Hace 30 años Rafael Matesanz fundó la Organización Nacional de Trasplantes. En tres décadas la convirtió en un modelo para sistemas similares en otros países, mientras la ligaba indisolublemente a su nombre. Cuando se jubiló en mayo, su cetro pasó a manos de alguien “de dentro”. Esta compostelana de nacimiento, de 46 años y criada en Salamanca, en una familia farmacéutica y académica, capitanea ahora la joya de la corona de la Sanidad española.

P. ¿Le corría la medicina por las venas?
R. Sí. Además tenemos antecedentes médicos y farmacéuticos. Mi bisabuelo, el doctor Aquilino Hurlé, era un eminente médico asturiano. Las conversaciones de tema sanitario eran muy habituales y yo desde muy pequeñita, sin tener en cuenta dónde me metía, quise siempre ser médico. Nunca me plantee hacer otra cosa.

P. ¿Sin saber dónde se metía?
R. La medicina es la profesión más bonita del mundo, pero tiene una dosis de sufrimiento importante. Me costó mucho aceptar que hay pacientes que van mal, pacientes que fallecen.

«No. Los médicos que realizan trasplantes no reciben una bonificación especial por su trabajo»

P. ¿Qué lo compensa?
R. Ver que tu labor repercute en la salud y calidad de vida de los pacientes. Echo de menos esa sensación casi de heroína ahora que no me dedico a la clínica.

P. ¿Por qué la nefrología?
R. El funcionamiento del riñón me fascinó en la carrera. Me parecía absolutamente mágico. Este órgano –menos valorado que otros, como el corazón o el hígado– es una máquina perfecta que mantiene nuestro equilibrio corporal, y sobre todo me atrajo el trasplante renal. Con el tiempo también empecé a ver la ciencia de la donación, más allá de la vertiente humana.

P. ¿A qué se refiere?
R. A los aspectos técnicos y científicos del proceso. Si el sistema no está preparado para detectar que una persona ha fallecido o va a fallecer en condiciones de convertirse en donante y no está organizado para hacerlas realidad, por mucho que la gente quiera donar, la donación no ocurre.

[image id=»92315″ data-caption=»Su trabajo la obliga a lidiar con muchos frentes distintos, en los ámbitos nacional e internacional, bajo una considerable dosis de presión. ’’Por eso tengo que parecer serena’’ comenta.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

P. ¿Qué es lo menos obvio?
R. Organizar un sistema con los profesionales, formación, ubicación y control adecuados para que, cuando una persona fallece en condiciones de ser donante, se plantee esa opción. A muchos políticos les cuesta captarlo. Empiezan por fomentar las donaciones entre la población y eso no es una aproximación eficaz. Luego hay que mantener al donante para que los órganos lleguen en las mejores condiciones a los receptores. Asignar bien quiénes los reciben para garantizar la equidad en el acceso al trasplante y preservarlos, tanto dentro como fuera del cuerpo.

P. Usted se dedicó también a la investigación. ¿En esto?
R. Hice mi tesis doctoral sobre el uso de riñones de donantes con hepatitis C para receptores que también la tenían. Queríamos descartar las implicaciones en seguridad y confirmar buenos resultados. Ahora ha resurgido el tema por el nuevo arsenal terapéutico contra la hepatitis C, uno de los grandes avances de los que yo personalmente he sido testigo.

P. ¿Qué repercusión tiene?
R. Aunque con datos aún preliminares, estamos viendo que, por ejemplo, disminuye la indicación de trasplante hepático por hepatitis C e incluso pacientes en lista de espera han dejado de necesitarlo. Es importantísimo.

«Hay médicos que extraen órganos a las 3 de la mañana en la otra punta del país, vuelven y los trasplantan»

P. ¿Cómo lleva una tarea al límite de la vida y del tiempo?
R. La donación puede surgir en cualquier momento. Cuando se identifica un donante, se comunica a la ONT y, de acuerdo a unos criterios, se asignan los órganos a los receptores que más los necesitan, estén donde estén en el territorio nacional. Todo contrarreloj, porque los órganos tienen un límite de tiempo antes de empezar a deteriorarse y dejar de ser válidos para trasplante. La ONT debe estar preparada las 24 horas para coordinar un eficiente desplazamiento de órganos y de equipos extractores y trasplantadores, orquestado con los hospitales de donante y receptores.

P. Menos mal que usted parece calmada.
R. A mí me dicen que soy muy vehemente.

P. ¿Cualquiera puede donar?
R. Lo habitual es que una persona sea donante si fallece en muerte encefálica. Eso exige que tenga que morir en la UCI de un hospital con ventilación mecánica y que haya fallecido por daño cerebral catastrófico. Eso sí, no hay límite de edad. Estamos trasplantando con éxito órganos de donantes de 70, 80 e incluso 90 años. Hay hígados donados que han cumplido 100 años en los receptores. Y solo algunos tumores o infecciones son contraindicaciones absolutas.

P. ¿Qué papel tiene la familia?
R. Aquí por ley todos somos donantes a menos que se haya expresado en vida lo contrario. Se llama consentimiento presunto, pero lo aplicamos de forma muy particular. Nuestros coordinadores tienen obligación de comprobar cómo se había manifestado esa persona. Por eso siempre se entrevista a la familia y nunca contradecimos los deseos de esta. Si dicen que no, es que no. Aunque es rarísimo que no respeten la voluntad del familiar.

«El trasplante de cabeza es una barbaridad. Que puedas hacer algo no significa que lo hagas»

P. Usted llevaba diez años en la ONT. ¿A qué se dedicaba?
R. Formo parte del equipo médico y he trabajado en cooperación internacional, con organismos como la OMS, el Consejo de Europa, la UE, y el Grupo Custodio de la Declaración de Estambul [sobre el tráfico de órganos y el turismo de trasplantes], pero además he participado en el diseño y desarrollo de muchos proyectos nacionales. Como el de donación en asistolia.

P. ¿En qué consiste?
R. La donación habitual ha sido siempre la de muerte encefálica. Con mecanismos de soporte artificial se mantiene el funcionamiento de los órganos hasta la extracción. Pero solo entre el 1 y 3 % de los fallecidos en un hospital mueren así. Lo más habitual es la parada cardiorrespiratoria. Esos órganos dejan de recibir sangre oxigenada y empiezan a perder su viabilidad. Por eso en asistolia hay que luchar mucho más contra el paso del tiempo.

P. ¿Se ha introducido ahora?
R. Existía desde los años 80 en un programa reducido. En los últimos años esta modalidad se ha potenciado y ya es una realidad en 80 hospitales de toda España. El año pasado contribuyó al 24 % de las donaciones del país.

P. ¿Cómo afecta la sombra de su mentor, Rafael Matesanz?
R. Para mí ha sido una inspiración. Si llevo 10 años en la ONT es porque me enamora lo que hago y porque mi jefe que me inspiraba todos los días y conseguía sacar lo mejor de mí como profesional. Me ha transmitido mucho conocimiento. Todo el mundo sabía que sucederlo era muy complicado. Yo también lo entiendo así, pero procuro no pensar en su sombra y mirar hacia el futuro. Eso sí, siempre construyendo sobre su legado.

P. Él dijo “mi sustituto debe proceder de dentro, tener mano firme y dotes diplomáticas”.
R. Creo que tengo dotes diplomáticas. En la cooperación internacional, a la que me he dedicado, sin ellas no vas a ninguna parte. Hay que entender la visión de otros países y culturas sin tratar de imponer. Comprender que lo evidente para nosotros, para otros puede no serlo. Y ser humilde en ocasiones. Se puede aprender de otras personas y países e incorporar ese aprendizaje para la mejora de nuestros sistemas. Mano firme también tengo, pero creo que debo tenerla más firme aún.

P. Se ha criticado que la bonificación de los médicos detrasplantes es muy superior a la de otros colegas, ¿es cierto?
R. Pues si analizas los artículos y las declaraciones al respecto, siempre vienen de las dos mismas personas. Y hay que poner las cosas en su sitio. No reciben una bonificación diferente.

P. ¿Cómo se calcula?
R. El trasplante surge de noche, en fin de semana, el día de Reyes…, hay una disponibilidad continua. Se les paga igual que se cubre la actividad extraordinaria de otras especialidades. Pero las guardias para trasplantes son las 24 horas los 365 días del año. Los coordinadores no pueden desconectar. Hay profesionales que llevan a cabo una extracción en el otro extremo del país a las 3 de la mañana, regresan y realizan un trasplante. Es más, ese sistema de retribución está publicado en los boletines oficiales de las comunidades autónomas y se discute en los comités de trasplantes de los hospitales, cuyas actas están abiertas para consulta. No hay nada oscuro. Pero alguna cuestión personal que desconocemos lleva a determinadas personas a atacar el sistema nacional.

P. ¿Cómo se decide a quién van los órganos donados?
R. Según unos criterios que se revisan cada año con los equipos y se reajustan continuamente.Los pacientes y los ciudadanos pueden estar tranquilos. El acceso es equitativo y no hay ningún tipo de discriminación.

P. ¿Cuál suele ser la principal objeción para donar?
R. Varias. La dificultad de la familia para adaptarse a la situación, dudas por el trato recibido en el hospital, que causa –comprensiblemente– rabia contra el sistema. Prevención respecto a la indemnidad corporal, importante para algunos colectivos, o dudas sobre si su religión acepta la donación como algo bueno. Y hemos estudiado que absolutamente todas las religiones son favorables a ella. Pero yo resaltaría que el 85 % de las familias aceptan. España tiene la tasa de consentimiento más alta.

P. ¿Qué argumento le daría a alguien para que done?
R. Culminar una vida de solidaridad. Y, en un plano más egoísta, que cada uno de nosotros tiene más probabilidades de necesitar un trasplante que de fallecer en condiciones de ser donante.

P. ¿Qué le preocupa más en este nuevo período?
R. Lo fundamental es que como –afortunadamente– en España disminuye la mortalidad por tráfico y enfermedad cerebro-vascular, el potencial de donación es menor. Por eso debemos seguir innovando para mantener la actividad de trasplantes. Y, a medio plazo, saber cómo colaborar para que los avances en terapia celular, medicina regenerativa y generación de órganos lleguen al ciudadano de forma segura y sostenible para el sistema de salud.

P. ¿Y el tráfico de órganos?
R. También me preocupa. En España está controlado, pero en EE. UU. un lobby muy potente cree que la escasez se puede solucionar creando un sistema de compraventa de órganos. Si se materializara allí, tendría un efecto arrastre en muchos países.

P. ¿Qué piensa del mediático trasplante de cabeza?
R. Me parece una barbaridad. Que se puedan hacer cosas no significa que se deban hacer. Yo siempre insisto en que el trasplante es de cuerpo, no de cabeza, porque lo que nos hace únicos es nuestro cerebro.

P. ¿Qué historia de trasplantados recuerda de forma especial?
R. Por lo reciente, los Juegos Olímpicos de pacientes trasplantados. En Málaga hemos visto a personas reincorporadas a trabajar y disfrutar de su familia, y restablecidas hasta poder hacer actividades deportivas de las que yo no sería capaz. Un miembro del equipo español había recibido tres trasplantes cardíacos, otra uno multivisceral. Habían visto de cerca la muerte en muchas ocasiones y habían visto sufrir mucho a su familia. Porque pensamos en el enfermo, pero cuando es crónico su entorno también está enfermo.

P. ¿Usted es donante?
R. Claro [ríe]. Y lo mejor es que en mi familia todos lo saben.

Redacción QUO