Cada día más personas se entregan a dietas extravagantes de dudosa eficacia. La mitad abandona antes de un mes. Basta con ojear el repertorio de las dietas más requeridas para entender los disparates de la delgadez. Mientras unos cuentan las calorías, otros cuentan las veces que mastican un pedacito de alimento. Podría llamarse la dieta del hartazgo, más por aburrimiento que por empacho. Fue idea de Horace Fletcher, también llamado “el gran masticador”, que vivió en el siglo XIX.
Unos vuelven los ojos a la edad de las cavernas: carne roja, pescado, vegetales crudos, fruta y raíces. Otros se inspiran en la Biblia para componer sus menús. Don Colbert, autor de Qué comería Jesús, propone excluir los alimentos procesados, y el pastor George Malkmus invita a probar la dieta del Aleluya, inspirada en el Génesis: el 80% de los alimentos deben ser crudos.
¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por la delgadez extrema? En España, unos 2.000 € anuales. La Asociación Española de Dietistas y Nutricionistas, AESAN, calcula que casi la mitad de los tratamientos son falsos, y en uno de cada tres casos las pérdidas son poco saludables. Adelgazar es el sueño del 40% de la población. De ahí a formar parte de la generación dieters (se pasan la vida probando dietas) hay un paso, y a veces es traicionero. Hay a quien se le va de las manos y consigue un tipito de muerte, en el sentido literal.
El plato de las ‘celebrities’
Hollywood es buen ejemplo de ello. Allí, la dieta de la zona es casi una religión. Fue creada por Barry Sears y achica hasta la ridiculez las porciones de carbohidratos, proteínas y grasas permitidas en cada comida. Otro médico, Louis J. Aronne, ha recopilado su retahíla de mandamientos en el libro The Skinny, cuyas páginas incitan a comer desnudo frente al espejo o a sustituir un plato por mascar un chicle.
Algunas estrellas dominan la báscula con fármacos para tratar el déficit de atención y tienen como efecto secundario el control del apetito y la pérdida de peso. Otras, con alcohol. El actor Tom Cruise, solamente según el rumor popular, practica sexo con su esposa, Katie Holmes, para completar la dieta. Sin embargo, su amiga Victoria Beckham podría liderar la generación dieter. Su libro de cabecera, Skinny Bitch –algo así como “perra delgada”– es toda una declaración de intenciones. Para dietas estrafalarias, ninguna como la de la actriz porno Kim Kelly. Su propuesta es la “proteína pura” que extrae del semen de sus amantes.
De todos modos, el mundo de las celebrities constituye un referente equívoco. Nos cargan de tópicos y acaban distorsionando los modelos de alimentación saludables. El 10% de las adolescentes británicas se salta el desayuno o la comida para poder lucir la talla de Victoria Beckham.
Efecto yoyó
“Sus abusivas dietas son insuficientes, incoherentes y carentes de los nutrientes imprescindibles para el organismo. Además, consiguen un efecto yoyó. El paciente pasa hambre y, cuando no puede más, la abandona y los kilos vuelven a su lugar.
En el caso de los hombres, la mayoría de los trastornos alimenticios tienen su origen en una dieta salvaje durante la infancia o la adolescencia”, explica Montserrat Sánchez, directora del Instituto de Trastornos Alimentarios de Barcelona.
“Las dietas hipocalóricas restrictivas son la puerta de entrada de la anorexia, la bulimia y otros trastornos”, añade el catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo Isaac Amigo. “Cuando la dieta fracasa, la persona busca otras maniobras, como vomitar después de comer, diuréticos, laxantes o ayuno.
Como esto no funciona, van perdiendo el control sobre su conducta hasta llegar a comportamientos tan extremos como ineficaces: tomar somníferos para dormir a lo largo de la mañana y así evitar la ingesta durante este tiempo; no comer hasta media tarde, lo que se traduce en un atracón vespertino, o no cenar cuando se sale por la noche, ya que el alcohol aporta calorías.
Publicidad lesiva
La presión por una silueta delgada acaba marcando nuestra autoestima y nuestra posición social. Lo peor es que el peso es una preocupación universal. Un escáner con resonancia magnética realizado en la Universidad de Utah reveló que al observar la imagen de una persona con sobrepeso, el cerebro de la mujer, tanto con trastornos de alimentación como sin ellos, activa sus áreas vinculadas con la infelicidad extrema y la autofobia.
Los publicistas lo han comprobado fehacientemente. Un estudio de la Universidad de Arizona detectó que los anuncios protagonizados por mujeres de tallas grandes lastima la autoestima del público femenino.
Aunque cuesta imaginarla enzarzada en estas lides, ahora se entiende por qué la férrea dama Margaret Thatcher se sometió a una severa dieta a base de huevos –cuatro diarios durante dos semanas– antes de cruzar la puerta del número 10 de Downing Street en 1979.
Redacción QUO