A los 30 años, esta médica colombiana comenzó a trabajar para la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), de la Organización Mundial de la Salud. Inició allí una batalla contra el cáncer de cuello de útero –o cervical– que culminaría en la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) que hoy reciben las niñas. Nos lo cuenta durante su visita a Madrid para recoger el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Cooperación al Desarrollo.
P. Un premio científico para una mujer de habla hispana. ¿Algo está cambiando?
R. Cuando yo estudié, de los treinta que terminamos la carrera, solo cuatro éramos mujeres. Ahora veo facultades de medicina con muchas más mujeres que hombres. Pero el problema es llegar a posiciones dirigentes. En el IARC, solo llegamos a dirigir un grupo tres mujeres. El director siempre ha sido un hombre, hasta que el pasado marzo por primera vez se eligió a una mujer. O sea, sí hay progreso en esto, pero falta hacer mucho más.
P. Usted procede de una humilde familia de Cali. ¿Cómo llegó a la investigación?
R. Era la menor de cinco hermanos y ellos me dieron la oportunidad de estudiar. Siempre en colegios públicos, gratuitos y de muy buena calidad. En medicina me gustó, sobre todo, hacer un diagnóstico y la proximidad con los pacientes. Tal vez demasiado, porque cuando alguno moría me deprimía terriblemente. Por eso la investigación. Dije a mi profesor, Pelayo Correa, que quería investigar para beneficiar a mucha gente. Respondió: “Y ¿por qué no haces política?”. Como no me gustaba, me propuso la salud pública, la epidemiología.
«El Nobel necesita mucho ‘lobbying’ y cada país debe hacerlo para su candidato. En Colombia ni se enteraron de que yo estaba nominada, y Alemania sí lo hizo, y mucho, para Zur Hausen»
P. ¿Y el cáncer de útero?
R. En uno de mis primeros proyectos con Correa establecimos un registro de cáncer para saber cuáles eran los más frecuentes en la población. Ahora es el mejor y más antiguo de América Latina. Vimos que en Cali dominaban el cáncer de estómago y, en mujeres, el cervical. La hipótesis entonces era que este se debía al virus del herpes genital o tipo 2. Mis primeros estudios buscaban su asociación con la enfermedad. Pero no fueron concluyentes. Cuando estaba en esto obtuve una beca del IARC para hacer epidemiología durante dos años en la Universidad Johns Hopkins de EEUU. Al pedir al director un año más para terminar, me ofreció pasarlo en el IARC, en Lyon (Francia). Acepté y ese año fueron más de 40. Empecé a nivel bajo y fui ascendiendo.
P. ¿Cómo pasó la hipótesis del herpes al papiloma?
R. Allá por 1974. Un colega de Arrecife (Brasil) me dijo que allí había mucho cáncer de cuello de útero, pene, ano y también muchos condilomas gigantes. Ya se sabía que el condiloma lo causaba el VPH, y pensé que podía causar el cáncer. Fui a Brasil y pasé cuatro meses recogiendo muestras de condilomas, tumores gigantes, cáncer de cuello, pene, ano. Las congelábamos con hielo seco, porque para buscar marcadores se necesita tejido fresco.
P. ¿Y se las trajo?
R. Sí. Ya en Lyon busqué quién trabajaba con papilomas y quién con herpes. Entre los primeros encontré a Gérard Orth, del Instituto Pasteur, y entre los segundos a Harald zur Hausen, en Alemania. Les ofrecí muestras a los dos y se las envié. Con la única técnica disponible entonces, el microscopio electrónico, Orth no encontró virus del papiloma en los cánceres. Después se supo que ahí no existen partículas como tales, sino pequeños fragmentos del ADN, invisibles al microscopio. Zur Hausen no encontró ADN de herpes tipo 2 y esa hipótesis empezó a caer. Unos años más tarde, en el grupo de Zur Hausen identificaron los primeros fragmentos de virus de papiloma en células tumorales. A partir de eso, se desarrollaron test para identificar pequeños fragmentos de ADN en las células. A principios de los años 80, se unió a mi grupo Xavier Bosch, del Instituto Catalán de Oncología. Juntos iniciamos un estudio de cáncer cervical en Colombia [el país con la incidencia más alta] y España [una de las más bajas]. Queríamos saber si la misma cosa operaba en los dos países. Con los test mencionados encontramos que, efectivamente, el VPH era la causa principal tanto en España como en Colombia.
P. Usted estuvo propuesta al Nobel con Zur Hausen. ¿Por qué se lo dieron solo a él?
R. Lo primero: los criterios del Comité Nobel son para descubrimientos puntuales y en laboratorio. Nunca lo han dado por una investigación epidemiológica. Por otro lado, la Asociación Internacional de Epidemiología nos propuso a los dos, y ese año el comité decidió considerar en un solo premio dos virus que no tienen nada que ver: el del papiloma y el del sida, identificado en laboratorio por dos franceses. El Nobel se da como máximo a tres personas y fueron los dos franceses y Zur Hausen [me mira cómplice, ríe y continúa suave].Además seguramente eso necesita mucho lobbying [casi susurrando] y cada país debe hacerlo para su candidato. En Colombia ni se enteraron que yo estaba nominada. En cambio Zur Hausen ya había sido nominado antes por su país, que sí había hecho mucho lobbying en su favor.
«Por 100.000 dólares no pudimos fabricar nosotros la vacuna del papiloma humano, y lo hicieron las farmacéuticas»
P. Zur Hausen propuso la relación entre el virus y el cáncer y esta solo se confirmó gracias al trabajo de campo de usted.
R. Sí. A pesar de que la hipótesis yo la tuve antes, pero no había metodologías para comprobarlo.
P. ¿Cómo se realizó ese trabajo de campo?
R. El estudio en Colombia y España fue muy grande [unas 600 mujeres con cáncer en los dos países, más 600 mujeres de control] y por primera vez incluyó a los maridos. Ya se conocía la transmisión sexual del agente. Como casi todas las mujeres con cáncer tenían fragmentos de papiloma en su ADN, en 1992 publicamos que existe una asociación entre el VPH y el cáncer cervical. Después hicimos estudios similares en Perú, Brasil Paraguay, Bolivia, Malí, Argelia, Marruecos, India, Filipinas, Tailandia…hasta 40 países. En todos el virus era la causa principal.
P. ¿Por qué tantos países?
R. Con este material de miles de mujeres logramos hacer un mapa de cánceres y tipos del papiloma. Porque hay más de cien. Unos 30 infectan el tracto genital. Identificamos que 15 de estos son los responsables del cáncer. De ellos, en todos esos países los tipos 16 y 18 causaban cáncer. Luego, si considerábamos también los siete tipos que seguían en frecuencia a esos dos, podíamos explicar el 90% de los cánceres cervicales. Además vimos que los tipos 6 y 11 son responsables del 90% de las verrugas genitales. Toda esta información resultó muy útil a las farmacéuticas que estaban desarrollando vacunas para decidir qué tipos de papiloma poner en ellas. Por eso, las dos primeras incluyeron solo el 16 y el 18. La última vacuna, la nonavalente, los aumentó hasta nueve. Esa sería la ideal, porque podría eliminar el 90% de los cánceres y verrugas cervicales.
P. ¿El tabú del sexo dificultó las entrevistas a pacientes?
R. Hacíamos preguntas bastante íntimas, tanto a hombres como a mujeres: cuántos compañeros sexuales ha tenido, a qué edad empezó a tener relaciones, cómo eran sus prácticas… Pero el trasfondo era el cáncer y por eso nunca tuvimos ningún problema.
P. ¿Cómo fue trabajar en países en vías de desarrollo?
R. Eso es muy importante, porque identifiqué colaboradores magníficos. Mi unidad y mi presupuesto eran pequeñísimos y solo podíamos proporcionarles el material básico, el cuestionario y la formación. Y logramos hacerlo porque muchos países de África o Asia pagaron los salarios de los ginecólogos o las entrevistadoras. Yo, cuando tenía la oportunidad, invitaba a los colegas locales a Francia para discutir los resultados de un proyecto, y en las publicaciones científicas siempre trataba de poner a esos investigadores como primeros autores. Eso facilitó la relación.
P. Usted trabajaba para la OMS, ¿por qué desarrollaron la vacuna las farmacéuticas?
R. Cuando yo estuve convencida de que este virus era la causa, dije: lo que sigue ahora es una vacuna. Pero las normas de fabricación en Europa requerían laboratorios enormes, que solo las grandes compañías podían proporcionar. Entonces pensé en América Latina. Con mi colega Pierre Courseller, de la Universidad de Tours (Francia), encontramos el laboratorio Finlay, en Cuba. Pero la transferencia nos costaba 200.000 dólares y mi presupuesto para todo eran 100.000. Pedimos los fondos a la Comunidad Europea, pero seguramente la solicitud cayó en manos de los competidores y allí se paró. A los pocos meses conocí al viceministro de salud de Brasil, que me dijo: “¿Cuánto necesitas? ¿400.000 dólares? Te los damos”. Pero a los dos meses hubo un cambio de gobierno en Brasil y se acabó. En 1994 organicé el primer encuentro con los grupos que trabajaban con vacunas para papiloma de animales, entre los que estaban Merck y Glaxo. Allí vi que esto era ya dominio de ellos. Pero invité a Merck al IARC, les presentamos nuestros estudios y les pedí participar en los de su vacuna. Me ofrecieron ser parte del steering committee para supervisarlos. Y desde ahí dije: que participen Colombia, Perú, Brasil y México. Y participaron en los primeros ensayos. Merck hizo ensayos clínicos en más de 30 países y en más de 30.000 mujeres, para llegar, después de cuatro o cinco años, a la conclusión de que la vacuna era eficaz y segura.
P. ¿A este respecto hubo problemas en su propio país?
R. Sí. La vacuna se lanzó en 2012 y alcanzó coberturas del 90%. Luego llegó el caso de unas niñas que presentaron unas convulsiones y parentesia, y se pensó que era por aguas intoxicadas, pesticidas… hasta que alguien dijo: “Ah, pero fueron vacunadas”, y allí empezó. Han hecho un grupo de víctimas de la vacuna con abogados detrás y una demanda de millones contra la farmacéutica. Y la cobertura se vino abajo.
P. ¿Dónde está la gran incidencia del cáncer cervical?
R. El 85% de los casos ocurren en los países pobres. Y yo digo: ¿por qué pasa esto? La vacuna lleva allí más de diez años. Además, tenemos el test de papiloma, que debe reemplazar a la citología para detección de lesiones precancerosas. La citología no sirve sin seguimiento. Tenemos la capacidad de prevenir este cáncer y no se le ha dado la prioridad necesaria. Ahora, en marzo, el director de la OMS hizo un llamado público para eliminar el cáncer de cuello uterino. Tanto a los gobiernos, como a la industria y los organismos internacionales, como el Banco Mundial.
P. ¿Y la vacuna para los niños?
R. Los hombres también se ven afectados por el virus: el cáncer de ano, sobre todo en homosexuales, el de orofaringe. Si la cobertura en niñas es menor del 50%, vacunar hombres reduce la transmisión del virus y eso las favorece también a ellas. Es lo que se llama ‘inmunidad de rebaño’. Unos diez países ya vacunan niños: Australia, Reino Unido, Canadá, Inglaterra, EEUU, Austria… Pero en los países pobres, la prioridad es el cáncer cervical y deben seguir siendo las niñas.
Redacción QUO