Todos sabemos que el ser vivo más grande que recorre el planeta es la ballena azul. Pero no siempre ha lucido ese cuerpo de récord: “Vivimos en una época de gigantes. Las ballenas barbadas nunca habían sido tan grandes. Jamás”. El biólogo marino Jeremy Godlbogen no solo lo sabe, también se ha preguntado por qué. Junto a sus colegas Graham Slater y Nicholas Pyenson, se propuso averiguar cuándo dieron el gran estirón las ballenas barbadas, las que en lugar de dientes tienen una «cortina» de cartílago con la que filtran el agua para atrapar alimento.
Para empezar, debían establecer un patrón de crecimiento desde la aparición de estos animales en el planeta, hace unos 30 millones de años. El principal reto: saber cuánto medían las especies extintas, cuando lo único que conservamos de algunos especímenes son algunos fragmentos. Afortunadamente Pyeson, responsable de mamíferos marinos en el Museo Smithsonian de Historia Natural, había descubierto que el tamaño total puede calcularse a partir del ancho de un cráneo fósil. Y el Instituto Smithsonian cuenta con la mayor colección de cráneos de ballenas barbadas. Los tres investigadores calcularon a partir de 140 de ellos las dimensiones de nada menos que 63 especies extintas y 13 actuales. Combinando sus resultados con otros datos publicados, comprobaron que el gran aumento de tamaño se produjo hace entre 4,5 millones de años. El fenómeno apareció en distintos linajes de barbadas de forma bastante simultánea. Es más, justo en la misma época se fueron extinguiendo especies más pequeñas de esos linajes.
Según manifiestan en el estudio que publican en Proceedings of the Royal Academy B, “la única forma de explicar que se convirtieran en los gigantes que son hoy es que algún cambio del pasado reciente supusiera un incentivo para alcanzar un tamaño gigante, al tiempo que ser pequeño se convertía en una desventaja”. Y sí, también han identificado ese «algo». Concretamente, el inicio de las Edades de Hielo. En aquella época aumentaron los casquetes polares, la extensión de la capa de hielo y de los glaciares. Y el frío llegó también al océano. Al pasar por las zonas gélidas, las corrientes se enfriaban, con el consiguiente surgimiento a la superficie de las costas de agua fría y más rica en nutrientes. Las aguas de diversas zonas empezaron a experimentar así una abundancia de zooplancton en ciertas épocas del año. Es decir, un auténtico festín para las barbadas. Con semejante incentivo, tenía sentido que sus cuerpos se alargaran para poder recorrer mejor las grandes distancias hasta esos comederos ideales.
A partir de esa perspectiva histórica, los autores del estudio analizan el momento actual. El nuevo cambio (esta vez al alza) en las temperaturas y la acidificación del océano podría provocar una nueva variación en estos animales. Mucho más cuando las ballenas barbadas han sido sometidas durante años a la presión de la caza por parte de los humanos: «Aún no sabemos las profundas consecuencias ecológicas que esto puede traer consigo. ¿Qué ocurre cuando pierdes tanta biomasa en el océano? Todavía lo estamos investigando».