Los hombres del pueblo hirpini, en Italia, creían ser descendiente del lobo. Se llamaban a sí mismos “hombres del lobo”. Este es solo uno de los ejemplos de cómo a lo largo de la historia el ser humano ha temido, odiado y venerado al dios lobo

En el Palatino se celebraban las lupercalias, nombre derivado de lupus, fiestas de gran carga sexual, dedicadas a la fertilidad. En Dacia, la antigua Rumanía, los lobos servían para elaborar hechizos de amor. Y así, este texto de Alba García Iranzo* y José Luis Rubio de Lucas*, ambos expertos en ecología animal, recuerda que el lobo es mucho más que una alimaña que se come a las gallinas.

Texto de Alba García Iranzo y José Luis Rubio de Lucas

En el paleolítico, nuestros antepasados y los del lobo eran cazadores. Y las dos especies pasaron de ser competidoras a aliadas, porque colaborar daba mejores resultados.

Según indicios arqueológicos del Pleistoceno de Europa, el hombre y el lobo pudieron relacionarse por primera vez cuando los Homo llegaron a Eurasia.

Inicialmente, lo más probable es que hubiera rivalidad por el territorio y el alimento, y aunque las manadas de los antiguos lobos no supusieran demasiado peligro, como sí por ejemplo los grandes felinos, es muy posible que hostigaran a los humanos.

Pero la condena al lobo realmente surgió en el neolítico, cuando los lobos añadieron a su menú los animales domésticos que el ser humano había convertido en la base de su alimentación. Hasta entonces, el hombre sólo temía a los superdepredadores. Sin embargo, cuando pasó de ser nómada a sedentario, los carnívoros se convirtieron en un peligro para los animales bajo su tutela, y empezó a cazarlos.

Se extendió el miedo, y nacieron religiones como las judeocristianas, para las que la naturaleza está al servicio del hombre

Los ganaderos que conviven actualmente con grandes carnívoros, como el tigre en la India, le consideran una divinidad, lo veneran, construyen mitos y una cultura en torno a él, y esto facilita su convivencia.

Los registros de la agresividad de lobos infectados por la rabia, o de lobas durante el período de cría, contribuyeron a la visión maléfica de lobo, que se expandió a partir de las fábulas de tradición europea que lo asociaron con fuerzas y seres oscuros.

La figura del lobo está cargada de simbolismo. Por un lado, tenemos un ser que se oculta y usa la noche para arrebatar al ser humano su sustento e incluso su vida; y por otro, admiramos al animal.

El lobo que adoramos

En el antiguo Egipto, el lobo es Anubis,  divinidad con cabeza de perro, chacal o lobo que acompañaba a las almas al reino de los muertos. Es el maestro de las necrópolis y el patrón de los embalsamadores.

 

En la cultura griega había ritos de iniciación para acceder a la posición de guerrero-lobo, estatus de gran prestigio, mediante las ceremonias de krypteria espartana.

Otras divinidades del mundo heleno, se asociaban a la figura del lobo, como Zeus o L`ykaios, y Apolo o Lýkeios, eran “dios-lobo”; ocurre lo mismo con Ares, dios olímpico de la guerra, y sus hijos, así como otros personajes como Lykoreos, divinidad de Delfos, Venus y Artemisa.

En La Ilíada el lobo es Dolón, guerrero del bando troyano, que, disfrazado con pieles de lobo, se ofreció a espiar el campamento aqueo.

En nexo con la muerte y el Más Allá también podemos encontrar al lobo asociado a personajes como Hades, dios del inframundo, Hécate, diosa protectora que otorgaba prosperidad a las familias y solía ir acompañada de lobos o de perros; y a Tánatos, personificación de la muerte sin violencia que, en la mitología, estaba ataviado con su pelaje.

Cerbero, perro de Hades con tres cabezas, guardaba la puerta del inframundo griego e impedía que los difuntos salieran y los vivos entraran

En Asia Menor hay indicios que demuestran la participación del lobo en ritos hititas, frigios, lidios, licios y luvitas; al igual que en las sociedades guerreras germanas de Männerbund que, tras los ritos de preparación, sus miembros tornaban a guerreros-lobo. Recibían el nombre de ‘carnassier’, y Ülfhedhir.

Los guerreros vikingos denominados berserk, consagrados a Odín, están representados en el trono de Asgard, junto a dos lobos sentados a ambos lados del sitial, que, según las crónicas, se comportaban como lobos, mordiendo sus escudos con demencia animal y aullando.

Odín en su trono junto a los lobos Geri y Freki.

En este contexto nació el lobo Fenrir, gobernante de los muertos e hijo de Loki, fiel creador de lo tenebroso, y la giganta Angerboda de la mitología nórdica, la que trae pesar al mundo.

Roma debe al lobo sus orígenes, como cuenta la fábula de Rómulo y Remo. Incluso se le representaba en los estandartes con ilustraciones ligadas al dios Marte.

Los fundadores de Roma, Rómulo y Remo, fueron cuidados y alimentados por una loba llamada Luperca y un pájaro carpintero, los animales sagrados de Marte

Dentro del ejército, los velites, la infantería ligera romana, y los cornicen, portadores del cuerno, usaban pieles de lobo en la batalla.

El pueblo hirpini, en Italia, creía ser descendiente del lobo hasta el punto de llamarse a sí mismo “hombres del lobo”. Los lobos se hallaban ligados al dios Dis Pater, también llamado Plutón morador del averno. Y en el Palatino, se celebraban las lupercalias, nombre derivado de lupus, fiestas de gran carga sexual, dedicadas a la fertilidad.

En los Balcanes el lobo solía jugar un papel de defensor, hasta el punto de estar representado en los estandartes de los luchadores dacios que pasaron a llamarse “lobos”.

En Dacia, la antigua Rumanía, los lobos eran el animal totémico, y se les consideraba defensores, celebrándose fiestas con rituales para la protección de todos los males, y también hechizos de amor. Además, el lobo guiaba el tránsito a la muerte.

En el ambiente de los círculos guerreros, se acuña por primera vez el término licantropía.

Se cree que estos “Hombres-lobo” vistos por primera vez en la edad del Hierro, habrían derivado hasta la Edad Media Europea, que asociaba al lobo con el Diablo.

En España podemos ver muestras de lobos relacionadas con lo fúnebre en estelas como las de Clunia en Burgos y Ponga en Asturias; así como con las figuras de lobos existentes en las necrópolis de Jaén, Sevilla y Córdoba.

En Numancia, hay ilustraciones en cerámica de guerreros que se cubren con pieles de lobo. Hallamos otro tipo de exhibiciones del siglo VI a.C, en las que aparece en los escudos y armaduras de los guerreros de la zona de la Alcudia de Elche.

Guerrero cubierto con piel de lobo.

Más aún, se ponían retratos de cabezas de lobo en las murallas, para que funcionaran como defensa, al estar vinculadas al dios infernal del Aidos Kyné de Hades.

La figura de la “Diosa de los Lobos”, que expresa la concordia entre el lobo, el fuego y el agua, se encontró en una urna del siglo II a.C, en Moratalla, Murcia.

El dios-lobo Vaelico, cuyo nombre significa “lobo aullador”, está relacionado con las cofradías guerreras. La efigie del lobo llegó a ser tan importante que algunos pueblos lo acogieran en sus nombres, como es el caso de los Lobetanos celtibéricos.

 


Los autores del texto

*Alba García Iranzo es graduada en Ciencias Ambientales por la Universidad Autónoma de Madrid. Sus intereses están dirigidos a la ecología y comportamiento del lobo y la relación entre los canidos y el Hombre.

*José Luis Rubio es profesor del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid. Su actividad de investigación se orienta a la ecología animal (básicamente reptiles) y al estudio de las relaciones Hombre-Animal (Etnoecología).

REFERENCIAS

(1) Galhano Alves, J. P. (2000). Vivre en Biodiversité Totale. Des Hommes, des Grands Carnovores et des Grands Herbivores Sauvages. Des études de cas: Lpous au Portugal, Tigres en Inde. Tesis doctoral. Universidad Aix-Marseille III.

(2) González Alcalde, J. (2006). Totemismo del lobo, rituales de iniciación y cuevas-santuario mediterráneas e ibéricas. Quaderns de prehistòria i arqueologia de Castelló, 25.

(3) Gil Cubillo, J. (1994). Lobos y hombres. J.C. Gil Cubillo.

(4)  Udell, M., Dorey, N. y Wynne, C. (2008). Wolves outperform dogs in following human social cues. Animal Behaviour, 76 (6):1767-1773.