Durante seis meses, 26 mujeres obesas o con sobrepeso incluyeron en sus dietas dos tipos de batidos: sabrosos y calóricos, o insípidos y sin calorías. Un equipo de investigadores del Departamento de Psicología de la Universidad de Texas monitorizó, mediante resonancia magnética funcional, las áreas del cerebro que se activan cuando una comida nos gusta, y descubrió que las féminas que tomaron más cantidad de batidos calóricos y ganaron más peso eran aquellas que mostraban menos activación en esas áreas del placer. Esta aparente paradoja tiene su explicación. La hipótesis es que el ser humano, cuando come, recibe una compensación, ya que los alimentos le causan placer. Aquellos a quienes el alimento les produce menos satisfacción suelen coger más peso porque tienden a consumir más para conseguir esa gratificación indispensable. Comer con gusto, al contrario de lo que decían nuestras abuelas, ayuda a no querer comer más. Y este es solo uno de los mitos que se desbaratan con las nuevas investigaciones en nutrición.
Somos máquinas de transformar energía. El mecanismo es tan completo que incluso tiene un sistema de seguridad. Parte de la energía de la comida se almacena en forma de grasa en el tejido adiposo, por si acaso hiciera falta más tarde. Pero ¿en qué cantidad? La respuesta tradicional dice que si hay exceso de nutrientes, se almacena, y si no lo hay, se quema. Sin embargo esta explicación se queda corta cuando, a igualdad de condiciones, unas personas acumulan grasa y otras no.
Es el cerebro el que decide qué hacer con el exceso de comida, si quemarlo o almacenarlo. Un estudio publicado en 2002 descubrió el mecanismo.
El sistema nervioso simpático envía receptores beta-androgénicos que activan los tejidos encargados de quemar grasa, principalmente el tejido muscular y la misteriosa grasa marrón.
El tejido adiposo marrón, al contrario que su equivalente blanco, se dedica a quemar nutrientes. Está presente en los bebés, y ahora se ha descubierto que los adultos disponen de depósitos de este tejido alrededor del cuello, y que se pueden activar por exposición al frío. Esta “grasa que quema grasa” es la responsable de que los esquimales consuman enormes cantidades de calorías y no engorden.
Mente gorda y delgada
El cerebro también puede hacernos propensos a engordar. El profesor Tamas Horvath, de la Facultad de Medicina de Yale (EEUU), ha comprobado que el cerebro de las ratas obesas funciona de modo diferente al recibir una comida alta en calorías. La parte encargada de enviar las señales para dejar de comer (saciedad) y comenzar a quemar calorías funciona más lentamente. Es decir, algunos cerebros son vulnerables a la obesidad y otros resistentes, lo que
podría venir determinado por la influencia de la madre en las primeras etapas del desarrollo fetal.
Existe un desorden psicológico llamado ingesta compulsiva que afecta a personas que comen sin freno como respuesta a emociones negativas. Los comedores compulsivos suelen terminar obesos, aunque no todos los obesos son comedores compulsivos.
La dieta actual, en la que reina la comida basura, parece diseñada para modificar nuestras neuronas. Los sabores intensos disparan los mecanismos de recompensa del cerebro y refuerzan el comportamiento compulsivo.
El doctor Kessler, de la FDA, llama a estas comidas “hipersabrosas”, y piensa que los cambios que provocan en la química del cerebro están detrás de la epidemia de obesidad en el mundo desarrollado.
Si el cerebro es el responsable de los antojos, puede haber formas de controlarlos. En un reciente estudio de la universidad Carnegie Mellon se invitó a los sujetos del experimento a que se imaginaran a sí mismos comiendo las conocidas chocolatinas M&Ms, hasta 33 veces seguidas. A continuación se les ofreció comer tantos M&Ms reales como quisieran. Aquellos que habían imaginado comer más veces tuvieron menos deseo de zamparse las chocolatinas.
Efecto yoyó
Los investigadores de las universidades de Brown y Colorado en EEUU comenzaron en 1993 a registrar el peso de más de 4.300 personas, y se encontraron con un resultado desolador. El 95% de las personas que hacían dieta volvían a ganar peso. Entonces, ¿qué tenía de especial ese 5% que adelgazaba y se mantenía? La doctora Inga Treitler, a cargo del estudio, no se fijó en la dieta ni en el ejercicio, sino en qué tipo de personas eran antes y después de perder peso. Qué libros leían, en qué trabajaban, si tenían o no mascotas, sus aficiones y si habían cambiado de amistades.
El resultado es que quienes conseguían perder peso y mantenerlo se habían convertido en personas diferentes. Por ejemplo, uno de los sujetos, tras perder la mitad de su peso corporal, pidió una excedencia y se marchó a África a dirigir una facultad de Derecho, y se aficionó a las largas marchas y a la ornitología. El paso crucial para todos ellos consistió en ser capaces de distanciarse de su vida cotidiana, examinarla y realizar cambios radicales. Muchos lo relatan como un rito de iniciación. Habían nacido de nuevo, y esta vez eran delgados.
Comes como eres
El estudio desveló otro dato interesante. No todas las personas están igualmente capacitadas para adelgazar. Se sometió a los sujetos al denominado test Hermann, o de los cuatro cuadrantes. La medida se basa en que la información se procesa en el cerebro de forma diferente según cada persona. Algunas son analíticas y matemáticas (cuadrante A), otras son metódicas (cuadrante B), otras emocionales y espirituales (cuadrante C), y otras inquietas y arriesgadas (cuadrante D). Todos tenemos comportamientos de cada uno de los tipos, pero suele predominar uno de ellos.
Como era de esperar, las personas más metódicas, con mayor control sobre sí mismas, puntuales, disciplinadas y planificadoras, tenían más facilidad para seguir una dieta, y más posibilidades de éxito. Para convertirse en otra persona, pues, era necesario ser metódico. La buena noticia es que el cerebro se adapta, y podemos modificar nuestros patrones de conducta empezando por pequeños cambios.
La actitud correcta
Algunos dirán que es su metabolismo, o su genética, pero la actitud tiene mucho que ver con la pérdida de peso. Los pensamientos positivos pueden ser de gran ayuda durante el proceso.
Esta es la base de la controvertida técnica de la Programación Neurolingüística (NLP), que propugna que hay una relación directa entre el lenguaje y el comportamiento. Así, pensamientos como “Nunca podré perder peso, es genético” son una forma de autosabotaje. La idea es sustituir estas afirmaciones por otras positivas; por ejemplo “comiendo bien pierdo peso”. De este modo, se “programa” el cerebro para cambiar de forma subconsciente nuestro comportamiento.
Una solución similar es la que propone la psicóloga Judith Beck, creadora de la Beck Diet Solution. Se trata de aplicar técnicas de terapia cognitiva a la pérdida de peso; es decir, enseñar a pensar como una persona delgada. Suena a cura de desintoxicación para adictos a las drogas. Pero todo indica que es así como funciona la comida.
Alimentos adictivos:
Chocolate: Las últimas teorías dicen que no se trata de un alimento adictivo, sino que está asociado culturalmente, y desde la infancia, a momentos especiales, y normalmente placenteros. Sin embargo, en el Centro de Regulación Genómica de Barcelona encontraron que incrementa la dopamina y la serotonina, hormonas que nos hacen felices.
Queso: Ya en los años 80, un estudio encontró trazas de morfina en la leche de vaca y en la humana. Al parecer, es un mecanismo evolutivo para asegurar que las crías permanecen con sus madres. Otras investigaciones han comprobado que la caseína que contiene el queso se transforma en casomorfinas durante la digestión, que son opioides con efectos sedativos.
Azúcar: El doctor Jacob Teitelbaum sostiene que la dieta actual nos convierte en adictos al azúcar. Su consumo desestabiliza la respuesta al estrés, y hace que las personas ingieran aún más azúcar y cafeína. Las fluctuaciones en sangre provocan otros muchos problemas de salud.
[image id=»30918″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]Las mujeres eligen comida antes que sexo
Un mito muy extendido (y falso) dice que los hombres piensan en el sexo una vez cada siete segundos. ¿Y las mujeres? Según una encuesta entre 5.000 personas de Estados Unidos de la compañía de productos de adelgazamiento Shape Smart, ellas prefieren la comida al sexo, y ellos al contrario. Los resultados establecen que el 25% de las mujeres piensa en la comida cada media hora, mientras en ese mismo período de tiempo el 36% de los hombres se dedica a sus fantasías eróticas. Las chicas, además de pensar en comer, caen en la tentación: cuatro de cada diez confiesan que comen chocolate, una de sus pasiones, cuatro veces al día. El peso se convierte en una constante en sus vidas: un 40% de ellas sienten que están siempre a dieta.
Darío Pescador