Antes de poner cara de asco, piensa que buena parte de la población del planeta lleva comiendo insectos desde la noche de los tiempos y que no está tan lejos de tu plato como crees. Te alimentas con miel y de productos que contienen el colorante rojo E120, obtenido a base de cochinillas. Y de otros invertebrados como los cangrejos o las gambas que, como dice el entomólogo Marcel Dicke, son una especie de grandes insectos acuáticos.
La idea de promover los insectos como principal fuente de alimentación (entomofagia) se remonta a los años 70, cuando el profesor de la Universidad de Wisconsin Gene DeFoliart sorprendía a sus audiencias con el siguiente ejemplo: si pusiéramos un par de moscas a criar en abril, para agosto tendríamos moscas suficientes para cubrir la tierra con una capa de 15 metros, lo que representa una reserva bastante importante de proteínas.
Para defender su tesis, DeFolliart y sus seguidores recuerdan que el aumento inminente de la población mundial (seremos 9.000 millones de seres humanos para el año 2050, según la ONU) requerirá un aumento exponencial de los recursos alimenticios. Los insectos, según dicen, son la fuente más eficiente y menos contaminante para resolver el problema. Diez kilos de pienso producen 1 kilo de ternera, asegura Marcel Dicke en sus charlas, frente a los 9 kilos de langostas que se criarían con la misma cantidad.
El secreto está en que, al ser de sangre fría, los insectos gastan menos energía y producen más carne con menos recursos. Además son recicladores por naturaleza (se comen casi cualquier cosa) y contienen todo tipo de vitaminas y minerales (los grillos son ricos en calcio y las termitas tienen mucho hierro, según la Wikipedia).
En definitiva, insiste Dicke, los humanos debemos dejar de comer mamíferos y empezar a comer insectos. En algunos de los restaurantes con más glamour del mundo ya han empezado a tomar nota y no es extraño que le sirvan a uno una brocheta de saltamontes o un salteado de grillo a las finas hierbas
Redacción QUO