P ¿El etiquetado es una referencia válida para componer nuestra dieta diaria?
R Tenemos un etiquetado nutricional correcto y homogéneo a nivel europeo; quizá, en ocasiones difícil de entender, pero válido. Sin embargo, la normativa deja aristas suficientes para que las marcas cuelen aquellos matices que quieran resaltar de un producto. En el sector alimentario, los lobbies son más poderosos que en cualquier otra industria,y esto hace difícil separar la información científica de otros intereses.
P ¿Tan decisivo es el contenido de la etiqueta en la compra?
R Sabemos que el ciudadano ahora la lee más. Quiere saber qué ingiere y en qué dosis, porque cada vez está más preocupado por su salud. Dentro de dos años, cuando el proyecto Flabel saque sus conclusiones, conoceremos si la etiqueta cambia las costumbres del consumidor. Esta iniciativa aglutina a varios países europeos para estudiar su comportamiento ante dicha información.
P ¿La etiqueta a veces engaña?
R El consumidor asocia salud a determinados alimentos gracias, sobre todo, a la publicidad. De hecho, los primeros estudios que empezaron a relacionar algunas comidas con el colesterol malo desataron la furia de las etiquetas acompañadas de apostillas como “ayuda a reducir el colesterol”, “libre de”, etc.
P ¿La confianza ciega en estos mensajes podría suponer mayor riesgo de obesidad?
R Sería absurdo ser quisquilloso con unas calorías más o menos. En el caso de la obesidad, hay factores que olvidamos, como la genética y la costumbre. Y habría que intentar diseñar un etiquetado internacional mencionando el lugar de origen con el fin de consumir productos de temporada. ¿Quién conoce ya cuándo es la temporada del bonito, del tomate o de la alcachofa?
Redacción QUO