¿Localización? Nueva York, Manhattan. ¿Época? Siglo XXI, actualidad, aunque la narrativa parece tener lugar en una realidad donde impera el estilo de los 80 con avances «tecnológicos» muy dispares anclados a la estética que tenemos nosotros sobre esos tiempos. De hecho, los protagonistas de «Maniac» (Netflix) siguen usando ordenadores IBM de la época con programación MS-DOS en color verde, se imprime con papel agujereado de fax vintage, la sociedad vive bombardeada por publicidad constante al estilo «Blade Runner», puedes comprarte un marido o un amigo por horas y las cacas de los perros en las calles ya no son un problema (gracias a los robots sanitarios encargados de limpiarlas).
En esta «locura» de mundo, con claras referencias quijotescas viven Owen Milgrim (interpretado por Jonah Hill) y Annie Landsberg (Emma Stone), quienes se conocen de casualidad en un ensayo clínico para tomar un nuevo medicamento capaz de tratar enfermedades psicológicas. Un tratamiento con el que esperan enfrentarse a sus problemas y que tiene 3 fases que deben superar si quieren bloquear esos malos pensamientos y volver a una vida normal. Este medicamento, más parecido a una droga alucinógena, les pondrá de frente con aquello que tanto temen pero ¿sabrán desarrollar el mecanismo de defensa que promete este experimento para borrarlos de su mente?
Eso ya lo tenéis que descubrir vosotros en esta miniserie dividida en 10 capítulos -que se ha convertido en toda una sorpresa para Netflix- donde los protagonistas viven todo tipo de sueños en los que encontrarán las herramientas para acabar con sus miedos en diferentes vidas: como Bonnie and Clyde, en el mundo del Señor de los Anillos o como una pareja feliz que quiere salvar a un lémur en plenos años 80. Pero nos surge una duda, ¿existen estudios parecidos actualmente que estén valorando el uso de drogas ilegales para tratar desórdenes psicológicos?
Actualmente, existe una droga ilegal para un gran número de países, pero que ha sido usada en varios ensayos clínicos y que recuerda mucho a la que vemos en la serie: la ibogaína. Según podemos leer en NewScientist: «Es un químico psicoactivo potente que proviene del árbol de la selva centroafricana Tabernanthe iboga. Ya se han reportado varios casos en los que la ibogaína ha servido para reducir –irónicamente- la adicción a la heroína u otras drogas. Actualmente, es usada en muchos países como método para inducir experiencias alucinógenas en diferentes tipos de terapias supervisadas».
La ibogaína, al igual que los fármacos que usan en la terapia A-B-C que vemos en «Maniac», consigue conducir al paciente a situaciones muy lúcidas que no están sucediendo realmente. Tal y como cuenta Jeff Israel, director de una clínica de Baja California (México) que suministra esta droga: «Puede llevarte a muchos lugares, provocando en ti una experiencia con un margen amplio de emociones, recuperando recuerdos y provocando visiones».
Pero no han sido los únicos intentos. No es la primera vez que hemos tratado en QUO las bondades de, por ejemplo, el principio activo más potente de las setas alucinógenas: la pscilocibina.
En 2015, la Universidad John Hopkins hablaba de tratamientos beneficiosos para enfermos con cáncer a quienes controlaban su ansiedad; en 2017, os hablamos de por qué los científicos estaban pidiendo apoyo para cultivar este tipo de hongos en laboratorio con los que poder experimentar para elaborar nuevas medicinas; y en octubre veíamos cada vez más cerca que nuestro doctor nos recete alucinógenos para tratar episodios de depresión.
Por lo tanto, algo está cambiando en este campo, lo que demuestra que existen fórmulas para sacar provecho de estas drogas ilegales para un bien en la sociedad. Solo hace falta regular su consumo para evitar posibles adicciones.
Alberto Pascual García