El deporte de élite es algo muy duro de por sí. La presión, la ansiedad, las horas y horas de dedicación que requiere o las lesiones derivadas de la práctica deportiva son problemas cotidianos a los que se enfrentan los hombres y mujeres que se dedican a la alta competición.

Pero algunos de ellos, además, tienen sus propias guerras en forma de enfermedades crónicas, desterrando así el mito de que las enfermedades incurables no son incompatibles con una actividad física de alto nivel. Sin ir más lejos, muchos deportistas que han roto barreras y han logrado triunfos increíbles tienen que convivir con sus propias patologías. Desde aquí recopilamos algunos.

Chris Dudley, el gigante diabético

Primer jugador de Yale en consolidar una carrera en la NBA, el polifacético pívot de Blazers, Knicks y Nets fue un jugador de baloncesto especial. A pesar de no contar con un gran talento (Tiene récords tales como fallar 17 de 18 tiros libres en un partido o cometer 4 faltas personales en un minuto y medio) su fortaleza defensiva y su carácter dentro y fuera de la pista permitieron que jugará 16 temporadas, casi mil partidos, en la élite. Pero es que además, Dudley padecía de diabetes tipo 1, enfermedad crónica que le obligaba a depender de las inyecciones de insulina, y cuyos problemas derivados (Hipoglucemias, hiperglucemias) podían afectar claramente su rendimiento deportivo. Dudley, concienciado con su enfermedad, creó una fundación para ayudar a personas con esta dolencia.

Alberto Contador, cabeza de titan

El campeón de Pinto, ciclista español más joven en ganar un Tour de Francia, no tuvo unos comienzos fáciles. Con 22 años, mientras competía en la Vuelta a Asturias, convulsionó y cayó al suelo. Tras las pertinentes pruebas médicas, le fue diagnosticado un cavernoma cerebral, una lesión vascular que se suele manifestar con convulsiones, dolores de cabeza o hemorragias cerebrales. Afortunadamente, tras operarse y pasar por un largo período de rehabilitación, Contador pudo regresar a la competición de alto nivel y empezó a subir la escalera del éxito, sin que se vean las placas de titanio y los 70 puntos que lleva debajo del casco.

Dai Greene, atletismo contra el mal diabólico

Fue, con todo lo que supone, capitán del equipo británico de atletismo en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, donde se quedó a un paso de obtener medalla en su especialidad: los 400 metros vallas. Dai Greene acumula un oro detrás de otro en los mundiales de atletismo desde 2007. Algo que no muchos podían vaticinar cuando, a los 17 años, tras una temporada de insomnio y alcohol le detectaron epilepsia. Greene tuvo que superar su enfermedad después de otra crisis relacionada con las botellas. Cambió su estilo de vida, que transformó en una rutina con un núcleo central: el atletismo. Y así, con paciencia y trabajo, llegó a la cita olímpica en la que solo le faltó una medalla para certificar su victoria contra el mal diabólico.

Dana Vollmer, la sirena de corazón roto

La nadadora americana, que cuenta con 28 medallas en diversas competiciones internacionales y actualmente ostenta la plusmarca femenina en los 100 m mariposa, es un auténtico ejemplo de superación, pues hace años le detectaron taquicardia supraventricular, un trastorno de ritmo cardíaco que hacía a su corazón latir a muchas más pulsaciones de lo habitual. Aunque se sometió a una operación para solucionar su problema, esta deportista tiene que tener un desfibrilador cerca cuando va a entrenar o a competir.

Usain Bolt, el corredor cojo

Lo mismo machaca un aro de baloncesto como se viste de corto y se integra en el Manchester United, aunque realmente lo suyo sea batir las plusmarcas de las carreras de velocidad. El carisma de Usain Bolt, espectacular dentro y fuera de las pistas de atletismo, le convierten en uno de los deportistas más queridos de la actualidad. Pero su leyenda se engrandece si tenemos en cuenta que, además, Usain Bolt sufre una escoliosis que le provoca una dismetría en miembros inferiores. Hablando en plata, tiene la pierna derecha 1,5 centímetros más corta que la izquierda. El hombre más rápido del mundo está cojo.

Paul Scholes, el centrocampista que se ahogaba

Santo y seña del Manchester United durante veinte años, el famoso futbolista británico ha anunciado recientemente su retirada del fútbol profesional. Los red devils tendrán que sobreponerse a la pérdida del mediocentro pelirrojo. Parece mentira, dada la intensidad del centrocampista en los partidos, que Scholes sufra una enfermedad crónica como es el asma. Tos, falta de aliento y opresión en el pecho han sido algunos de los síntomas que habrá experimentado el de Manchester día a día, aunque, visto lo visto, no se puede decir que haya afectado a su rendimiento.

Javier Gomez Noya, un rebelde de corazón

Nos impresionó durante los últimos Juegos Olímpico plantando cara a los hermanos Brownlee. Es considerado por algunos como el mejor triatleta de la historia, dada su exitosa trayectoria. Apegado a su casa, hijo predilecto y mejor deportista de la historia de Ferrol, Gómez Noya tiene un defecto congénito en el corazón: Vavulopatía aórtica congénita. Cuando la sangre se bombea del corazón al resto del organismo pasa por una valvula. En el caso del gallego, esta valvula no termina de cerrarse. Aunque la práctica de deporte de élite está contraindicada (Y más del triatlón, un deporte donde el corazón trabaja muchísimo) el atleta español compite conociendo los riesgos. Quizá ese sea el origen de la casta que atesora el hombre de hierro. Y de momento no se puede decir que le vaya mal.