La gran pesadilla de envejecer y de enfermar por el camino empieza a fraguarse en la punta misma de nuestros cromosomas, en el centro mismo de nuestras células. Concretamente en unos fragmentos de ADN, compuestos por secuencias que se repiten una y otra vez, llamados telómeros. Su función es proteger al resto del ADN de agresiones, garantizar que las células se dividen adecuadamente y que cada cepa celular vive el tiempo que tiene que vivir para funcionar ordenadamente, ni más, ni menos.
Los telómeros cambian de tamaño porque disminuyen con cada división celular, y se sabía que la presencia de muchos telómeros cortos estaba relacionada con enfermedades cardiovasculares, el cánce, la depresión o el envejecimiento. Pero un estudio del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) que se publicará mañana online en Cell Reports da un paso definitivo para esclarecer esa relación: lo realmente importante para calcular la edad biológica de un mamífero no es la longitud de sus telómeros en un momento dado, sino el ritmo a que estos se van acortando durante la vida.
«Lo que nuestro trabajo demuestra es primero, la importancia del porcentaje de telómeros cortos como indicador general de salud y supervivencia, y segundo, la necesidad de poner en marcha estudios longitudinales que evalúen rasgos complejos como longevidad», explica a Quo María Blasco, directora del CNIO, que ha dirigido la investigación.
Para llegar a esta conclusión se ha observado el proceso de recortes en los telómeros de un grupo de ratones a lo largo del tiempo. Aquellos que iban acumulando más telómeros cortos «vivieron de media unas 105 semanas, mientras que los que presentaron un menor incremento vivieron de media 140 semanas», precisa Blasco, quien añade que «aunque la comparación entre humanos y ratones no es exacta, podemos decir que un ratón de 600 días (aproximadamente 86 semanas) equivale a un humano de 60 años».
Este ritmo de disminución no está programado de nacimiento, sino que puede verse afectado por factores como el género, la edad o la zona geográfica, como había descubierto anteriormente el mismo equipo, cuya directora añade que «además, el acortamiento de los telómeros presenta una fuerte correlación con el deterioro cognitivo».
Con el nuevo trabajo se fortalece la necesidad de realizar estudios longitudinales (que observan a los mismos individuos durante mucho tiempo) para ver cómo influyen los hábitos de vida en cuánto tiempo y en qué estado de salud se puede llegar a vivir.
Pilar Gil Villar