Durante años se ha afirmado que los habitantes de la isla de Pascua esquilmaron el medio ambiente del hábitat en el que vivían y provocaron un auténtico ecocidio que casi acabó causando su extinción. Pero, ¿y si realmente no sucedió exactamente así? Porque una reciente investigación realizada por el arqueólogo Christopher Stevenson, de la Virginia Commonwealth University, afirma que, lejos de comportarse como unos depredadores insaciables, los nativos de Rapa Nui lo que hicieron fue aprovechar de forma inteligente los escasos recursos naturales con los que contaban.

De villanos a víctimas de un entorno hostil
Fue en 2005 cuando el biólogo Jared Diamond publicó Colapso, el libro que consagró a nivel popular la tesis de que los indígenas de Pascua habían causado su propia autodestrucción. Diamond se hacía eco de las numerosas investigaciones arqueológicas que hablaban sobre la progresiva escasez de recursos en la isla (su deforestación, el agotamiento del suelo…), y su aportación personal consistió en afirmar que las causas fueron sociales. El investigador postulaba que era muy probable que los diferentes clanes de la isla se hubieran enfrentado en una especie de guerra de ostentación por ver quién levantaba los moáis más grandes. Esa pugna incesante podría haberles llevado a talar árboles de forma compulsiva para obtener la madera con la que fabricaban los “raíles” sobre los que, supuestamente, transportaban sus colosales estatuas de piedra.

La isla nunca fue un gran vergel. Aunque había bosques, los árboles eran un bien escaso

La consecuencia de aquella voracidad fue que despoblaron por completo la isla. Y al quedarse sin madera, ya no pudieron construir más canoas con las que salir a pescar mar adentro. Tuvieron, por tanto, que sobrevivir capturando sus presas en las aguas costeras hasta que los peces se agotaron en ellas. Las consecuencias, según la tesis de Jared Diamond, fueron casi apocalípticas: desesperados por la falta de recursos, los clanes se enfrentaron en luchas tribales y probablemente practicaron el canibalismo.

No fue tan tremendo
Pero puede que las cosas realmente no fueran tan catastróficas. Un equipo de arqueólogos dirigido por Christopher Stevenson ha analizado la composición química del suelo para tratar de determinar cuál fue su nivel de uso y si los pascuenses realmente lo explotaron hasta agotarlo.
Para ello han usado como parámetro decenas de puntas de obsidiana desenterradas en diversos lugares de Pascua. Hay que señalar que las primeras lascas de este material que se encontraron allí aparecieron en cuevas, y se pensó que se habían utilizado para fabricar armas (uno de los muchos datos que han llevado a pensar que pudo haber una guerra de clanes). Pero posteriormente se encontraron otras muchas enterradas en lugares que se usaron como tierra de cultivo, por lo cual los investigadores saben ahora que también se empleaban para fabricar herramientas de labranza. La obsidiana es un vidrio natural, y midiendo la cantidad de agua que había penetrado en estas piezas fue posible conocer la antigüedad de cada objeto y, por extensión, la de los estratos del suelo donde aparecieron.

Un pueblo de agricultores sabios
Los investigadores han comprobado que el suelo de la isla de Pascua es sustancialmente menos rico en nutrientes que el del resto de las islas polinesias. “Esto implica que cuando llegaron los primeros pobladores, probablemente sobre el año 400 de nuestra era, se encontraron con un hábitat de por sí bastante limitado en recursos y que no les iba a regalar nada”,explica Oliver Chadwick, arqueólogo de la Universidad de Santa Bárbara que también ha colaborado en este estudio.

El negrero Maristany i Galceran fue el responsable de que de los casi 3.000 nativos de la isla solo quedaran once familias

Y lo que han descubierto es que, al parecer, los pascuenses supieron manejar bien esa escasez. Lejos de agotar una zona de cultivo, las excavaciones indican que fueron alternando el trabajo agrícola en diversas áreas, para así dejar que el suelo se fuera recuperando dentro de lo posible. “Los nativos debían saber que los períodos secos y con bajas precipitaciones no eran extraños en la isla”, sigue explicando Chadwick. “Lo que hemos descubierto demuestra que sabían cultivar la tierra de modo eficiente, sin agotarla del todo. No corresponde con la imagen de un pueblo depredador de recursos naturales.”
¿Y los árboles? ¿Qué ocurrió con ellos? ¿Realmente los talaron hasta despoblar la isla? Si, pero Chadwick añade un matiz: “Tenemos la idea equivocada de la isla de Pascua como un gran vergel, y todo parece indicar que no era así. Había árboles, pero los bosques eran de por sí un bien escaso. Si, además, las lluvias escaseaban, la repoblación a un ritmo óptimo no era posible. Por eso, por mucho que trataran de ahorrar en el consumo de madera,

[image id=»67887″ data-caption=»El primer pascuense. Según las leyendas tribales, la isla fue poblada por Hotu Matu’a, quien llegó allí con su familia desde la isla de Rapa Iti huyendo de tribus rivales.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

estaban condenados a agotar tarde o temprano ese recurso”.

Víctimas de los marinos europeos
El primer occidental que llegó a las costas de Rapa Nui fue el marino holandés Jacob Roggeveen en 1722. En aquel entonces, la población de la isla no superaba los tres mil habitantes; aunque es difícil saberlo con exactitud, ya que, según el diario de la expedición –escrito por un soldado llamado Friedrich Behrens–, el receloso Roggeveen ordenó disparar los mosquetes cuando vio que los nativos se aproximaban. Esto provocó que huyeran a refugiarse en cuevas y que casi no se mostraran durante los días que duró la estancia de los holandeses.

Se calcula que en su momento de máximo esplendor el pueblo pascuense pudo rondar los quince mil habitantes. Esto significa que su población se había reducido de manera notable cuando tuvieron su primer (y nada agradable) contacto con los europeos. Ese es uno de los motivos por los que se piensa que aquella comunidad colapsó de un modo brusco. Pero el arqueólogo Christian Stevenson no está de acuerdo. “Hubo un declive, eso es evidente”, reconoce, “pero creo que se produjo de forma paulatina y que no fue debido a ninguna guerra tribal ni a causas violentas. Las carencias provocadas por las sequías y la casi imposibilidad de salir a pescar mar adentro fueron reduciendo progresivamente el número de habitantes. En un entorno tan poco agradecido como aquel, lo lógico es que se hubieran extinguido rápidamente. Pero si sobrevivieron tanto tiempo significa que supieron hacer las cosas bien y aprovechar sus escasos recursos”.

Para Stevenson, la causa definitiva de la casi desaparición de los habitantes del lugar la tuvieron los europeos. La mortalidad en la isla aumentó tras su llegada. Por un lado, debido a las enfermedades, como la sífilis, que les contagiaron los marinos; y por otro, por la acción de los traficantes de esclavos, especialmente el catalán Joan Maristany i Galceran, quien, en 1862, apresó a un tercio de los isleños y los vendió en Perú. Remató la jugada contagiando de viruela a los que quedaron en la isla, lo que provocó una matanza que dejó su población de casi tres mil habitantes reducida a once familias. De aquel pequeño grupo de supervivientes descienden los casi cinco mil isleños que actualmente habitan en Rapa Nui.

Vicente Fernández López