Primero fue una jirafa de dos años. Un mes más tarde cuatro leones: un macho de 16 años, una hembra y sus dos cachorros. Tras una vida sin momentos estelares, su muerte ha llenado portadas y redes sociales en un ambiente entre la indignación y la polémica. No es la primera vez que el Zoo de Copenhague decide recurrir a la eutanasia con sus animales. En 2012, el sacrificio anunciado de dos cachorros de leopardo ya había originado una petición por internet para que pusieran fin a una práctica que, según reconocieron entonces los propios gestores del parque, acababa con entre 20 y 30 cachorros al año. Entre ellos, gacelas, hipopótamos y chimpancés. En los dos últimos casos, la declaración oficial dice que los leones de Dinamarca debían dejar sitio a otra familia que aportará genes nuevos a los reyes del Zoo. Marius, la jirafa, no podía cruzarse con las hembras de su recinto, ni de otros muchos de Europa con miembros de su familia, sin provocar una endogamia que podría perpetuar defectos genéticos en toda la población cautiva de su especie.
Tan drásticas decisiones parten de un hecho que, aunque lógico, no siempre tenemos en cuenta: los animales se reproducen, y las instalaciones y recursos de quienes los gestionan son limitados. ¿Cómo se logra un equilibrio para acomodarlos sin perjudicar su bienestar? En principio, la Asociación Europea de Zoos y Acuarios (EAZA) contribuye a solucionar estos problemas con programas de traslado de animales y recomendaciones sobre apareamientos convenientes o no aconsejables. Sin embargo, solo agrupa a 345 instituciones de 41 países, y todas ellas gozan de autonomía para sus políticas de gestión. Por eso, este organismo ha apoyado las recientes actuaciones de los daneses, reconociéndoles “el derecho a terminar humanamente con la vida de esos animales, de acuerdo con su política”.
La política en cuestión apuesta por que sus huéspedes conozcan la experiencia de la paternidad como parte de un elevado bienestar. El problema llega cuando los vástagos crecen.
Gonzalo Fernández, director de colecciones animales y conservación de los Bioparc, considera que existen muchas otras herramientas para afrontar el problema, teniendo siempre en cuenta las dinámicas de población y las características de cada especie. Afirma que “nadie entiende lo de Copenhague”, que, para él, “se debe más a un tema cultural que de manejo de poblaciones. La eutanasia, muy controvertida en muchas zonas de Europa, no se ve mal en Escandinavia. Por eso muchos zoos de esta región la admiten, pero nosotros no la contemplamos para deshacernos de excedentes, aunque es legal”.
Esa legalidad no está tan clara para la organización de defensa animal Born Free, con sede en el Reino Unido. Su portavoz, Daniel Turner, considera que existe una falta de regulación en este ámbito y que la decisión de matar a los animales queda al albur de cada gestor, cuando “deberían responder ante el gobierno. Él debería dar las autorizaciones para llevar a cabo esas medidas. Únicamente en Rumanía la ley especifica claramente que la eutanasia está prohibida, debido a un claro trasfondo religioso”. La falta de transparencia agrava el problema, ya que “las informaciones que tenemos proceden de filtraciones a menudo realizadas por los propios trabajadores”. Además, la EAZA no abarca ni un 8% de los centros existentes en Europa.
Incluso entre sus miembros, la Sociedad Zoológica de Londres, responsable del Zoo de esta ciudad, admitía al diario The Independent que el año pasado había eliminado catorce ratas y 61 murciélagos. Alberto Díez, de la organización de defensa animal Infozoos, asegura que “las especies más pequeñas y de reproducción rápida son más vulnerables”. Y su eliminación más difícil de detectar para el público que la de grandes felinos, por ejemplo.
Ante la dimensión del problema, el ecólogo Mark Bekoff, quien lleva años estudiando las capacidades y emociones de los animales, acuñó el término zootanasia para referirse a este tipo de matanza que, según expresaba en un artículo de Psychology Today, constituye “una forma de asesinato premeditado”.
Un poco más suave
Entre las opciones que se podrían haber ofrecido a Marius, o a los leones, Gonzalo Fernández menciona la de haberles creado un recinto apropiado. “Eso causa cierto trastorno, pero es normal que quien tenga animales esté preparado para mantenerlos”. De hecho, los programas de cría que elabora la EAZA tienen que basarse en la viabilidad a cien años y calcular “la cantidad de individuos sostenible a largo plazo. Cuando nos acercamos a ella, el coordinador del programa tiene que decelerar la reproducción, dando prioridad a la variabilidad genética”, añade.
Su convicción es que los zoos deben mantener unos criterios éticos, “porque tenemos animales bajo nuestra protección y somos grandes plataformas de educación ambiental y conservación”. Lo ideal sería reintroducir a muchos de ellos en la naturaleza, una visión que comparte Infozoos, para quien la raíz del problema brota de la propia concepción de estos centros. A su entender, la cría de animales en ellos debería ir unida necesariamente a un programa de conservación riguroso que velase especialmente por las especies del entorno. Por ejemplo, el de nutria ibérica para repoblar ríos que ha llevado a cabo el de Jerez de la Frontera.
Alberto Díez critica que muchas veces se favorezca a las especies más llamativas para el público, frente a otras menos vistosas, pero más que necesitadas, como las aves. “No es de recibo que en el SEPRONA se vuelvan locos para encontrar un hogar a los animales ibéricos que rescatan en un país con 130 zoos”. Tampoco entiende una tendencia al exotismo que coloca 798 jirafas en toda Europa, incluso bajo el frío de Dinamarca.
Respecto a la reintroducción de ejemplares, Gonzalo Fernández apunta que muchas especies no sobrevivirían: “Hay más tigres de Sumatra en cautividad que en la naturaleza. Allí tienen tanta presión por la caza furtiva y la demanda de huesos para la medicina tradicional china que no podemos ni plantearnos esa posibilidad”.
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