Muchos de los juegos y actividades playeras pueden deparar riesgos inesperados. Como, por ejemplo, enterrarse en la arena. El diario The New York Times recoge el caso de un adolescente que cavó un hoyo en una playa de Florida para meterse en su interior. Lo que no podía ni imaginar es que unos días después iban a aparecer unas desagradables ampollas en su piel que revelaban que estaba infectado por parásitos.

Su organismo estaba infectado por ejempalres de un parásito conocido como Larva migrans cutánea. Existen dos variedades de este nematodo, una que infecta a los humanos, y otra a los animales. La primera de ellas, una vez que ha accedido al organismo de la persona, se dirige hacia los intestinos a través del torrente sanguíneo, para anidar allí y reproducirse. La segunda no tiene posibilidades de reproducirse en nuestro cuerpo, y acaba muriendo sin poner huevos. Pero antes de que llegue su fin deambula sin rumbo fijo bajo la piel de su huésped.

Este tipo de parásito se da en las playas de lugares cálidos que hayan sido contaminadas con restos fecales humanos o animales. Y no es necesario enterrarse en la arena para que se produzca la infección. Basta con caminar descalzo sobre ella.

Otro riesgo que no solemos valorar al ir a la playa, es el que conlleva cavar hoyos en la arena. Un estudio realizado en 2007 por especialistas del Harvard Medical School, en Boston, y cuyos resultados se publicaron en The New England Journal of Medicine, analizó un total de 52 incidentes acaecidos en playas de Estados Unidos y Australia, en los que otras tantas personas quedaron sepultadas bajo la arena mientras excavaban un hoyo.

La mayoría de las víctimas fueron niños de entre seis y doce años de edad, 31 de los cuales fallecieron asfixiados. Afortunadamente, el resto pudieron ser rescatados con vida. En España, el último caso similar se produjo en 2010, y causó la muerte de un niño suizo en una playa de Castelló d’Empúries.

Vicente Fernández López