Después del accidente de Chernobyl se dispararon los casos de terror a la radiación ionizante. ¿Puede ocurrir algo parecido con el siniestro de Fukushima? El doctor Rafael Herranz es categórico: “El accidente no producirá radiofobia”. Quien contesta es responsable del Centro de Radiopatología del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, el centro de referencia del Sistema Nacional de Salud para tratar a personas afectadas por radiaciones ionizantes. Veinticinco años después de Chernobyl la población sabe que los niveles de radiación de la tecnología médica son reducidos, y sabe que son muchos más sus beneficios que sus potenciales peligros. La radiación que produce una mamografía es de 3 milisieverts (mSv), ligeramente superior a los 2,4 mSv que recibe una persona de media al año.“Hasta los más belicistas antinucleares exigen radiografías para sus hijos o para sus mujeres, y, además, hay que tener en cuenta que hoy es imprescindible en medicina: el 70% de los tratamientos oncológicos precisan radioterapia”, dice Rafael Herranz.

La radiofobia que se generó después de Chernobyl se produjo, primero, entre los habitantes del entorno de la central, pero lo curioso es que la fobia también se dio a miles de kilómetros entre personas que tenían que someterse a tratamientos médicos, como una radiografía de torax, o entre pacientes de cáncer a los que había que aplicar radioterapia. Eran casos excepcionales pero difíciles de tratar porque el oscurantismo con el que se abordó el accidente generó desconfianza entre la población. Los errores que se cometieron también contribuyeron a ello. Por ejemplo, se permitió a los niños el consumo de leche, lo que se tradujo en la aparición de 6.000 tumores de tiroides.

Redacción QUO