Extraer los materiales de nuestro satélite o mover la industria pesada al espacio son las soluciones del científico Lewis Pinault para preservar el planeta
¿A qué sabe la Luna? de Michael Grejniec (Kalandraka, 1993) es un cuento infantil que trata de unos animales que quieren probar nuestro satélite. Ahora la comunidad científica mira a la Luna no para descubrir su sabor, sino para que nos ayude con la conservación del planeta.
“No hay planeta B” es uno de los lemas del movimiento ecologista. La consigna surge por el agotamiento de los recursos naturales, la deforestación y la sequía. Si no se toman medidas para frenar el cambio climático, las consecuencias serán irreversibles para la Tierra.
El uso de combustibles fósiles es uno de los factores causantes de la crisis climática. Además, la invasión rusa de Ucrania ha provocado que los países dependientes de los combustibles fósiles de Rusia aceleren la búsqueda de alternativas a estos suministros debido a su elevado precio. Esto es posible que desencadene en un cambio de modelo energético donde las energías renovables sean la fuente principal.
Otra opción para evitar daños irreversibles en el planeta es desplazar la industria pesada a la Luna. Uno de los investigadores que considera que nuestro satélite natural puede jugar un papel importante en nuestra supervivencia es Lewis Pinault, ingeniero y socio de Airbus Ventures, una firma que apoya a empresas dedicadas a la industria aeroespacial.
El objetivo de las investigaciones de Pinault era la búsqueda de partículas de polvo en la Luna. Estos rastros podrían ser desechos o materiales de civilizaciones extraterrestres que, arrastrados por los vientos estelares, se quedaron en la Luna hace eones, es decir, mil millones de años. Sin embargo, si se aceleran las operaciones para obtener energía ilimitada o conseguir oxígeno de este cuerpo celeste, estos estudios no se podrían realizar.
¿Por qué la Luna?
Este astro es como el hermano gemelo de la Tierra. Cuando se formó el sistema solar hace unos 4.000 millones de años, un planetoide, un planeta pequeño situado entre Marte y Júpiter, se estrelló contra la Tierra. Los restos rocosos se mezclaron y empezaron a orbitar alrededor de nuestro planeta. Debido a esto, algunos materiales que forman la Luna son parecidos a los de la Tierra, como el platino o los metales raros.
Los metales de la Luna pueden servir para los catalizadores de los automóviles, que son los que reducen las emisiones de gases nocivos, o para los chips inteligentes de los coches, sistemas de navegación o teléfonos. Si se extraen del satélite, no habría que explotar la superficie terrestre ni los océanos y los daños serían más insignificantes en el planeta. También este cuerpo celeste nos puede proporcionar energía limpia mediante la obtención de energía solar. Una forma sería con los paneles solares en el mismo satélite o con la emisión de energía solar desde la Luna a la Tierra.
Al mismo tiempo, los polos de la Luna pueden ser una fuente de agua, aunque no son la prioridad para las agencias espaciales. De hecho, a finales de este año, la NASA prevé enviar un robot perforador al cráter Shackleton, donde se piensa que habría hielo a un metro de la superficie, y sería la primera vez que se extraen recursos de este astro.
Los cambios de la Luna
Antes de llevar a cabo estas operaciones, hay que examinar la superficie lunar. Para ello se usan robots, plataformas que orbitan alrededor del satélite, sensores cuánticos que informan de los materiales que hay bajo el suelo y rovers, que son como coches teledirigidos que obtienen muestras lunares. Gracias a estos sistemas, no hace falta que los astronautas se desplacen, sino que el trabajo se realiza desde aquí.
Estos proyectos se llevan a cabo en colaboración con agencias espaciales y empresas de innovación internacionales que buscan cómo salvar la biosfera. Como, por ejemplo, Lunar Gateway, que proyecta el establecimiento de una estación espacial en la órbita lunar. La NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA) han colaborado en esta misión espacial.
Seguramente estas operaciones dañen la Luna y su superficie sufra modificaciones. Sin embargo, no sería la primera vez que las acciones de los seres humanos perjudican a este cuerpo celeste. Hace unos meses, los restos de un cohete se estrellaron contra la Luna; el impacto de este objeto de 4 toneladas dio lugar a un cráter de entre 10 y 20 metros de ancho. Y en 2009, el satélite LCROSS de la NASA golpeó en el polo sur de la Luna en busca de agua.
En estos viajes espaciales, es probable que se comentan delitos durante el trayecto o ya en el astro. Por este motivo, Canadá propone revisar su código penal para que cualquier acto vandálico cometido por los astronautas canadienses se trate como si se cometiera en el propio país. A nivel internacional, la Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Ultraterrestre (UNOOSA) define el “derecho espacial” como “las leyes que regulan las actividades espaciales”.
A pesar de estos efectos perjudiciales para nuestro satélite natural, Lewis Pinault piensa que la solución para proteger la biosfera es desplazar la industria contaminante al exterior y recurrir a los materiales lunares para conseguir energía limpia y así acabar con la guerra de los combustibles fósiles.