¿Cual es la clave para ligar más? ¿Que estrategia es la más efectiva? ¿Hay algo más romántico que hacer el amor bajo la luz de la luna? Pues las ranas, sapos y salamandras lo hacen así, pero no en un acto sentimental. Más bien en una bacanal de sexo desenfrenado. Acuden en masa a una charca atraídos por el resplandor. Mezclando sus cuerpos, ellos abrazan a las hembras por detrás y esperan a que pongan huevos para eyacular y fertilizarlos. Luego, cambian de pareja. Es una manera de asegurarse que el número de descendientes será alto. Los animales tienen maneras extravagantes de seducir a los ejemplares femeninos, con un objetivo clarísimo: que sus genes se perpetúen.
Hembras frívolas y maratones sexuales hasta la muerte
Algunas especies de monos, como los capuchinos, se perfuman. Orinan sobre sus manos para extenderse el dorado líquido por el pelo. Ellas los encuentran irresistibles. Lo mismo sucede con los grillos débiles. Los dominantes les atacan si cantan para atraer a las hembras, así que tienen otra manera de hacerlo: segregan sustancias olorosas que a ellas las seducen. Aunque las hembras no se conforman solo con ellos y hacen excursiones sexuales en busca de otros machos con los que copular repetidamente en un solo encuentro.
Las liebres y otros roedores no pierden el tiempo. Durante la gestación siguen copulando y se quedan de nuevo preñadas por la fertilización de un óvulo liberado durante el embarazo. Las nuevas crías esperan pacientemente a que nazcan las mayores para ocupar su lugar en la matriz. El fenómeno se llama superfetación.
Las sepias y los calamares lo dan todo por dejar descendencia. Tanto, que mueren por agotamiento. Primero, los machos tienen que luchar contra sus oponentes y simultáneamente seducir a la hembra cambiando los colores de la piel. El dorso se torna rayado y colorido, y el vientre adquiere un tono rosado mientras acarician con sus tentáculos a la hembra. Si a ella la convence el show, el macho le introducirá su enorme brazo copulador. Al poco tiempo, ella expulsa los huevos. Juntos, los colocan en lugar seguro y se van para seguir copulando. Así, hasta que mueren. Entonces, sus compañeros se los comen.
Estas comilonas caníbales son comunes entre los artrópodos. En su mundo abundan las femmes fatales. Algunas devoran a sus machos, considerados simples receptáculos de esperma. Comerlos tras la cópula proporciona a la hembra un suplemento proteico con miras a la puesta de huevos. En otros casos, las hembras se comen al macho durante la cópula; como la mantis religiosa, que le arranca la cabeza para seccionar los nervios que controlan los movimientos copulatorios y convertir a su compañero en una máquina de sexo.
Hay casos más terroríficos aún, como el de la tarántula. Atrae al macho con promesas y una vez cerca, lo devora sin siquiera copular. Es una adaptación de las hembras frente a la escasez de alimento. Aquellas que se alimentan de machos tienen más descendencia que las que solo comen presas.
Eliminar la huella del rival
Los machos de araña no tienen pene. Para aparearse, tejen una tela de seda en la que eyaculan por una abertura genital situada en el abdomen. Luego mojan en el semen los pedipalpos, que son un par de apéndices que tienen cerca de la boca, y los introducen en los conductos sexuales de la hembra. Algunos machos se automutilan y dejan en el interior de la hembra sus pedipalpos. Así se aseguran de que ningún otro meterá sus apéndices.
También las libélulas tienen una estructura especial en forma de cuchara para vaciar el esperma de los otros antes de depositar el suyo. Para cortejar a la hembra, el macho aletea detrás de ella, produciendo un zumbido que la excita. Luego se luce, deslizándose sobre el agua. Si ella accede, él la agarra por la nuca con sus pinzas anales, situadas al final del largo abdomen, y eyacula sobre la parte opuesta, donde se encuentra el apéndice que usará para limpiarla e inseminarla. Entonces ella, aun cogida del cuello, coloca el extremo de su abdomen en ese lugar. Con tales movimientos, la pareja, en ese momento, dibuja un corazón con sus cuerpos.
En el ámbito celeste, solo el 3% de las aves tiene pene. La mayoría tiene una pequeña protuberancia que aumenta de tamaño en la época reproductora. Los testículos están en el interior del abdomen. Realizan la copula repetidas veces y con rapidez.
Las aves llevan a cabo cortejos complicadísimos. Uno de los más románticos es el del abejaruco. Agasaja a la hembra con regalos: le ofrece abejas (su dieta principal), libélulas, mariposas, mosquitos y otros invertebrados. Incluso flores. Otras aves, como el maluro, un pequeño pájaro australiano, también ofrece regalos a las hembras, pero no a la suya (son monógamos), sino a su amante. Los hay coquetos (o mentirosos), como los flamencos. Las hembras se derriten por los machos más rosados. Ellos lo saben, y por eso se maquillan. Con el pico, recogen los pigmentos color rojizo que segregan por medio de unas glándulas y reparten dicha pasta de color por las plumas del cuello, el pecho y la espalda.
Privilegios de la monarquía
La mayoría de las hormigas no se aparea nunca. Solo lo hacen las que se convertirán en reina. Son hembras fértiles y aladas, algo excepcional. Cuando llega el momento de aparearse, vuelan fuera del hormiguero y dejan un rastro de feromonas que marcará el camino a los machos. Solo se aparean una vez, por lo que toda su descendencia procederá de un único macho. Este muere poco después de la cópula, y la hembra, ya en el suelo, se arranca las alas y excava un pequeño hormiguero donde pondrá huevos, de los que nacerán obreras, soldados y demás castas de la colonia.
Hay un mamífero que se reproduce como las hormigas; uno de los animales más feos que existen. Se llama rata topo. Es calva, con unos incisivos enormes y huele mal. Vive en colonias con una sola hembra fértil, la reina; las demás son esterilizadas por unas hormonas que ella emite. La reina es más grande: así puede albergar hasta 27 crías en su interior. Para aparearse, se miran de frente y chocan sus larguísimos incisivos; luego, él la cubre. Cuando la reina muere, las demás hembras recuperan la fertilidad.
En el mundo animal, la homosexualidad está a la orden del día. 500 especies de animales forman parejas con miembros del mismo sexo. La más representativa es el albatros de Laysan: las hembras forman parejas estables que duran toda la vida cuando los machos escasean en la colonia. Primero se aparean con machos que tienen otra pareja. Luego, la hembra “gay” pone los huevos y cuida a los polluelos con su pareja femenina.