Hola, mamá; hola, papá. Os prometí que os iba a escribir, y como veis, cumplo las promesas (al menos algunas, porque lo de lavarme los dientes todas las noches…). Ayer lo pasamos genial. Fuimos doce chicos del cole a la Reserva Marina Mote, en Florida. Es como un laboratorio en el que rescatan tortugas marinas que están malitas, las curan, las cuidan y, cuando están mejor, las devuelven al mar. ¿Lo chulo? ¡Nosotros las curamos también! Nos dividieron en tres grupos. A mí me tocó con Carla (es un poco marisabidilla y está todo el tiempo pegada a mí, pero bueno…), Pablo (sí, el de las gafas) y Fran, otro estudiante de intercambio. El científico que nos enseñó lo que teníamos que hacer se llama Eric Lazo Wasem, pero no parecía científico para nada: no tenía bata blanca y sabía un montón de cosas de las tortugas (ponen como 200 huevos y llevan viviendo en la Tierra desde hace ¡100 millones de años!). Eric nos dijo que curaríamos a una tortuga que estaba llena de bichos. Los llamó epibiontes: animales que se pegan a otro más grande y viajan con él. ¡Yo de mayor quiero ser epibionte y viajar por todo el mundo con una ballena!”

Todos los años, el Mote Marine Laboratory de Florida recibe cartas como esta de alguno de los doce niños de diferentes escuelas que invita para que le ayuden en la limpieza y rehabilitación de tortugas. Los epibiontes que les extraen se los envían a Eric Lazo Wasem, de la Universidad de Yale, y a Theodora Pinou, de la Western Connecticut State University, para su análisis. Precisamente ellos fueron los que descubrieron que las tortugas son prácticamente un ecosistema marino en sí mismas.

En el laboratorio, el primer paso es mojar bien las tortugas. Esto permite quitar muchos de los epibiontes superficiales. Luego se utiliza una herramienta similar a la paleta lingual (lo que utiliza el médico para examinar la garganta) y con ello se desprenden los más arraigados.

Desde Washington, Lazo Wasem nos señala que han llegado a contar 30 animales y vegetales distintos en las tortugas de México. Su equipo ha estudiado las tortugas que desovaban en la playa Teopa, en el Pacífico mexicano durante varios años, analizando los epibiontes que llevaban en su cuerpo. Y luego comparaban estos con los que recibían del Mote Marine Reserve, que se encuentra en el Atlántico. Lo que más sorprende a Lazo Wasem es la notable diferencia entre todas las especies. “Hemos encontrado hasta 90 especies distintas en las tortugas del Atlántico. Pero todavía no sabemos a qué obedece la diferencia: podría ser por las corrientes, por los arrecifes…”

Pasajeros indeseados
Hasta ahora se pensaba que los epibiontes convivían en franca armonía con su anfitrión. Pero parece que esto no es tan simple. “Hemos visto cómo muchas tortugas”, explica Lazo Wasem, “se restriegan contra los arrecifes para quitarse algunos animales. De hecho muchas de ellas tienen tantos en la boca, sobre todo percebes, que ya casi no pueden ni comer. En grandes cantidades, estos crustáceos pueden resultar un lastre importante para una tortuga al nadar, y algunos se anclan en la piel con largas proyecciones a gran profundidad”. Si se suman las enfermedades que pueden transmitir especies como las sanguijuelas, el problema es grave.

En el trabajo presentado recientemente por Lazo Wasem a la revista Bio One se destaca la cantidad y la zona donde se posan los epibiontes más a menudo: los percebes en la boca, caracoles en el caparazón, sanguijuelas en las aletas y cangrejos en la cloaca. También hay gran variedad de algas, peces (como las rémoras que siguen a los tiburones), caracoles y anémonas. Así, hasta 300 animales de 90 especies distintas… Y eso, en una sola tortuga.

Los crustáceos son mayoría, más del 50%. Tanto que en las cerca de 200 tortugas que se han estudiado en México han hallado más de 2.300 de este subfilo.
¿Cómo llegan a ser tantos animales? “Cuando las tortugas hembra van a desovar a la playa”, explica Lazo Wasem, “pasan por zonas de aguas poco profundas donde viven la mayoría de los epibiontes. Es en ese momento cuando hacen de autoestopistas y pillan su medio de transporte. Más tarde, cuando copulan en mar abierto, también se los pasan al macho.”

Todas esas especies conviven una isla flotante con vida propia. Las rémoras se comen las algas que están ancladas en la tortuga, los cangrejos se meriendan a las caracolas que también están allí, y se hacen cargo de los restos de la comida de la tortuga, al igual que lo hacen otros peces.Es algo que se llama mutualismo, y Eric Lazo Wasem, junto a Theodora Pinou, están estudiando si los epibiontes y las tortugas evolucionaron juntos para conseguir vivir mejor.

Otro de los objetivos del estudio es descubrir en mayor profundidad las relaciones entre estos  animales del océano y contribuir a la conservación de las tortugas marinas. “Cuando criaturas como las tortugas, sumamente frágiles, se encuentran en peligro”, concluye Lazo Wasem, “también corren un serio riesgo otros muchos grupos de animales”.

Todos a bordo

En poco más de 100 tortugas analizadas a lo largo de tres períodos, se han encontrado cerca de 2.000 individuos que viajan con estos quelonios

La ostra

Representa cerca del 2% de los animales censados como epibiontes.

Mejillón

Aunque no suelen ser los epibiontes más abundantes, los mejillones también viajan en tortuga.

Cangrejo

En un solo espécimen, los científicos han encontrado hasta cuatro cangrejos.

Percebes

La especie Chelonibia testudinaria es una de las más abundantes en los quelonios marinos. Se han encontrado hasta 30 en uno solo.

Algas

Las algas resultan difíciles de contar, pero se sabe que sirven en parte de alimento a otros epibiontes.

El viajero más antiguo y el más verde

Las pulgas son animales muy raros de encontrar en el registro fósil. Por eso, cuando Jason Dunlop, de la Universidad Humboldt, en Berlín, encontró una del grupo Astigmata, casi desconocida entre las muestras fósiles y “subida” a una araña, pensó que había descubierto una joya. Este tipo de pulgas, señala Dunlop, se sube a otros artrópodos para que les lleven a sitios con mejores condiciones ambientales en las cuales reproducirse. Obviamente, en este caso no lo consiguió: ambas especies se encontraron con una gota de resina que las atrapó y las trajo directamente al siglo XXI.
La imagen de la pulga y la araña fue realizada con tomografía computarizada. La pulga se adhiere gracias a unos órganos especiales.

El viajero más antiguo y el más verde

Otro caso sorprendente y actual es el de las algas Latymonas y el gusano Convulta roscoffensis.
Este no tiene ni boca ni tracto digestivo, pero en su interior viven algas que absorben los rayos del sol y fotosintetizan el alimento suficiente para nutrir a ambos.
Las algas Latymonas absorben los rayos del sol a través de la piel transparente de los gusanos, por eso estos parecen verdes.