Las canastas de Venus mecen su cuerpo cilíndrico al son de las corrientes, suaves o intensas, a entre 40 y varios cientos de metros bajo la superficie marina. Siempre bien ancladas al suelo por un haz de filamentos con la mitad del grosor de un cabello humano.

El principal componente de esos miles de vellosidades es el sílice, lo que las convierte básicamente en cristales. Pero ¿por qué entonces no se rompen al doblarse? El secreto, según Michael Monn, de la Universidad Brown, está en su interior, formado por 25 cilindros concéntricos, dispuestos como los anillos de un árbol. Esa configuración no está presente en esponjas similares a esta, que consigue 
así doblar con creces su flexibilidad.

Este nuevo rasgo de la Euplectella 
aspergillum se añade a la fibra de vidrio del entramado de su cuerpo, que supera en efectividad a nuestra fibra óptica.

Redacción QUO