En lugar de darles jarabe, las avispas lobo (Philanthus triangulum) colocan en los capullos de sus larvas unas bacterias capaces de emitir nueve sustancias antibióticas, para defenderlas de microbios peligrosos. En los insectos adultos, esas medicinas vivientes habitan en unas glándulas de las antenas especialmente evolucionadas para ellas. La relación simbiótica debe de resultar efectiva, porque lleva produciéndose desde finales del Cretácico, según acaba de descubrir un grupo de investigadores alemanes y de EEUU.
También han visto que, en todo este tiempo, las diferentes especies de avispas lobo se han servido de solo algunas de las especies que componen el género de sus bacterias amigas, las Streptomyces. Y aunque no siempre son fieles a la misma estirpe, nunca recurren a una que no se haya asociado antes con otra avispa. Ya se sabe que más vale lo bueno conocido… Lo que aún no hemos descubierto es cómo hacen para distinguir las buenas especies conocidas de las malas por conocer.
Pilar Gil Villar