El gobierno español decidió hace unos meses cambiar el calendario de vacunas de España, limitando la dosis contra la varicela a los mayores de doce años. La muerte, a causa de una rara complicación de esta enfermedad de una niña en Burgos, incluido un lío de jurisdicciones autonómicas por una ambulancia que no llegó, ha vuelto a colocar el asunto de las vacunas en la primera línea de actualidad.
El cambio introducido en el calendario de vacunas de la varicela tiene grandes detractores, pero también algunos médicos e investigadores que no la entienden como negativa. En todo caso, en los últimos tiempos se han hecho público numerosos casos de grupos de personas que se niegan a este tipo de inmunización y que prefieren mantener a sus hijos sin vacunar. Con esa actitud ponen en riesgo su salud propia, pero también la salud de toda la población.
Pero ¿son tan importantes esos grupos de personas contrarios a la vacunación? Las dos asociaciones escépticas españolas, Círculo Escéptico yARP Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico ponen el grito en el cielo ante estos casos de militancia.
El coco de los antivacunas
Seguramente defienden el bien común, porque esos activistas no sólo ponen en peligro las vidas de sus hijos sino también las de todos los niños que les rodean. Pero, ¿son los antivacunas los principales responsables de que la población española no está uniformemente vacunada? No lo parece. Y tenemos un magnífico ejemplo en Andalucía.
Dos de tres de los últimos brotes de sarampión se han producido en esa comunidad autónoma, Andalucía, en la que existe una política de salud unificada. Uno de los casos afectó a 59 personas en Granada en 2010, mientras que en Sevilla en el año 2011 los infectados fueron casi 1800.
¿Cuál de esos casos tuvo más atención social y mediática? Curiosamente, el menos importante. La afección de Granada tuvo lugar en un grupo de alto nivel económico y, teóricamente, también cultural. Personas que, por rechazar de manera voluntaria la vacunación de sus hijos, provocaron casi seis decenas de afectados de sarampión. No sólo coparon los medios de comunicación sino que provocaron una decisión judicial que les obligó a vacunar a sus hijos.
En el caso de Sevilla, el brote tuvo lugar en Santa Isabel, un poblado marginal mayoritariamente habitado por romanís. Los casi dos mil afectados, así como miles de sus vecinos, viven alejados del sistema nacional de salud y no tienen acceso a las políticas de vacunación. Sobre esas 1759 personas no sólo no hubo tanta atención mediática sino que tampoco intervino una autoridad judicial, al contrario que en Granada.
Marginados que siguen marginados
«Habría que ir ahora a ese poblado de Sevilla, porque seguramente esas bolsas de marginalidad sigan existiendo, explica el medico de familia Javier Padilla. Es curioso ver que se ataja con más decisión un argumento que va en contra de nuestra racionalidad, como es el hecho de no querer vacunar voluntariamente a nuestros hijos, mientras que se pasa de puntillas contra otro caso, esas bolsas de marginalidad, que podríamos decir van en contra de nuestro sistema económico».
Los estudios en todo el mundo confirman que los pobres vacunan menos a sus hijos que los ricos. Que los negros lo hacen menos que los blancos. Que los que tienen más hijos lo hacen también menos que las familias más reducidas. En definitiva, la clases bajas se vacunan menos que las altas.
La conclusión de Padilla es clara: «Tendríamos que ser pragmáticos y estudiar cuáles son lo determinantes de no vacunación, no vaya a ser que estemos sobreestimando algunos. Los estudios epidemiológicos sobre las causas de ausencia de vacunación en países occidentales muestran que la mayoría son bolsas de marginalidad, y no tanto por decisión propia».
Redacción QUO