El SIDA (acrónimo de síndrome de inmunodeficiencia adquirida) es una enfermedad infecciosa producida por un virus, el VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana). Los científicos han descubierto que el VIH habría surgido en los chimpancés. En concreto, se cree que dos clases de virus intercambiaron su material genético en estos primates y crearon un nuevo virus, el VIH, que saltó al ser humano de forma mortal. En este sentido, algunas de las pandemias más letales habrían surgido en animales.
El contagio de la enfermedad se produce cuando el virus entra en nuestro torrente sanguíneo. Las vías de infección pueden ser las secreciones corporales como el semen o las secreciones vaginales, o la sangre de una persona infectada.
La acción del VIH es lenta y puede reposar en el afectado durante meses o años sin que se note. Sin embargo, si el paciente no recibe tratamientos, la enfermedad desarrollará determinados síntomas que le llevarán a la muerte.
Por ello, resulta esencial saber cuanto antes si se está infectado o no. La prueba consiste en determinar si se es seropositivo: nuestro sistema inmunitario genera unos anticuerpos que tratan de acabar con el virus, sin lograrlo. Estos anticuerpos son por tanto la prueba de que se tiene el SIDA.
En busca de la vacuna contra el SIDA
El VIH ha resultado mucho más complicado de lo que parecía. Aunque en todo el mundo hay quince posibles vacunas en desarrollo, los científicos reconocen que el tratamiento, con suerte, no estaría disponible antes de ocho o diez años. No obstante, los expertos se marcan metas para poder avanzar cuanto antes en el desarrollo de un remedio eficaz.
A falta de vacuna, hoy en día se dispone de numerosas pruebas diagnósticas y protocolos terapéuticos para el control y seguimiento de los pacientes desde el punto de vista virológico e inmunológico, lo que junto a los suplementos nutricionales, los cuidados paliativos y el apoyo psicológico posibilita una mejora espectacular en su calidad y expectativa de vida.
SIDA: el mejor exponente de la brecha Norte-Sur
El SIDA es el mejor ejemplo de la desigualdad entre países ricos y pobres: los avances en la medicación han permitido que muchos enfermos de países ricos hagan una vida casi normal. Sin embargo, el otro 95% de la población mundial está condenado. Así de contundente lo deja en evidencia la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En su Informe sobre la salud mundial, que hace balance del último cuarto de siglo en materia sanitaria, la OMS señala que frente a los avances en la mayoría de los indicadores de los países (mayor esperanza de vida, menor mortalidad infantil) hay un grupo, sobre todo africanos, en los que las condiciones son peores que hace 25 años.
Por ello, no es de extrañar que algunos países hayan empezado a plantar cara a las multinacionales farmacéuticas. Sudáfrica se atrevió en el año 2000, a pesar de las querellas impulsadas por las grandes corporaciones, a fabricar medicamentos genéricos contra el SIDA.
Redacción QUO