará todo el sistema ecológico y veremos cómo se extiende al modo en que interactúan los individuos”.
Se acercan fatalmente a los depredadores
Como ejemplo, el pez payaso ya empieza a sufrir los efectos de la acidificación del océano y le cuesta encontrar un lugar seguro en los arrecifes de coral, algo que comprueba la ecóloga conductual Danielle Dixson en los estudios que dirige desde la Universidad de Delaware, en Newark (EEUU): “Les falla el olfato y se acercan fatalmente a los depredadores”. Las crecientes emisiones de dióxido de carbono está volviendo cada vez más ácidos los océanos y en pocas décadas podría llevar a un incremento en la mortalidad de las larvas, según indica en un artículo publicado en Ecology Letters.
La raíz del problema estaría en el cerebro, ya que el agua acidificada altera el funcionamiento de un receptor químico conocido como GABAA. Esta misma causa podría reducir también la capacidad olfativa de otras especies de mayor tamaño, como los tiburones, debilitando uno de sus principales sistemas de detección de alimento, de acuerdo con un estudio que aparece que Global Change Biology.
En el caso del bacalao, que usa el sonido para comunicarse, el ruido humano está interfiriendo en sus migraciones y les resulta complejo distinguir las señales acústicas del océano entre el alboroto que llega de los botes recreativos, barcos comerciales y otras fuentes. Cox y su equipo concluyen la mayoría de las especies en los ecosistemas marinos son sensibles a estas fuentes de ruido y las consecuencias podrían ser extremadamente graves. “Estos hallazgos deberían servir como advertencia para detener la trayectoria actual”.