Un equipo de científicos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en Argentina, liderados por Eduardo Zattara, ha descubierto que, desde la década de 1990, un promedio del 25% de las especies de abejas ya no aparecen en los registros globales. Y todo ello a pesar de que han aumentado notablemente los registros disponibles. Si bien esto no significa que todas estas especies estén extintas, sí podría indicar que se han vuelto lo suficientemente raras como para que nadie las observa en la naturaleza.

«Con la ciencia ciudadana y la capacidad de compartir datos, los registros aumentan exponencialmente, pero la cantidad de especies reportadas en estos registros está disminuyendo – explica Zattara en un comunicado – Todavía no es un cataclismo de abejas, pero lo que podemos decir es que las abejas silvestres no están precisamente prosperando”.

Si bien hay muchos estudios sobre la disminución de las poblaciones de abejas, estos generalmente se centran en un área específica o un tipo específico de abeja. El equipo de Zattara, en cambio, se centró ​​en identificar tendencias globales más generales en la diversidad de las abejas. Los resultados se han publicado en One Earth.

“Averiguar qué especies viven, dónde y cómo, mediante el uso de datos agregados complejos puede ser muy complicado – añade Zattara – Nuestra intención era hacer una pregunta más simple: ¿qué especies se han registrado, en cualquier parte del mundo, en un período determinado?”.

Para encontrar la respuesta, los investigadores se sumergieron en el Global Biodiversity Information Facility (GBIF), una red internacional de bases de datos, que contiene más de tres siglos de registros de museos, universidades y hasta de ciudadanos, que abarca más de 20.000 especies de abejas conocidas de alrededor del mundo.

Los resultados mostraron primero que ya no se registra una cuarta parte del total de especies de abejas y segundo que esta disminución no se distribuye uniformemente entre las familias de abejas. Los registros de abejas alíctidas —la segunda familia más común— han disminuido un 17% desde la década de 1990, mientras que los de la familia Melittidae —una familia mucho más rara— han bajado hasta en un 41%.

“La huella de nuestra sociedad no solo afecta a las abejas que cultivamos, también a las silvestres, que brindan servicios ecosistémicos de los que dependemos – concluye Zattara –. No se trata realmente de la certeza de los números, sino de la tendencia. Se trata de confirmar que lo que se ha demostrado que sucede a nivel local está sucediendo a nivel mundial. Algo les está sucediendo a las abejas, y es necesario hacer algo. No podemos esperar hasta tener una certeza absoluta porque rara vez llegamos allí en las ciencias naturales. El siguiente paso es instar a los responsables de las políticas a actuar mientras todavía tenemos tiempo. Las abejas no pueden esperar”.