En una de las escena más famosas de Cowboy de medianoche (1969), uno de los protagonistas, Jon Voight, decide aliviar temporalmente sus penurias económicas donando sangre a cambio de dinero, con el que compra alimentos y medicinas para su amigo enfermo, Dustin Hoffman.
La escena me ha venido a la memoria después de leer que ayer Victor Grifols, presidente de la compañía de hemoderivados Grifols, pidió el gobierno que permitiera a los desempleados donar plasma a cambio de dinero. Concretamente de unos 60 0 70 eruros mensuales que, según el empresario, “unidos a la prestación por desempleo son una forma de vivir”.
En España está prohibido pagar por las donaciones de sangre desde el año 1985 pero, en cambio, esta práctica es legal en otros países como Alemania o Chequia. Una práctica que aumenta en tiempos de crisis. Según The Times, el número de donantes en dichos países ha crecido alrededor de un 35% desde que comenzó la recesión.
En otros países incluso se ha generado un negocio de tintes picarescos. Así, en Perú se llama vampiros a las personas que donan sangre más de dos veces semanales, contraviniendo así las normas médicas. Lo hacen en distintos hospitales y burlan los controles médicos tomando caldos reconstituyentes y vitaminas.
Un caso parecido fue el de Haití, país que durante la dictadura de los Duvalier vivió casi exclusivamente de las exportaciones de sangre al resto del mundo. Un macabro negocio que se truncó a principios de los 80 con la aparición del SIDA. De la misma manera, en Nicaragua durante la dictadura de Somoza se creó una empresa llamada Plasmaféresis que compraba sangre a vagabundos, indigentes y borrachos para luego venderla a hospitales de Estados Unidos.
En 1971, Richard Titmuss publicó en Gran Bretaña el libro The Gift Relationship: From Human Blood to Social Policy . Un estudio sobre las modalidades de provisión de la sangre humana requerida para transfusiones. Si bien el autor se basó en un importante cúmulo de información empírica, muchas de sus conclusiones fueron cuestionadas en trabajos como el de Kenneth Arrow, que recibió el premio Nobel de economía en 1972, citó en su texto algunos pasajes de Titmuss que contienen las conclusiones puestas en duda:
“…la comercialización de sangre y de las relaciones donante-donatario reprime la expresión del altruismo, erosiana el sentido comunitario, disminuye los estándares científicos, limita tanto la libertad personal coma lo profesional aprueba el lucro en hospitales y laboratorios clínicos, legaliza la hostilidad entre el médico y el paciente, somete áreas críticas de la medicina a las leyes del mercado, hace soportar un inmenso costo social a los menos capaces de eludirlo -los pobres, los enfermos y los ineptos-, aumenta el peligro de que varios sectores de las ciencia y la práctica médicas incurran en conductos no éticos y desemboca en situaciones en que, proporcionalmente, crecientes cantidades de sangre serán provistas por los pobres, los poco educados, los desocupados, la gente de color y otros grupos de bajos ingresos y categorías humanas explotadas como importantes dadores de sangre. Una de las consecuencias dominantes del sistema estadounidense de bancos de sangre parece ser la redistribución de sangre y de sus productos de los pobres o los ricos.
Además, juzgado sobre la base de cuatro criterios verificabIes e independientes de consideraciones éticas, el mercado de sangre comercializado es malo. En términos de eficiencia económica, derrocha sangre en alto grado; la relación oferta-demanda se caracteriza por carencias agudas y crónicas que hacen ilusorio el concepto de equilibrio. Es administrativamente ineficiente y da lugar a mayor buracratización y a un aumento de los gastos generales de gestión, contables y computacionales. En términos de costo por unidad de sangre para el paciente (a consumidor), es un sistema entre cinco y quince veces más costoso que el voluntario de Gran Bretaña. Y, finalmente, en términos de calidad, es mucho más probable que los mercados comerciales distribuyan sangre contaminada; los riesgos de enfermedad o muerte son substancialmente mayores para el paciente. Estar a salvo de la discapacidad está inseparablemente asociado con el altruismo.”
En el momento en que se escribieron los trabajos comentados, los dadores de sangre eran exclusivamente voluntarios en Gran Bretaña (no percibían pago), mientras que en los Estados Unidos operaba un sistema mixto, con voluntarios y otros que recibían remuneración, con bancos de sangre comerciales y no comerciales. Se estimaba que, en el segundo país, cerca de un tercio de las necesidades eran cubiertas por el sistema de mercado, pero que sólo un 10% del total podia considerarse satisfecho por donaciones enteramente voluntarias. En otros paises, por los mismos años, la situación era variable: en la URSS la sangre provenía por mitades de las vías voluntaria y remunerada; en Alemania predominaba la provisión comercial (y, curiosamente, más aún en la ex Alemania oriental); en el Japón no había, virtualmente, dadores voluntarios, lo mismo que en Suecia.
El argumento principal de los criticos de Titmuss era que la formación de un mercado, la sangre humana no difiere, en esencia, de otros bienes o servicios que tienen caracteristicas inciertas para el comprador.
Los partidarios de la tesis de Titmuss esgrimían a su favor el hecho de que el número de casos de contagios de hepatitis era mucho más elevado sí se recibían transfusiones de bancos comerciales de sangre. Pero sus detractores argumentaban que las garantías no eran mayores ni mejores si la sangre provenía de donantes voluntarios.
Parafraseando a Shakespeare… ¿Pagar o no pagar? El debate sigue abierto y ahora, gracias a Victor Grifols ha cobrado una urgente y controvertida actualidad.
Vicente Fernández López