El broche con forma de estrella de mar luce como una declaración de principios en su solapa. Amable, concisa y brillante, Jane Luchenco nos recibió durante su visita a Madrid para recoger el premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación. A lo largo de su carrera ha trascendido el campo de la investigación para participar activamente en el diseño de reservas marinas a partir de criterios científicos. Y se sumergió en la gestión política para lidiar con marejadas como las leyes de pesca o los vertidos de petróleo. Esta es su mirada sobre lo que ocurre más allá de la costa.
P ¿Qué es el mar para usted?
R Todo. Crecí en Colorado, en medio de EEUU, lejos de él. Pero en la universidad hice un curso de verano sobre biología marina y descubrí un mundo del que me enamoré. Para siempre. Primero me fascinó la inmensa variedad de formas de los invertebrados y, al conocerlos, las razones de su diversidad. Había tantos colores y formas. Las tres cosas básicas que debe hacer un animal son buscar alimento, evitar que se los coma un depredador y encontrar pareja para tener crías y cuidarlas. Pero en los mares hay tantos animales que tienen que buscar tantas formas diversas de llevarlas a cabo, que resulta fascinante ver cómo se alimentan o cómo se las apañan para no ser arrastrados por las olas o esconderse de sus enemigos.
P ¿Así es como empezó a investigar?
R Sí. Tuve la suerte de trabajar con personas que no se limitaban a sugerir ideas sobre las causas de lo que veían, sino que diseñaban experimentos para comprobar si eran ciertas. Por ejemplo, en la costa ves que hay plantas y animales que viven casi al nivel del mar y otros habitan en zonas más altas. Trasladarlos de unas a otras nos enseñó a ver las causas de esa distribución. Así descubrimos que había mecanismos que funcionaban tanto en el mar como en la montaña: la razón de que las especies no vivan en zonas altas es el desafío físico que les supone, mientras que las causas de que no bajen más son biológicas, como la presencia de competidores y depredadores.
P ¿Cuándo sintió la necesidad de actuar para conservar los mares?
R Al visitar repetidamente los mismos lugares vi lo deprisa que cambiaban, que la mayoría de esos cambios se debían a la actividad humana y que no nos dábamos cuenta de lo que estábamos haciendo sin querer. Empecé a querer compartir el conocimiento científico con la gente y los políticos, para ayudarles a contar con más información para tomar decisiones, de forma que resultaran menos destructivas. Por ejemplo, para transformar un área costera hemos de saber que nos proporciona muchos beneficios: son zonas de cría para pesquerías, albergan microbios descontaminantes, protegen de las tormentas. No los tenemos en cuenta porque son gratis. Pero poco a poco la conciencia de que existen empieza a influir en las decisiones.
P Una de esas actitudes irresponsables es la sobrepesca. Parece que en la última reforma de la Política Pesquera Común (PPC), Europa ha tenido más en cuenta a los científicos. ¿Qué opina?
R A escala global los océanos se encuentran en grave peligro y, por tanto, nosotros también. Entre sus amenazas se encuentran el cambio climático, la acidificación, la contaminación (también la contaminación por nutrientes, no sólo la química), el uso de artes de pesca destructiva y la sobrepesca. Mucha gente olvida que esta última amenaza la seguridad alimentaria: 3.000 millones de personas dependen del mar para obtener proteínas. Y se puede pescar de forma sostenible. La reforma de la PPC es muy valiente y, si se cumple de verdad, puede acabar con la sobrepesca actual. Con una ley similar, en EEUU se han recuperado 32 stocks desde el año 2000 hasta un nivel en el que pueden soportar cierta presión de pesca.
P Pero ¿cómo se mitiga el costo económico a corto plazo?
R El problema con las pesquerías reside en lo que llamamos sobrecapitalización: hay demasiados barcos y pescadores para muy poco pescado. Si se fija para una pesquería una cuota de temporada, los pescadores buscan sacar la mejor parte y se lanzan a pescar todo lo que pueden. A veces han agotado la cuota en un solo día, y aunque estén en Alaska y haga un tiempo horrible, tienen que salir a pescar, porque lo que no consigan ellos se lo llevará otro.
En EEUU tenemos un mecanismo que no está en la PPC y que contribuye a que los pescadores colaboren: las concesiones transferibles, que aplicamos en aproximadamente un tercio de las pesquerías. Con él se garantizan porcentajes de la captura total a pescadores, comunidades o barcos durante varios años. Pueden usarlas ellos o venderlas. Al ser un porcentaje, si al año siguiente hay más peces, su ganancia será mayor. Les interesa gestionar bien las pesquerías para el largo plazo. Esto les anima a colaborar y saben que pueden pescar cuando el precio de mercado sea conveniente, cuando haga buen tiempo o cuando les convenga según su vida personal.
P Para una mayor protección, usted ha ayudado a diseñar reservas marinas. ¿Funcionan?
R Nuestra capacidad de pescar y hacer prospecciones en todas partes se desató sobre todo desde 1950, y eso ha agotado y destruido muchos ecosistemas. Es una cuestión de sentido común establecer áreas donde esas actividades estén prohibidas. En todo el mundo hemos visto que en ellas aumenta muchísimo tanto el número de especies como su tamaño y su capacidad reproductiva. Estoy pensando en un pez de roca que suele tener 150.000 crías. Pero si le dejas crecer más en una reserva puede producir 1,7 millones. Y esas crías pueden viajar con las corrientes y servir de recarga a otras zonas.
Las reservas tienen que complementarse con otras medidas, pero su función para proteger la biodiversidad y evaluar los impactos que causamos fuera de ellas es muy importante.
PCada vez buscamos más recursos en el mar: energías alternativas, minerales raros, material genético, combustibles… ¿Qué precauciones debemos tomar?
R Uno de los principales mensajes de la comunidad científica en este sentido es que debemos dejar de considerar esas actividades por separado y estudiar cuáles pueden coexistir sin amenazar el ecosistema. Aplicar una visión más global.
P El derretimiento del Ártico concentrará allí una lucha por esa gran variedad de recursos.
R Sí. Hasta ahora hemos expoliado áreas naturales, para luego decir: “Huy, tenemos que arreglar esto”. El Ártico es la última región oceánica relativamente impoluta, y nuestra primera oportunidad de conservarla así, de utilizar el mar sin agotarlo. Y eso implica actuar con mayor precaución. Los EEUU, por ejemplo, han decidido que, en su zona económica, no pondrán en marcha ninguna pesquería comercial hasta que no haya evidencias científicas claras de que se pueden gestionar de modo sostentible.
Personalmente, yo no perforaría allí por el enorme riesgo de accidentes. Viví muy de cerca el vertido del Golfo de México y nos supuso un tremendo esfuerzo afrontarlo. Tardamos 89 días en parar el escape. En un lugar accesible, de aguas cálidas y con muchos medios. El Ártico está lejos y no sabemos cómo se comporta el petróleo en el hielo. Creo que deberíamos ser muy, muy cautos en este asunto.
Redacción QUO