una cosa está cla­ra: los hombres más jóvenes han lentificado sus relojes biológicos. Acceden al mercado laboral después de una dilatadísima etapa de estudios y preparación profesional. En países como Italia y España, se quedan en el hogar paterno has­ta bien cumplidos los treinta. “Así, pueden gastar lo que se han ahorrado de alquiler en comprarse un Golf, o un reloj Tag Heurer, aunque compartan habitación con sus hermanos”, dice en el informe de Discovery Mark Seymur, profesor de Historia Italiana. Y lo hacen dejándose mimar y sin ningún sonrojo, llenando su dormitorio de juguetes para niños grandes. Léase un iPhone o el último modelo de la Play. Eso no les impide, sin embargo, realizar jornadas de trabajo inacabables para capear con las duras condiciones que impone el mundo empresarial, competitivo e inestable como nunca lo había sido. Una vez que han conseguido afianzar su posición como trabajadores, entonces sí, asumen su deseo de paternidad y sus obligaciones como sostén familiar.

Redacción QUO