Estas son las acciones clave que nos recomienda Pablo Fernández-Berrocal, catedrático del Laboratorio de las Emociones de la Universidad de Málaga:
Identificar cuándo, con quién y por qué perdemos el control. La gente cree que se enfada por grandes asuntos, pero eso realmente no es importante. Enfadarse porque alguien te da un tirón y te roba el bolso en la calle es la reacción más biológica y adaptativa del mundo. Pero muchas veces perdemos la paciencia en situaciones mucho más cotidianas y apenas nos damos cuenta.
Hacer lo posible para modificar los motivos. Por ejemplo, ir a reclamar por el retraso de un avión. Es importante saber que hemos hecho lo que está en nuestra mano para modificarlos.
Reducir al absurdo la situación con humor. Por ejemplo, en un atasco, imaginar un decreto que prohíba conducir a quien no nos guste. La risa y el humor son incompatibles con la ira y podemos generar una emoción positiva centrada en el humor, que nos lleve a darnos cuenta de lo infantil de nuestra reacción.
Relativizar la situación comparándola con otras peores. Con ello se consigue rebajar la intensidad de la ira.
No alimentarla con pensamientos rumiativos, ya que al darle vueltas la alimentamos, ni atribuir por defecto intencionalidad a quien la causa.
Esperar unos segundos para reaccionar. Controlar la respiración, e intentar hacerla más calmada y profunda, y buscar sensaciones positivas.
Pilar Gil Villar
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