La idea de que los humanos somos los únicos grandes simios que podemos nadar y controlar nuestra respiración para sumergirnos está bastante generalizada. Sin embargo, los investigadores Renato y Nicole Bender, de la Universidad Witwatersrand (Sudáfrica) han identificado un chimpancé y un orangután capaces de moverse como peces en el agua. En un estudio publicado en el American Journal of Physical Anthropology, incluyen vídeos e imágenes como éstos, que los muestran en plena acción.

El chimpancé, Cooper, fue criado en cautividad. Empezó a relacionarse con el agua y a sumergir la cabeza mientras jugaba con sus dueños. Durante un primer período de observación por parte de los investigadores, realizó juegos en la zona más profunda de la piscina, en la que se habían tendido dos cuerdas para que pudiera asirse. Después de esa experiencia se lanzó voluntariamente a nadar y fue grabado por sus amos en un estilo en el que sus brazos se asemejan a los movimientos característicos del crawl y sus piernas a los de la braza:

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=949p-Btf2uI[/youtube]

El orangután, Suryia, se crió en el Instituto para Especies Raras y Muy Amenazadas (TIGERS, por sus siglas en inglés) y sus cuidadores le animaron a jugar en el agua. Empezó a nadar de una pesona a otra, pero al cabo de unos dos meses se desplazaba de 2 a 4 m., en un estilo parecido al mencionado en Cooper. A diferencia del anterior, este mantenía los ojos abiertos bajo el agua. En los meses siguientes a la investigación, mejoró su estilo, haciéndolo más eficiente, y llegó a recorrer hasta 6 m. Dos años después de sus primeras zambullidas, comenzó a nadar con la cabeza fuera del agua y ahora llega a los 12 m:

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=uj1DFnzyOH4[/youtube]

Los científicos destacan en su estudio que la forma de nadar de ambos simios se diferencia del característico “estilo perro” que presentan otros mamíferos, en el que mueven simultáneamente las patas situadas en diagonal, como cuando un animal va trotando. Ellos creen que los ancestros de estas especies que se adaptaron a una forma de vida arbórea perdieron esa habilidad con las transformaciones de comportamiento, anatómicas y del sistema neuromotor que permitieron ese cambio. Precisamente la flexibilidad de los brazos necesaria para vivir entre los árboles sería la que permite a Cooper y Suryia moverlos en el agua con una gran variedad de posiciones, según proponen los autores.

Pilar Gil Villar