Las migraciones con propósitos reproductivos persiguen, obviamente, garantizar la continuidad de la especie. Pero el destino final de estos desplazamientos no es caprichoso, y obedece a leyes un poco más complicadas que las meramente hormonales. Es decir, para los machos no basta con ir donde están las “hembritas”. Las condiciones climáticas, la abundancia de alimento y la ausencia de depredadores naturales son parámetros que determinan la elección del sitio idóneo para el amor, sin importar lo lejos que esté, y aunque los riesgos sean muchos.

El sexo no siempre es salud
Como sucede con los cangrejos rojos terrestres. Cada año muere casi un millón de ellos intentando llegar a las costas de la isla de Christmas, en el océano Índico, donde se encuentra su edén sexual. Otros, como el charrán ártico, parece que vivieran en una perpetua migración; y algunos se vuelven literalmente polvo después del ídem, como sucede con la anguila hembra, que viaja, se aparea y apenas llega a poner los huevos, pues muere agotada.

Las migraciones no son un fenómeno voluntario. Si así fuera, las mariposas monarca irían a Puerto Vallarta, y no al centro de México; y los pingüinos se queda­rían en las costas de Brasil con una caipirinha, en lugar de ir a la gélida Patagonia. Esta suerte de turismo sexual obedece al instinto.

Por un proceso de selección natural transmitido de forma hereditaria, ciertos mecanismos neurofisiológicos alertan a los animales de que deben migrar; sucede con algunas aves que, debido a la secreción de una hormona, ven cómo sus órganos genitales aumentan de tamaño (y no, dicha hormona no es inyectable antes de viajar a Ibiza). Los cambios en la distribución de horas diurnas y nocturnas constituyen el estímulo externo principal para que la hormona, segregada por la glándula pituitaria, produzca el mencionado cambio físico.

Al acercarse la época reproductiva surgen otras adaptaciones. Algunos mamíferos, como los cetáceos, se sienten inclinados, por un aviso de origen glandular también, a aumentar su ingesta de alimentos; prevén escasez en el lugar de reproducción. Este engorde controlado también se da en las aves, que llegan a aumentar su peso entre un 10 y un 20 % las migratorias de corto recorrido y hasta un 60% las que realizan viajes más extensos. Estos cambios, ausentes en animales no migratorios, están gobernados por la glándula pituitaria, que, al controlar la secreción de hormonas sexuales, es la responsable de tanto ajetreo.

Marea roja

El hombre siempre ha resultado una amenaza para las migraciones animales. Cazadores en las rutas de caribúes, pesqueros en el camino de ballenas, embalses que interfieren en los ríos de los salmones… Pero la venganza de los animales, aunque exclusiva de una isla del océano Índico, les debe dejar un buen sabor de boca. La isla de Christmas tiene 80 kilómetros de perímetro. Allí viven cerca de 400 personas y unos cien millones de cangrejos rojos de tierra (Gecarcoidea natalis). Entre octubre y diciembre, los cangrejos abandonan el interior de la isla para dirigirse a la costa, con el propósito de encontrar pareja. Esta marea roja atraviesa casas particulares, edificios públicos y todo lo que se le pone en medio para llegar a su nirvana copulatorio. A las dos semanas del encuentro carnal, las hembras ponen los huevos, que se rompen al contacto con el agua y liberan larvas que se desa­rrollan en el mar por un período de entre 17 y 30 días, al cabo de los cuales se genera una nueva migración hacia el interior de la isla. Pero esta vez, en tamaño bonsái.

Las alas de la mariposa

Cada otoño, desde Canadá y Estados Unidos millones de mariposas monarca (Danaus plexippus) se dirigen a las montañas centrales de México. El objetivo del viaje es alcanzar la madurez sexual, algo que sólo pueden conseguir en primavera. La mariposa monarca que migra hacia México (una de cada tres generaciones), vive 6 meses más que aquella que pasa el invierno en el norte: justo el tiempo que le lleva a la primera hacer el viaje y regresar para “dar a luz”. Las monarca recorren 120 kilómetros diarios sólo para reproducirse, en una cópula que dura 16 horas. En términos humanos es como si tuviéramos que recorrer más de 4.000 kilómetros al día durante 6 semanas (casi 5 vueltas a la Tierra), para llegar y echarnos un kiki… ¡de dos meses, sin interrupción!

Vuelo lunar

El Charrán ártico (Sterna paradisaea), un ave de 30 cm que pesa menos de 120 g, vuela anualmente unos 40.000 kilómetros, alternando entre el verano antártico y el estío ártico. En marzo, los charranes se dirigen hacia la tundra boreal, un viaje de entre dos y tres meses de duración. Los ma­chos construyen el nido y alimentan a su prole hasta 25 veces cada día. Esta ave es la única visitante permanente de ambos polos, y su desaparición en invierno generó extrañas leyendas. Se decía que se transformaban en otras especies, que pasaban el invierno enterrados en lodo y que iban a la Luna. Esta última posibilidad, teniendo en cuenta que el charrán más longevo llegó a los 26 años y habría recorrido más de un millón de kilómetros (una ida y vuelta Tierra-Luna), no suena tan disparatada.

Luna de miel en Hawai

La ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) deja en invierno las aguas de Alaska y navega 3.000 km para hallar pareja. Debido a que las aguas templadas no son tan abundantes en alimento como la costa de Alaska, durante el tiempo que permanece en el archipiélago hawaiano, entre noviembre y marzo, casi no se alimenta. Sus hermanas del sur también abandonan las gélidas aguas de la Antártida para acercarse al cabo Byron, en Australia. Un patrón similar, de aguas frías a cálidas, sigue la ballena franca (Eubaleana australis) en el hemisferio meridional. Mientras se sabe que estas ballenas acuden a la costa argentina para aparearse y parir, su “residencia de invierno” es un misterio. Algunos científicos creen que se encuentran cerca de las islas subantárticas, mientras que otros sostienen que se refugian en las aguas que separan África de América del Sur.

No comas pezqueñines

Las anguilas de los ríos de América del Norte y Europa (Anguilla anguilla) se dirigen, a través del Atlántico, al mar de los Sargazos, entre Bermuda y Puerto Rico, y recorren unos 5.000 kilómetros para reproducirse. Al nacer las crías, los padres regresan a su lugar de origen, mientras su prole se queda allí entre dos y tres años, y luego alcanzan los ríos continentales. Las madres pueden llegar a poner hasta 9 millones de huevos, y mueren al desovar. Cuando llegan a la plataforma marina europea, las crías son unos pequeños gusanos blancos de 8 centímetros que constituyen una delicia para los entendidos: las angulas. La migración implica el paso de agua dulce a agua salada, y vuelta a dulce, y requiere adaptaciones en la función de los riñones de la anguila que le permiten variar del hábitat dulce, de los ríos, al salado propio de la época de reproducción.

Atención: cruce de sapos

Cuando a los 3 o 4 años alcanzan la madurez sexual, los batracios en general se dirigen hacia el estanque donde nacieron para… hacer uso de su recientemente adquirida madurez. Las hembras depositan unos mil huevos, que, tras la eclosión, pasan de renacuajos a sapos en unos 3 meses. Esto ocurre cada primavera, y teniendo en cuenta que muchos de ellos viven alejados de su hábitat de reproducción, no resulta extraño que deban cruzar pasos viales. Alerta ante los avatares de los pobres batracios en algunas zonas europeas: en Gales, Holanda y Francia, entre otros, se han vallado las carreteras en estos puntos, y se han creado pasos subterráneos para que puedan continuar su migración sin perder la vida. En ciertos puntos, donde el vallado es imposible, los animales son trasladados de un lado a otro mediante “cubos-taxi”.

Salvad a la grulla

Tanto la grulla siberiana (Grus leucogeranus) como la americana (Grus americana) se encuentran actualmente en grave peligro de extinción. Mientras que respecto a la asiática aún no se han tomado medidas, la grulla que habita Estados Unidos se ha favorecido de una curiosa política. El Equipo Internacional para la Recuperación de la Grulla Americana se ocupa de incubar huevos de grullas y los expone  al sonido de reclamo de sus congéneres y al ruido de aviones ultraligeros. Cuando los huevos eclosionan, los polluelos ya están acostumbrados al sonido de los motores. Entonces, en otoño, las aves son guiadas por un ultraligero desde Wisconsin a Florida, siguiendo la ruta de las grullas salvajes. Desde que se ha iniciado el programa, hace cuatro años, se han liberado unas 40 grullas, que hoy viven con éxito en libertad.

Dos metros bajo tierra

La migración de las lombrices (Lumbricus terrestris) puede no ser la más extensa, pero cumple los requisitos de toda migración sexual. Las lombrices comunes de tierra, que pueden llegar a medir 30 centímetros de largo, llegaron al continente europeo introducidas en las raíces de ciertas plantas. Pese a no tener cerebro ni ojos, su cuerpo está lleno de nervios y de células fotorreceptoras, y tienen cinco corazones. Cuando llega el invierno son capaces de cavar hasta dos metros bajo tierra, para hibernar; luego, cada primavera ascienden y se enredan en un abrazo hermafrodita. Esta extraña cópula genera una cápsula de la que emergen, al cabo de tres semanas, dos retoños. Las lombrices son capaces de “gestar” una nueva cápsula cada 4 días cuando están en época de celo.

Ave metrosexual

Cuando culmina el invierno austral, el pingüino de Magallanes (Sphe­nicus magellanicus) macho es el primero que abandona las costas de Brasil con su brújula señalando al sur. Luego, lo hace su pareja. El macho, lejos de comportarse como un saco de testosterona, apareándose a diestro y siniestro, puede ser catalogado como el animal metrosexual por excelencia. Después de recorrer 3.000 kilómetros, el macho se acerca a Punta Tombo, en la costa sur de Argentina, con el propósito de localizar el mejor sitio para anidar: cerca del mar, para poder alimentarse fácilmente. Para conseguirlo, debe luchar con otros 150.000. Una vez conseguido el nido, se garantiza una pareja y se prometen fidelidad. Se sabe de pingüinos que han permanecido unidos 15 años, casi toda su vida adulta. En la época de cría, padre y madre hacen turnos para incubar los huevos, o cuidar y alimentar a los polluelos. Lo dicho, un verdadero animal metrosexual.