El color es indefinido. Podría haber sido verde o blanco. Parece un retazo del mar que lo meció durante un año y lo llevó desde las islas Bermudas, en el Caribe, hasta Groenlandia. Allí fue rescatado e identificado por Marcus Eriksen del 5 Gyres Institute. No se trata de un pingüino, un delfín huérfano ni un microbio extraplanetario. Simplemente es un trocito de plástico, del tamaño de un grano de arena que, al igual que sus 5,25 billones de “hermanos”, puebla los mares del globo, 750 por cada habitante del planeta.
[image id=»67459″ data-caption=»De los cinco giros oceánicos que hay en el globo, el más comprometido es el del Pacífico Norte, que se ve en la imagen: es el mayor en tamaño y en el que hay más cantidad de basura. Esta ocupa un área que sería dos veces la superficie de España. Un reciente estudio, realizado por la Universidad de San Diego y publicado en Biology Letters, señala que en los últimos 40 años el tamaño de este vertedero ha aumentado 100 veces, con consecuencias obvias algunas e inesperadas otras. Entre las más sorprendentes se encuentra haberse transformado en un nicho ecológico para especies que colocan sus huevos allí, como los Halobates, una especie de insectos marinos que sirven de alimento a aves y peces, los cuales prosperan gracias a esta imprevista abundancia.» share=»true» expand=»true» size=»S»]Una dieta ‘plásticamente’ insana
Así, juguetes, botellas, fundas, cepillos de dientes y, principalmente, plástico generado por la industria pesquera, como trozos de redes y boyas, según Eriksen, se convierten en trozos minúsculos que muchos animales confunden por comida: un 86% de las tortugas marinas, el 60% de las aves y uno de cada tres mamíferos marinos (focas, ballenas…) analizados tenían plástico en el estómago. La abundancia de este material en los océanos es tan grande que si se recogieran todos y se pusieran en la costa de España, habría 6.348 trocitos por centímetro.
Para realizar su investigación, publicada en PLOS ONE, Eriksen comparó los datos obtenidos en sus viajes con otros trabajos efectuados en diferentes mares, la población en zonas costeras, la dirección y velocidad de las corrientes, y obtuvo un resultado final: casi 270.000 toneladas de plástico, suficientes para hacer 6.000 millones de botellas de litro y medio. O cubrir casi 6.000 veces la distancia que nos separa de la Luna.
El dato más llamativo es que la industria pesquera genera cada año unas 150.000 toneladas de basura plástica. Por estos desechos mueren cada año un millón de peces, según datos del programa de Protección Ambiental de Naciones Unidas. En el norte de España, un estudio sobre pesca furtiva demostró que las redes abandonadas “capturan” cada año casi 20 toneladas de rape… que nunca es recuperado.
Estas balsas de plástico no solo representan un problema para los animales y para el medio ambiente; también generan invasiones, ya que a bordo de ellas se trasladan diferentes organismos. A principios del siglo XXI, una variedad de medusas (Mnemiopsis leidyi) invadió el mar Negro a bordo de “galeones de plástico”. Los más comunes piratas de poliuretano son percebes, poliquetos, briozoos y moluscos. Aunque la ruta más común de estos viajeros se encuentra en los trópicos, también han colonizado ambientes del Ártico.
Pero esto es apenas la punta del iceberg. Literalmente. Cerca de dos años antes que Eriksen publicara su trabajo, Andrés Cózar Cabañas, biólogo de la Universidad de Cádiz, culminó el suyo después de recorrer el globo con la Expedición Malaspina. Mientras Eriksen se sirvió de otras investigaciones para completar sus datos de los cinco giros, Cózar circunnavegó el planeta entero recogiendo muestras en todos los océanos. Y la conclusión es que las cifras se quedan cortas. Para este investigador gaditano, “es muy probable que las mayores cantidades de plástico se encuentren en los fondos oceánicos. El que hay en la superficie es, aproximadamente, un 1% del presente en los océanos. Lo más probable es que llegue allí consumido por peces. Esto tiene graves consecuencias. Por un lado, el plástico, cuando es consumido por los animales, produce cortes y desgarros en el sistema digestivo. Y por otro, aunque es impermeable al agua, absorbe muchas sustancias tóxicas que ingresan al organismo del animal y luego se transmiten por toda la cadena alimenticia hasta llegar incluso a los humanos”.
500 años es lo mínimo que tarda en degradarse. A veces, según las condiciones, el doble.
Debido a su estructura y apariencia, a menudo este derivado del petróleo se confunde con medusas (los trozos más grandes) y con huevas de pescado (los más pequeños) que los depredadores marinos buscan. Y no les resulta difícil hallarlos, ya que las
[image id=»67460″ data-caption=»En algunas regiones del océano Pacífico se han llegado a recolectar hasta 5 kilos de plástico por kilómetro cuadrado.» share=»true» expand=»true» size=»S»]partículas artificiales superan seis veces al plancton en la mayoría de los mares, de acuerdo con un estudio realizado por Charles Moore, biólogo marino de la Fundación Algalita Marina Research. La situación afecta también a nuestras costas. “Estamos haciendo un nuevo trabajo sobre el Mediterráneo”, asegura Cózar. “Lo hemos recorrido hasta Turquía y nuestra estima del plástico flotante es de una cantidad similar a la que hay en los giros.”
¿Hay alguna solución?
Pese a ser un mar “cerrado”, el Mediterráneo no sufrirá tanto como el Ártico en las décadas que vienen. La corriente del Golfo actúa como autovía natural para llevar el tráfico de desechos de algunas de las zonas más pobladas del planeta hasta el Polo Norte. “Se trata de un aporte continuoy no hay una salida”, aclara Cózar. “Es un problema, pero uno solucionable.”
El verdadero obstáculo es el reciclaje. Mientras que en vidrio y papel las cifras europeas hablan de un 80%, el reciclado plástico promedia el 30%. En Reino Unido, Países Bajos y China han tomado la iniciativa y han instalado máquinas que dan dinero cuando se introduce botellas de plástico en ellas. Este último país es pionero en el uso del plástico reciclado, negocio que NU cifra en 4.500 millones de euros al año.
El mismísimo Craig Venter está trabajando con bacterias que comen plástico. Pero lo hacen de modo demasiado lento como para contrarrestar el ritmo de los vertidos. Y es que “somos plásticodependientes”, concluye Cózar, “es un material económico que, si eliminamos, habrá que sustituir por aluminio o madera, con consecuencias aún peores”.
Juan Scaliter