No es ninguna sorpresa que la vivienda y la alimentación consumen gran parte de nuestros ingresos. El gasto en vivienda –incluyendo el pago de hipoteca– es el mayor causante de que lleguemos a fin de año con los bolsillos, literalmente, vacíos. Los españoles, por ejemplo, destinamos 8.774 euros anuales para pagar el alquiler y los préstamos inmobiliarios adquiridos. Y no somos una excepción.
La situación se repite en cualquier ciudad del mundo y el costo para nuestra salud empieza a ser preocupante, tal y como delata el informe anual Health Rankings, en el que han colaborado el Instituto de Salud de la Población de la Universidad de Wisconsin y la Fundación Robert Wood Johnson, basándose en los hogares estadounidenses.
Su estudio muestra que en el 11% de los hogares de este país sus habitantes se ven gravemente afectados por el precio de la vivienda. Más de 800.000 hogares consumen en ella al menos la mitad de sus ingresos y sus residentes califican su salud como baja, ya que disponen de menos recursos para comprar alimentos nutritivos y de calidad suficiente. Son familias con unas tasas de pobreza infantil muy elevadas.
Cuando las personas pagan demasiado por la vivienda, se ven obligadas a tomar decisiones difíciles entre pagar el alquiler o la hipoteca o adquirir alimentos, medicamentos y otros recursos imprescindibles para mantener una vida saludable. Es solo una de las conclusiones que extrae Jessica Owens-Young, profesora de la American University, a la vista de este informe.
Exclusión del sistema bancario
La situación se agrava en el caso de los alquileres, cuya situación ha empeorado en los últimos años, y más aún en la población negra. Uno de cada cuatro hogares encabezados por una persona negra sufre especialmente estas cargas, con el doble de probabilidades de enfrentar costos de vivienda más severos que las familias blancas. La situación es una secuela del fenómeno conocido como redlining, entre los años 1930 y 1965. Los bancos y otros prestamistas excluyeron a las comunidades negras de los préstamos favorables y cobraron tasas de interés más altas en las hipotecas. Hoy no se practica, pero sus daños siguen presentes. Son realidades que llevan a tasas de ejecuciones hipotecarias más altas y disminuciones más pronunciadas en los valores de las casas.
“Para costear una vivienda, algunas familias gastan menos en alimentos, no compran alimentos suficientes o compran alimentos menos nutritivos y más baratos. Estas familias también pueden vivir en hogares con deficiencias estructurales y otras deficiencias, donde corren un mayor riesgo de padecer enfermedades como el envenenamiento por pintura con plomo y el asma”, indica Owens-Young.
Las poblaciones negras e hispanas están expuestas a un 56% más de contaminación del aire y tienen menos probabilidades de acceder a los recursos en sus comunidades que promuevan la salud y ayuden a prevenir enfermedades crónicas, como la obesidad y la diabetes. Como consecuencia, padecen una mayor propensión a morir prematuramente. Son datos extrapolables fácilmente a cualquier población cuando los precios de la vivienda suben a un ritmo muy por encima de los ingresos de sus ciudadanos.
Marian Benito