Un equipo internacional de investigadores de seis universidades ha intentado comprender cómo los árboles, uno de los recursos renovables más importantes de la Tierra, se adaptan a los cambios climáticos. Durante cinco años los investigadores estudiaron dos especies de coníferas diferentes, pinus contorta y abeto de interior, dos especies comunes en las regiones occidentales de los Estados Unidos y Canadá. Para ello recogieron semillas de más de 250 lugares en el oeste de Canadá y secuenciaron más de 23.000 genes de cada árbol.
«Una cuestión central en la biología es: ¿cómo es de constante y repetible es el proceso evolutivo? – se pregunta Jason Holliday, uno de los autores del estudio publicado en Science –. Una manera de abordar esto es estudiar el modo de adaptaciones de diferentes especies a entornos similares y buscar si las mismas soluciones genéticas permiten la adaptación”. Y justamente eso fue lo que hallaron. Los dos tipos de coníferas utilizan los mismos 47 genes para adaptarse a la amplia gama de temperaturas en su región geográfica. Este descubrimiento fue sorprendente debido a la distancia evolutiva entre ambas especies, que comenzaron a desarrollarse de forma independiente más de 140 millones de años, cuando compartían un ancestro común.
Una de las implicaciones de este trabajo es que las adaptaciones ambientales pueden estar limitadas genéticamente. Si bien la variación en los rasgos observables, tales como la resistencia al frío puede involucrar a cientos de genes, se requiere un subconjunto para que se produzca la adaptación, incluso cuando se comparan las especies que divergieron hace mucho tiempo. Este resultado permitirá comprender más profundamente los procesos de adaptación de las poblaciones arbóreas al cambio climático y actuar en consecuencia.
Juan Scaliter