Una persona balancea un péndulo delante de su paciente mientras le asegura que a la cuenta de tres se quedará dormido.
Esta es la típica imagen que nos viene a la mente cuando hablamos de hipnosis. Sin embargo, aunque lo pueda parecer a primera vista, el tratamiento poco tiene que ver con esta idea estereotipada.
En la década de los 80 la psicológica Francine Shapiro se dio cuenta de que moviendo sus ojos de lado a lado sentía que disminuía la incidencia de sus recuerdos más angustiosos. Así es como surgió la terapia de EMDR, nombre de las siglas en inglés para desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares. Mucho más tarde Shapiro desarrolló la teoría de que el trauma provoca emociones negativas que se almacenan en la memoria como un acontecimiento preocupante.
La idea de esta terapia es sencilla. La persona tratada se concentra en un pensamiento negativo mientras mueve sus ojos de izquierda a derecha, ayudado por el terapeuta con sus dedos. Después, el paciente deja la mente en blanco y se centra en cualquier tipo de sensación que se le pueda pasar por la mente. Estos pasos se repiten durante toda la sesión.
Pero, ¿es realmente esta teoría eficaz? Aunque el psicólogo Chris Lee asegura que mucha gente dice que los recuerdos se vuelven menos intensos y más distante, esta teoría no se libra de cierta controversia.
Si obviamos la parte del movimiento ocular, una sesión de EMDR se parece mucho a cualquier otra terapia convencional que tenga al paciente rehaciendo recuerdos del pasado con la orientación del terapeuta.
Un estudio a personas que padecían TEPT comparó a los pacientes que habían hecho terapia EMDR con aquellos que no, dando como resultado que los primeros habían visto reducida su angustia y tenían menos sudor en la piel.
Algunos expertos consideran que la verdadera ventaja de EMDR es que se puede trabajar mucho más rápido que las otras formas más tradicionales de terapia.
Redacción QUO