Si no fuera porque las sesiones tienen lugar en la prestigiosa Universidad John Hopkins, pocos tomarían en serio este experimento: una mujer de ojos vendados descansa su cuerpo sobre el diván y su mente en música relajante; mientras, experimenta los efectos psicoactivos de la psilocibina, la sustancia activa más potente de las setas alucinógenas más comunes, conocidas como psilocybes. A su lado, un académico toma nota. Pero los estudios de la John Hopkins suelen ser ciencia seria, y este experimento lo es. La escena se ha repetido durante los últimos años y ya ha cosechado importantes resultados. La pscilocibina reduce la ansiedad y la depresión de los pacientes con cáncer hasta seis meses con una sola dosis.

Estos resultados fueron presentados la semana pasada en la reunión anual del Colegio Americano de Neuropsicofarmacología. Los comunicó el profesor de neurociencia de la John Hopkins Roland Griffiths, alimentando así la expectación de unos estudios que apenas tienen diez años. Uno de los aspectos diferenciadores de la psilocibina es que parece que no provoca cambios duraderos en el cerebro, como hacen los antidepresivos. Eso añade interés al fenómeno que está teniendo lugar en estos laboratorios existenciales.

Lo que cura es la experiencia, no el fármaco. Los participantes de sus estudios describen la experiencia com un evento transformador. “En cuanto la psilocibina empezó a hacer efecto supe que no tenía nada que temer”, “me sentí comprometido con las personas que amo, con las cosas que haría con mis conocidos, lo que les diría… me reconectó con el universo y “el estudio ha cambiado todo en mi vida”, son algunos de los comentarios de los voluntarios que se han sentado frente al diván psicoactivo.

Según la investigación a la que Griffith hizo referencia en la conferencia, “los participantes atribuyeron cambios significativamente positivos en actitudes sobre la vida, sobre sí mismos, sobre los efectos sociales positivos y los cambios en su conducta”. Además, un porcentaje importante definió la experiencia como una de las cinco más significativas de su vida a nivel individual.

Los investigadores de la John Hopkins que se dedican a estudiar esta sustancia -ésta en particular porque tiene menos connotaciones negativas que otras como el LSD-, esperan poder comenzar un nuevo ensayo que involucre a más de los 51 pacientes con cáncer que se apuntaron en el último.

Tampoco descartan que este principio activo pueda usarse en otros campos. Por ejemplo, un pequeño estudio piloto, publicado el año pasado en la revista Journal of Psychopharmacology, les lleva a pensar que también podría ser un remedio prometedor para dejar de fumar.

Redacción QUO