Se estima que a lo largo de este año podrían fabricarse alrededor de 1.300 millones de dosis, una cifra a todas luces insuficiente para inmunizar al 30% de la población, el porcentaje mínimo recomendado por la máxima Autoridad sanitaria mundial para hacer frente a la pandemia.

agua y aceite

La capacidad para fabricar vacunas depende también de un factor científico sobre el que no hay consenso: el uso de adyuvantes en su elaboración. Se trata de una mezcla de aceite, agua y determinados minerales que provocan una mayor respuesta del organismo al antígeno, la sustancia que induce la inmunidad. Su uso multiplica por dos la velocidad de fabricación, pero topa con las normas de la FDA (Food and Drug Administration), que cuestiona su uso en tanto no se realicen más ensayos sobre su seguridad y eficacia.
Se da la circunstancia de que el gigante norteamericano es el principal productor mundial de vacunas, así que si la FDA no autoriza los adyuvantes por considerar que la lucha contra la gripe A es una situación de “emergencia de salud pública”, las previsiones de producción pueden ser un objetivo inalcanzable. La OMS advierte de la escasez de tratamientos preventivos, al tiempo que reitera que debe asegurarse el acceso de todos los países al tratamiento. Una decena de laboratorios se comprometió a ceder gratuitamente el 10% de la producción a los países pobres, pero la multinacional Novartis, el quinto suministrador de vacunas en el mundo, ya se ha desmarcado de la iniciativa. Su presidente, Daniel Vasella, anunció que los países pobres deberían pagar al menos los costes de fabricación, con el siguiente argumento: “Para que su producción sea sostenible hay que crear incentivos financieros”.
El presidente de Novartis ponía en evidencia algo que todo el mundo intuye: las enfermedades son más importantes si afectan al hemisferio norte que si esquilman el hemisferio sur

Redacción QUO