¿Basta con hacer como si las noticias falsas no existieran para que pierdan su fuerza? Un nuevo estudio indica que esta estrategia no funciona

En los últimos años, el término «desinformación» ha aparece cada vez más en debates académicos y públicos. Mientras que algunos investigadores alertan sobre los daños que las noticias falsas pueden causar a la democracia, la salud pública y otros aspectos fundamentales de la sociedad, otros sugieren que su impacto es insignificante.

Sin embargo, un reciente análisis publicado en la revista American Psychologist advierte de que ignorar la desinformación es un error grave. La desinformación es más común de lo que creemos y que tiene impactos importantes en las creencias y comportamientos de las personas.

La cantidad de desinformación no es insignificante

Uno de los argumentos más comunes para minimizar la desinformación es que representa una parte muy pequeña del contenido que consume una persona media. Sin embargo, esta afirmación suele basarse en definiciones limitadas de desinformación, referidas a noticias falsas claramente identificables en sitios web donde habitualmente aparecen. Al aplicar definiciones más amplias, que incluyen información engañosa difundida por políticos, redes sociales y medios tradicionales, la imagen cambia considerablemente. Por ejemplo, un estudio reciente sobre tuits relacionados con el cambio climático encontró que el 15.5% contenía desinformación, una cifra nada despreciable.

Además, centrarse exclusivamente en redes sociales ignora otras fuentes importantes de desinformación, como discursos políticos y contenido offline. Incluso si la desinformación afectara solo a un grupo pequeño de personas, los efectos podrían ser significativos si estas minorías tienen una gran influencia en el debate público o las decisiones políticas.

Los efectos de la desinformación: más allá de las creencias

Otro argumento común es que la desinformación no tiene un impacto causal significativo en las actitudes o comportamientos. Sin embargo, ejemplos recientes demuestran lo contrario. La desinformación sobre vacunas está relacionada con una disminución real en la intención de vacunarse y en las tasas de vacunación. Asimismo, el consumo de noticias que minimizan la gravedad de la COVID-19 (aquello de «es como resfriado» y pasará) se asoció con un menor cumplimiento a las medidas de salud pública.

El impacto de la desinformación también se manifiesta en eventos concretos, como los disturbios en el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, vinculados a falsas afirmaciones sobre fraude electoral, o los linchamientos en India en 2018 debido a rumores infundados en WhatsApp sobre secuestros de niños. Estos ejemplos demuestran que la desinformación no solo moldea creencias, sino también motiva acciones con consecuencias graves.

La compleja red de la desinformación

Es importante reconocer que la desinformación no existe en un vacío. Las normas sociales, valores e identidades también influyen en el comportamiento humano. Sin embargo, estos factores están íntimamente relacionados con el flujo de información, incluyendo aquella que es falsa o engañosa. Además, la desinformación puede reforzar comportamientos negativos al proporcionar justificaciones racionales para ellos, como minimizar los riesgos de fumar o usar cigarrillos electrónicos.

La solución no es simplemente centrarse en intervenciones individuales, como educar a los usuarios para que identifiquen desinformación. También es necesario abordar factores sistémicos, como los algoritmos de redes sociales que amplifican contenido engañoso o polarizante. Los estudios recientes muestran que la desinformación no solo se propaga más rápido por su contenido, sino también por la dinámica de las plataformas que la promueven.

La urgencia de actuar contra la desinformación

Ignorar la desinformación es arriesgado. Aunque no toda desinformación es igual de dañina, algunos casos tienen impactos profundos en la sociedad, desde erosionar la confianza en instituciones democráticas hasta poner en peligro la salud pública. Los autores argumentan que tanto los investigadores como los responsables de políticas deben abordar este problema con seriedad, promoviendo estrategias que combinen la promoción de información veraz con medidas para limitar la propagación de contenido engañoso.

La desinformación es más que un desafío comunicativo: es una amenaza a la capacidad de las sociedades para tomar decisiones informadas y justas. Por lo tanto, combatirla no es solo una cuestión de principio, sino una necesidad urgente para preservar la salud de nuestras democracias y comunidades.

REFERENCIA

Why Misinformation Must Not Be Ignored